› Por Leonardo Moledo
La vida es un cuento contado por un idiota
lleno de sonido y de furia y que no significa nada.
Macbeth, acto V.
–Anoche –le dije a mi amigo, el comisario inspector Díaz Cornejo, apenas se sentó a mi mesa del café La Orquídea– me sentía un tanto deprimido, y la depresión me produce insomnio, así que para levantarme el ánimo me puse a releer Macbeth.
–Ah, qué buena idea –dijo él–, es una de las obras de Shakespeare más reconfortantes.
–Sí y no –dije, dubitativo–, mucha sangre, aunque es cierto que repartida. Por lo menos aquí no se mueren todos juntos al final, como en Hamlet, o Tito Andrónico.
–Hay un cuento de James Thurber en el que una viejita, aficionada al género policial, lee la obra como si fuera una novela de detectives –dijo el comisario inspector–. Es muy divertido.
–Lo curioso es que... –dije, o iba a decir–, pero antes repasemos el argumento de Macbeth en beneficio de algunos oídos discretos que se tienden a nosotros desde aquellas mesas –en efecto, algunos de los concurrentes al café se estaban colocando audífonos y extraños aparatos que agrandaban el lóbulo de la oreja hasta hacerlo parecer una trompeta monstruosa.
–Como Macbeth –dijo el comisario inspector, sin darse cuenta de que estaba, en realidad, contestando a algo que yo no había dicho.
–Como el Macbeth de Shakespeare –dije– que es uno de los grandes thanes (barones) escoceses y al principio, volviendo victorioso de una batalla, se encuentra con tres brujas que lo saludan con un “salve Macbeth, thane de Cawdor”, y de inmediato “salve Macbeth, que serás rey”. El hecho es que cuando se encuentra con el rey, Duncan, se entera de que éste efectivamente lo ha nombrado thane de Cawdor (como premio por haber ganado esa batalla) y entonces Macbeth, al comprobar que la primera profecía se ha cumplido, decide ayudar a que se cumpla la segunda y ser rey
–Para lo cual nada mejor que asesinar a Duncan –dijo el comisario inspector– y es mejor no entrar en el asunto de quién es más culpable, si Macbeth, su esposa... es un asunto muy trillado...
–La historia es que Macbeth asesina a Duncan y se convierte en un déspota brutal, ante quien van cayendo muertos los cortesanos, y cualquiera que se le oponga, hasta que finalmente un ejército inglés, con nobles escoceses al frente, lo derrota y lo mata. Hay un detalle maravilloso aquí, porque las brujas le habían predicho, también “que sería invencible hasta que el bosque de Birnam se moviera hacia Dunsinane (el castillo de Macbeth)”. Y justamente cuando el ejército inglés acampa cerca del castillo, los soldados se camuflan con hojas del bosque y avanzan...
–Hacia Dunsinane.... –dijo una viejita de otra mesa– una idea escénica grandiosa.
–Efectivamente –dije–. Ahora, lo que me llamó la atención fue una nota al pie de página: cuando Macbeth habla con Banquo –otro de los generales nobles de Escocia– y de alguna manera le pide que lo ayude en su empresa de matar al rey, Banquo se niega. Y la nota al pie decía que, en la versión histórica, Banquo colaboró y que Shakespeare lo aparta del asunto para quedar bien con la casa escocesa de Estuardo que descendía, precisamente, de Banquo, como se menciona en la obra.
(Bueno, y justamente, me interesó averiguar algo sobre el Macbeth histórico, y consultando algunos libros y el inabarcable Google –ahora pienso que, si Borges hubiera vivido lo suficiente, su cuento “El Aleph” se habría llamado Google–, resultó que Macbeth efectivamente vivió y reinó en Escocia, pero que casi todos los hechos que cuenta Shakespeare son falsos.
Macbeth, o mejor dicho Mac Bethad mac Findláich (hijo de Findlai), su nombre escocés, nació alrededor del año 1005. En 1040, y en medio de la lucha de clanes, mató a Duncan I en una batalla (es decir, no fue un asesinato mientras el rey dormía, como en la obra), y fue coronado rey: se casó con una bisnieta de reyes, Gruoch, y en 1045 derrotó nuevamente a las huestes duncanistas, matando al padre de Duncan, Crinan (el Duncan que en la obra aparece como un anciano era en realidad menor que Macbeth). Durante los catorce años siguientes su reinado fue bastante pacífico, incluso como para que en 1050 viajara a Roma para un jubileo papal (había luchado para extender el cristianismo), fortaleció el trono y realizó incluso algunas incursiones en Inglaterra.
Finalmente, en 1054, Siward, el barón inglés de Northumbria, se alzó en armas contra él, con la intención de elevar al trono a Malcolm, hijo de Duncan (y aquí la historia vuelve a entroncar más o menos con la obra). En 1057 Siward derrotó (y mató) a Macbeth en la batalla de Lumphanan e impuso a su protegido, que reinó como Malcolm III. Lo cierto es que con Macbeth se extinguió la línea de reyes puramente celtas en Escocia.)
–Muy edificante –dijo el comisario inspector –. Creo que la historia verdadera es probablemente tan sangrienta como la obra, que debería ser de lectura obligatoria en el jardín de infantes, en vez de todos esos cuentos edulcorados que se usan ahora. A los chicos les gustan las brujas, los asesinatos, las batallas. Incluso tengo entendido que en algunas maternidades inglesas, en las nurseries hay parlantes que transmiten Macbeth leída por los más grandes actores, para que los bebés se vayan acostumbrando.
–¿A qué? –preguntó la viejita.
–A que, literalmente –dije–, “la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y de furia y que no significa nada”.
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