CONTRATAPA
Diamantes y cenizas
› Por Rodrigo Fresán
UNO El otro día, en el nunca del todo bien ponderado Discovery Channel, vi un documental sobre un tipo que había desarrollado una proceso para conseguir diamantes a partir de las cenizas de los muertos. El proceso, explicaba, era similar al ciclo natural por el que pasaba el carbón barato hasta convertirse en piedra cara: una formidable presión sobre los restos mortales para que éstos accedieran a la inmortalidad indiscutible de algo que produce envidia y que se admira a contraluz. El valor y calidad de los diamantes obtenidos, aclaraba el inventor, era similar al de los diamantes “normales” y así había sido certificado por joyeros especialistas. Entonces ya saben: adiós a actitudes románticas del tipo esparcir cenizas por un bosque o arrojarlas al océano. Mejor, por las dudas, guardarlas en una caja de seguridad y a ver qué pasa. No hay corralito capaz de contener a los muertos y, sí, resulta que los fantasmas existen, que hay vida después de la muerte. Y que todo es brillante en ese cielo con diamantes desde el que nos contemplan y nos cuidan.
DOS Lo cierto es que la costumbre de enterrar a los muertos es cada vez menos práctica y menos practicada. ¿Qué sentido tiene pagar un alquiler de un muerto cuando uno a duras penas puede pagar el alquiler del departamento donde vive? La creencia de que hay que conservar el cuerpo, porque si no qué cuernos es lo que va a resucitar el último día, va siendo descartada, incluso, por los fieles más apocalípticos y fanáticos. La misma Iglesia –que siempre sabe cuándo conviene modificar los reglamentos del deporte en cuestión– anunció hace poco que ya está elaborando una plegaria especial a ser pronunciada durante el acto de la cremación. El cardenal chileno Jorge A. Medina –prefecto de la Congregación del Culto– explicó en la presentación del Directorio de piedad popular y liturgia que “para la omnipotencia de Dios, resucitar una momia o unas cenizas no representa gran diferencia” y, por si hiciera falta, agregó: “En diez años no queda ni hueso”. Por eso, antes de que sea tarde, vender el nicho, pasarse al diamante, ir aumentando la colección de –literalmente– “joyas de familia” y, ya era hora, pensar que nuestros imprudentes padres nos dejarán algo de herencia por más que no tengan nada para dejarnos.
TRES El documental no precisaba si se podía conseguir buenos diamantes a partir de cadáveres embalsamados. El inventor no lo había probado aún, pero sospechaba que el bombardeo de químicos podía afectar la calidad de la piedra. En cualquier caso, las diamantinas momias de Perón y Lady Di vuelven a ser noticia. La primera, a partir de su próxima restauración; la segunda, porque cumple cinco años de vida en muerte y, además, ha resultado ganadora de una encuesta británica que reveló que para los ingleses la muerte de Diana Spencer había sido el acontecimiento más importante del siglo. La Primera y la Segunda Guerra Mundial, bien, gracias. Está claro –lo mismo sucede, supongo, en esas encuestas en las que el O.K. Computer de Radiohead queda por encima del Revolver de Los Beatles– que el estudio se hace a partir de un “universo” de personas vivas que eligen la arbitraria intensidad de lo experimentado antes que el frío rigor de lo histórico. Diana era una diamante y Winston Churchill, un señor que aparece en películas oscuras como el carbón. En cualquier caso, no creo que la muerte de Perón alcanzara la pole-position de una encuesta similar y argentina. Difícil saber quién o qué ganaría. Hay tanto muerto, tanta momia, tanto bruto en diamante y tantísimos diamantes falsos en nuestra joya de país.
CUATRO Más allá de esto, el descubrimiento de que los muertos pueden volver como diamantes es, me parece, una imagen de enorme poder simbólico, una formidable metáfora, toda una poética, una nueva forma científica yprobada de entender el mito resurreccionista y ceniciento del Ave Fénix. La idea de que valemos más muertos que vivos sería –supongo– material para una nueva “humilde propuesta” de Jonathan Swift: los países de gran pobreza, con gran tasa de natalidad y todavía más grande tasa de mortalidad serían, gracias a la presión del aparato transformador, naciones ricas y, sí, otra vez: los mejores diamantes seguirán viniendo del Africa y el fuego que todo lo purifica ahora, además, todo lo soluciona. Tienen razón los indios: la reencarnación existe y, seamos sinceros, yo antes que volver como una vaca de muchos kilos prefiero volver como un diamante de un par de kilates.
CINCO Queda por averiguar si una buena persona resultará en un mejor diamante (¿los kilates obtenidos como implacable valoración póstuma y juicio final de lo vivido?) o si, claro, si la Argentina es un país que resurgirá resplandeciente de sus cenizas o si, por el contrario, es un país embalsamado, o un país enterrado vivo hace mucho más de diez años y del que ya no queda “ni hueso”. Mejor nos encomendamos a “la omnipotencia de Dios” y lo dejamos para otro día porque, se sabe, vivimos en un país en el que hasta el más muerto resucita y allá está de nuevo gritando sobre una tarima y prometiendo las baratijas de lo imposible mientras los devaluados zombies lo aplauden. Mejor no arruinemos lo que a mí me parece una buena noticia o, por lo menos, una noticia divertida: la idea de que ya no se regalará a la prometida el anillo de la abuela sino, directamente, a la abuela convertida en anillo; la idea de que los huesos sagrados pueden ascender a piedra divina y que si, la cosa se complica, nuestros mayores siempre estarán ahí, a mano y en dedo, para darnos con todo su empeño una desinteresada y sobrenatural ayudita; la idea de que hasta la persona más horrible podrá convertirse, por fin y al final, le guste o no, en la piedra más preciosa.