› Por José Pablo Feinmann
Por varios parajes de la ciudad de Buenos Aires se han echado a rodar dos palabras que parecieran venir a reemplazar a otra, a una vieja y desprestigada palabra a la que aún se pretende desprestigiar más. Es notable que las dos palabras que transitan nuestra urbe tengan un sonido alegre o socarrón, algo así como una risita ganadora. Si uno junta sus iniciales suenan: “Je, je”. Esas palabras son Gestión y Gerenciamiento. Lo de la risita viene porque cuando un grupo político propone gestionar y gerenciar y solamente eso se está burlando de los otros o intenta, sin más, engañarlos, venderles gato por liebre. Las palabras GG buscan reemplazar a la palabra política. Si todo es GG, si todo se gestiona o se gerencia, todo se torna una tarea de técnicos, de asépticos profesionales que sólo buscan administrar la cosa pública. Me estoy refiriendo a los nuevos hombres que se aprestan a gerenciar la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todavía no son muchos, ya que cada uno que aparece hay que esconderlo súbitamente a causa de su impresentabilidad o su ineficacia verificada antes de que mueva un solo dedo a raíz de los dedos que ya movió. Tal el caso del primer candidato a secretario de Cultura y otros que van apareciendo para luego irse no bien sus antecedentes salen a luz. Sobre esta cuestión nos permitiremos adelantar algo: el gabinete que el nucleamiento PRO habrá de instrumentar para la gestión de la cosa pública porteña será inevitablemente impresentable o tendrá aristas demasiado comprometidas con la prosperidad que el empresariado argentino supo ganarse durante la década pasada, época de florecientes y raudas, repentinas riquezas. La gente que tiene no va a dejar satisfecha nunca a la gente de la cultura, a los inquietos progresistas de la culta Buenos Aires. Al PRO no se lo eligió para gestionar cultura sino para gestionar seguridad. Si no sabían eso los progresistas que lo votaron o los que votaron en blanco o los que lo votaron para “restarle poder a Kirchner” que no lloren ahora sobre la leche derramada. Se entiende que el PRO haya recogido los votos iracundos de la “ideología taxi”. Esos que se expresan por medio de un par de frases: “Saquen a todos los negros de la ciudad”. “Llenen la ciudad de policías”. “No gasten plata en cultura, gástenla en equipar mejor todavía a los organismos de seguridad”. La consigna que resume todo sería: “Seguridad sí, negros y cultura no”. Lo que no se entiende es que la Buenos Aires del arte y de la inquieta “actividad cultural” se haya sumado al candidato del PRO. Es cierto que sus adversarios se manejaron mal, que debieron haber sumado y no enfrentarse. De acuerdo. Pero el dislate se completa con el voto “culto”, “progresista” o “socialdemócrata” (muchos de los cuales jamás admitirán “ese” voto) que apoyó al niño Isidoro Cañones de los noventa, al gestionador boquense, al chico de tapa de Gente, de Caras, a esa figura que brilló durante el menemismo en los negocios y en la farandulización del país del dólar fácil. A embromarse entonces. ¿A quién esperaban que les pusiera? ¿A Malraux? Se votó eso, eso se tiene.
Como hay que mirar hacia adelante es que proponemos volver al tema GG. Un grupo político que se adueña de la cosa pública busca eliminar la política. Roca, en el ochenta, elige con inteligencia su lema de gerenciamiento: paz y administración. Sólo le restaba a su gobierno administrar la paz. Buenos Aires había derrotado a las provincias, él había liquidado a los indios, llegaban los inmigrantes e iban a las tierras de los estancieros (no a las que un Estado seriamente capitalista les habría cedido en parcelas, para tener pequeños propietarios y no peones de una clase ociosa que miraba más a París que a la pampa húmeda) o a los conventillos de la urbe portuaria, todo estaba bien. Por consiguiente, sólo había que gestionar y gerenciar: GG. Lo mismo propone el PRO. La política GG es la de liquidar la política reemplazándola por la gestión.
