› Por Enrique Medina
–Sin duda que está todo el mundo con el paso cambiado...
Es la conclusión de Polo Natalio para aseverar que no hay otra manera de entender el comportamiento desconsiderado de hace unos días de un importador de electrónica con el que chocó caracteres. Se acerca a la piscina, dobla los dedos inferiores en el borde y se zambulle con olímpica belleza, que no escapa a la atenta mirada de la rubia Araceli, echada en paraguaya hamaca y cubierta por enorme sombrilla de multicolores gajos. El Polo bracea con estilo parco sabiendo que ella lo goza y domina, que es lo que corresponde al momento cumbre del amor que están viviendo. Sin disimulo y con la mano como visera, ella lo controla como si fuera un bebé que recién se lanza a caminar.
El Chiche Barcia deja el diario y le pregunta a la rubia Araceli cómo es el asunto éste del “desacople”, que no entiende nada. Ella, economista de consulta, le explica mecánicamente sobre controles de precio, tren bala, brasileños turistas, máximo de la soja, precios sustentables, fondos anticíclicos, commodities, toma de ganancias, achicamiento de posiciones, petróleo, euro, recesión en Norteamérica, tasa de puré, suba de rindes y cuantimás incordios, sin dejar de tramar que el Polo deberá sufrir otra exigencia erótica antes del primer bocado del almuerzo.
Como el Chiche Barcia ve que la atención de la rubia Araceli en su hombre es demasiado evidente, y él no ha entendido un pomo, prende la radio y escucha que la temperatura de la semana significará rompimiento de records. Lo de rompimiento le suena porno, pero evita la acostumbrada chanza que las circunstancias le ofrecen para lucirse y decide ir a la playa. Piensa: ¿para qué se construye una piscina privada estando a metros las arenas y las olas del mar?
Llegan el gordi Edgardo y Wendy. Besitos. ¡Qué día, por Dios! ¡Y qué nochecita! ¡Vamos que sí! ¡Al gordi se le fue la mano, pero lo pasamos re-re che!... La rubia Araceli mucho no la traga a la Wendy porque más de una vez la cazó al vuelo echándole el ojo a Polo, pero igual la saluda con tierno besito. Como si lo hiciera adrede, Polo, desde el agua, aparece de súbito como alzado por una plataforma teatral con el mismo impacto místico y pagano que Ursula Andress emergiendo del mar en aquella película de James Bond. Es tan impresionante que el gordi Edgardo se siente cohibido y apesadumbrado por tanto desparpajo del moderno dios griego. La rubia Araceli ve que Wendy, junto con el besito, agarra como al descuido el brazo mojado de Polo. Este, impecable y magnífico como un Clark Gable de todos los tiempos (no como las pobres cosas del cine de hoy), le cachetea suave el rostro y se acomoda al lado de la rubia Araceli tomándole la rodilla; en la sorda contienda marca el terreno y los tantos.
Wendy es peligrosa. Tiene mucho a favor. Es accionista de peso y en el mundo bursátil es referente. Todos lo saben. Lo mismo que la Araceli está en lo mejor de la edad. Ambas son perfectas, por describirlas rápido. Cada una supone ser mejor en algo que la otra adolece, así extraen un promedio que siempre supera el 10, aunque en verdad (según criterio de este escriba) no bajan del 8. Mientras el gordi Edgardo habla sobre algo, ella, en lo íntimo, insiste en la comparación con Araceli: estampa, senos, piernas, cabello, cola. Sin duda, el príncipe Giordano pagaría lo que sea por tenerlas en sus desfiles de Punta del Este.
Ya fuera, el Chiche Barcia camina hacia su Bentley Arnage RL porque, como tantas veces, ha decidido hacer un paseo antes de meterse en el mar. Se sienta al volante y una rabiosa cuerda lo ahoga doblándole el cuello sobre el respaldo del asiento. Le piden que se quede quieto y entregue las llaves. Ya sin aire, alcanza a entregar las llaves. En charla animada una pareja amiga cruza el jardín admirando el fastuoso auto con vidrios polarizados. La presión en el cuello o el puntazo en el corazón, vaya a saberse, impiden que el Chiche Barcia, todavía enredado en la disyuntiva piscina-mar, termine de ver a la pareja, que ya traspone el verde y brillante seto, e ingresa al solarium.
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