CONTRATAPA › REFLEXIONES DESPUES DEL DOMINGO
› Por Liliana Mizrahi *
Cumplo 40 años de maternidad. Como tantas mujeres sentí siempre que mi destino (más allá de mi propio deseo) era ser madre. Es el mandato más poderoso de las mujeres. Creí que la maternidad era natural, fácil y obligatoria. Natural es, la anatomía ayuda. Me llevó tiempo darme cuenta de que no es obligatorio ser madre, ni es fácil amar a los hijos adultos con la misma candidez con que se ama a los niños pequeños. Escribo desde un cuerpo de mujer con estrías y episiotomías. He gestado, abortado, parido, amamantado y criado.
Un dramático escándalo se desató en mi corazón cuando mis hijos crecidos y maduros se fueron a hacer su vida y me dejaron a solas con la mía. El asombro me tuvo desconcertada un tiempo. La casa permanecía ordenada, nada se movía de su lugar. Luego el silencio, el teléfono sonaba, pocas veces y sólo para mí, la ausencia de zapatillas embarradas y de su olor característico. La ausencia de ropa sucia y de toallas tiradas, los gastos que disminuían sensiblemente, pasaban los días y la comida sin tocar en la heladera, la música y el volumen a mi gusto, la liberación (¡por fin!) del fútbol por TV... y otros deportes.
Comencé a sentirme deprimida.
Mis amigas me felicitaban por la autonomía que yo misma les había enseñado a mis hijos desde chicos, pero nunca imaginé que se la iban a tomar tan en serio. Hasta ese momento yo era Rita Hayworth en la vida de ellos y ahora no figuraba en el casting de sus historias ni como extra. Me sentí súbitamente desempleada, con un oficio que había perfeccionado hasta la excelencia durante años y que ahora nadie necesitaba. Estaba jubilada “de prepo” de un rol ejercido desde la primera muñeca. ¿Qué hacer?, ¿qué hacer?, me repetía desconsolada. Tengo mi profesión, mi placer por la literatura, soy adicta al cine, amo la música, puedo viajar, tengo amigos, si quiero puedo volver a tener un gato, amo las plantas, tuve una tortuga. ¡En fin! Una vida llena de estímulos, pero el rol colgado en el ropero, y yo sin saber de qué disfrazarme.
Tengo que escribir. Garabateo ideas:
- La maternidad es un rol y una identidad que absorbe nuestra personalidad hasta neutralizarnos como personas. También nosotras absorbemos a nuestros hijos/as, en muchos casos hasta neutralizarlos.
- Existe una contradicción básica entre los mandatos y sanciones creadas para mantener a las mujeres impotentes y las atribuciones sobrehumanas que se exigen a las madres.
- La maternidad y la paternidad, ¿no deberían ser materias obligatorias en las escuelas primarias y secundarias?, ¿no merecería este tema una reflexión desde la adolescencia, impulsada por profesores críticos, con información adecuada, y que además integre la interrogación acerca de su propia condición de hijos?
Aunque todo esto fuera cierto –y lo es– ninguno de estos conceptos me alivia.
- ¿Acaso las madres somos conscientes de nuestro aporte a las tasas de natalidad / a los relevos generacionales / a las guerras / y a los malditos ejércitos?, ¿nos damos cuenta de que creamos y entregamos materia gris, sangre joven, carne de cañón o de diván, mano de obra, fuerza de trabajo, tiempo-vida, esperanza, futuro...?
- No tenemos capacidad de decisión sobre el porvenir de la población que generamos. La ley religiosa y civil pretende convencernos de que no podemos elegir.
- ¿Qué nos hacen las leyes?, ¿por qué no podemos decidir sobre nuestros cuerpos?, ¿por qué el aborto todavía está penalizado?, ¿por qué hay tantos padres ausentes?
- Las leyes no dan a las madres más que un poder vacío de sustancia. ¿Es la ley del padre la que se impone todavía en lo social y en lo político? ¿Y si el padre no fuera más que un amo?, ¿un amo que no ama?, ¿amo a mi amo?
Las preguntas surgen a borbotones.
Han pasado 40 años. Mis hijos ya tienen hijos y yo les pregunto “¿qué hacés viviendo con otra madre que no soy yo?”. No contestan.
Escribo encerrada en el baño. La maternidad es un tema prohibido de interrogar o pensar críticamente. No se puede ser ambivalente con los hijos. Todo el mundo se asusta y nos morimos de culpa. ¿Qué hacer?
Los hijos crecen o no crecen, pueden gustarnos o no como personas, pueden ser nuestros amigos o bien no los elegiríamos, podemos convertirlos en nuestros padres o creer que son nuestros hermanos, dejar que nos tengan de hija o permitirles seguir siendo hijos ad infinitum. Pueden convertirse en eso que soñamos para ellos, o bien nunca serán lo que hubiéramos querido que fueran.
La maternidad es un enredo infernal e interminable.
Mi abuelo rabino desde el cielo me mira atentamente y me señala con el dedo, él es uno de los consejeros de Dios pero no me importa, seguiré pensando.
¿Me condenarán al infierno de las malas mujeres, junto con las madrastras, las suegras, las consuegras, las cuñadas y otras brujas?
Pienso: ser madre es el compromiso de ayudar a crecer y cuidar a otro. No se trata de parir, sino de criar y sostener.
Otra pregunta: ¿Por qué nos hacen creer que somos vacas sagradas y nos tratan como ganado?
La maternidad está idealizada/envuelta en un halo de misterio y sacralidad, al mismo tiempo, directa o larvadamente se la ataca. Esa es “la mistificación de la maternidad”. La idealización del rol, hablar de la Madre con mayúscula, es el caballo de Troya donde están encerrados los mandatos y las sanciones, más toda la culpa que nos mata a las madres. Escribí un libro, Madres en desuso, ése fue mi intento de aportar con humor algo a la comprensión de estas vivencias. Ahí digo:
Una cosa es ser la madre de un hijo/a, en concreto, y otra cosa es pensar la maternidad como institución política, atravesada por ideologías e intereses económicos, valores religiosos y culturales. ¡Ah! Bueno, bueno. Yo no soy la única que no puede alcanzar el ideal de amor incondicional y de perfección que se pretende de las madres, no soy la única madre que se siente cansada, frustrada, ambivalente o confusa. ¿Seré una madre sospechosa?
Yo sola me digo: no, no, me parece que no. La maternidad es una de las grandes tareas existenciales de las mujeres y solamente nosotras podemos decir, desde adentro, de qué se trata. ¿Y de qué se trata la maternidad, al fin de cuentas? De la maraña emocional más complicada que puede llegar a conocer una mujer. Un enredo amoroso gratificante-frustrante y reparador. Somos madres con el sello que traemos como hijas... y también con lo que somos capaces de hacer con ese sello y esa historia. Ser madre requiere coraje, porque el otro siempre es un riesgo. Y la otra que somos nosotras, también. Espero que hayan pasado un buen Día de la Madre.
* Licenciada en Psicología, ensayista y poeta, autora, entre otros libros, de Mujeres en plena revuelta y La mujer transgresora.
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