¿Qué es la política, por qué abomina de ella la aséptica administración, la transparente gestión, el gerenciamiento eficientista? No es difícil. Acaso esta gente piense que todos somos tontos y nos tragamos cualquier gansada, pero todavía no llegamos a eso. El gestionador se asume como un técnico. Así se presenta: “Confíen en mí. Sólo vengo a administrar. Sólo vengo a cumplir con la gestión que me fue encomendada. Soy un gerente y no un político. Los políticos roban, son corruptos, tienen ideologías que colisionan entre sí ensuciándolo todo. Nosotros no estamos ni podremos estar sucios. No somos políticos. Somos administradores. Administramos una cosa. ¿Hay algo menos político que una cosa? Para administrar una cosa se necesita un técnico que la conozca y la gestione. Venimos a gestionar la cosa pública. La política murió. Es la hora de los gerentes”. Que nadie se asombre entonces si se pone al frente de un teatro a un empresario exitoso del calzado o del negocio de la construcción. A la cultura hay que gestionarla. Para gestionar hacen falta gerentes, no artistas.
La política GG miente. La política GG es política, hace política y hace ideología. Gestión y Gerenciamiento implican decisiones. Una decisión requiere elegir entre una o dos o más opciones. La cosa pública es múltiple. Se podría gerenciar lo uno. De hecho un dictador es aquel que gerencia lo uno: la dictadura. Stalin, Hitler, Videla eran lo uno. Mataban toda disidencia. Lo Uno abomina de lo múltiple. Lo múltiple es la política. La cosa es pública porque la cosa es la polis. La sociedad civil. La sociedad civil es una multiplicidad de sujetos enfrentados, de praxis diferenciadas, de proyectos que chocan o suman o agonizan o crecen. Cuidado con los gerentes. Cuidado con los gestores. Con los administradores de guante blanco. Mienten. Vienen a hacer la política de la no política. La ideología de la no ideología. La polis, la civitas o, por decirlo claro, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, no es una empresa y hace falta algo más que una corporación, que una ambiciosa caterva de empresarios exitosos para gobernarla. Si un gestionador gestiona cerrar un canal cultural para conseguir más dinero para equipar a las fuerzas de seguridad está haciendo política. Responde también a una ideología. La “ideología de la seguridad”: liquidar la delincuencia sin solucionar sus causas. Si usted piensa que la delincuencia se soluciona antes que la pobreza y la exclusión y la marginación social que la crean y que esa solución pasa por los gendarmes iracundos de la seguridad, con sus armas y sus granadas y sus garrotes, usted tiene una ideología. Y si usted viene a gestionar eso, usted viene a gestionar la ideología de la seguridad, que es de derecha. Si usted cree que para solucionar la delincuencia hay que priorizar la eliminación de la pobreza (sin descuidar la seguridad que el Estado, naturalmente, debe dar al ciudadano pero sin exacerbarla para arrojar los lobos a los hambrientos que delinquen), dar trabajo, educación, incluir a los marginados, usted necesitará, desde luego, gestionar esa política, que no es de derecha. Que responde a la ideología de los derechos humanos. Por eso: no nos mientan. Gestión y gerenciamiento son dos palabras mentirosas, encubridoras. Hay políticas y hay ideología. La ideología es el conjunto de ideas que dan cuerpo conceptual a una práctica política. Y la política es la vida de la polis. Es la praxis de los sujetos, es la lucha por la subjetividad libre. Se lleve a cabo en los estamentos institucionales o en los barrios o en los clubes o en los teatros o en donde sea, la política es el arte de decir sí o decir no, de asociarnos o buscarnos en soledad, de conquistar nuestros derechos, de defenderlos. Defenderlos de los gestores, por ejemplo. De los gerenciadores. De los administradores. De los que creen que somos una cosa. Una cosa pública a la espera de expertos que sepan manipularla. Y no somos eso, no.
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