› Por Juan Gelman
Es de desechos de plástico, flota en el Océano Pacífico, se extiende desde la costa de California, pasa Hawai, llega casi al Japón y tiene una superficie que duplica el territorio continental de EE.UU. Esta “Gran mancha de basura del Pacífico” –así la llaman– fue descubierta en 1997 y por mera casualidad. El ex marino y oceanógrafo estadounidense Charles Moore partió de Los Angeles con su yate para participar en una carrera en Hawai, tenía prisa, evitó las rutas más frecuentadas y el atajo lo llevó al descubrimiento. Navegó contra una selva de botellas y restos de plástico día tras día durante una semana. Su asombro y su disgusto fueron tales que vendió todas sus empresas, se convirtió en un activista de la preservación del océano y creó la Fundación Algalita de Investigaciones Marinas (AMRF, por sus siglas en inglés). No se conocen otros casos de herederos de grandes fortunas petroleras que hayan incurrido en semejante actitud.
Charles Moore opina que alrededor de 100 millones de toneladas de desechos de plástico flotan en la región. Markus Eriksen, investigador de AMRF, declaró recientemente: “La gente pensaba que era un isla de basura plástica sobre la que casi se podía caminar. No es así. Es como una sopa de plástico”. Que suele convertir a las playas de Hawai en un sucio vertedero. La mayor parte de esos residuos no proviene –como antes– de los buques que surcan las aguas del Pacífico. Sus principales abastecedores moran en tierra firme. Producen 60 mil millones de toneladas de plástico cada año y los residuos de su materia prima son tan livianos que pueden ser arrastrados por los vientos y mantenerse en la superficie de las aguas. Se estima que constituyen el 90 por ciento de los desperdicios que padece el norte del Pacífico central; flotan y recorren largas distancias a lomo de las corrientes marinas. No sin consecuencias contrarias a la biodiversidad del medio.
La AMRF señala en un informe que las partículas de plástico afectan al menos a 267 especies marinas en todo el mundo, incluyendo al 86 por ciento de todas las clases de tortugas, al 44 por ciento de las especies de aves y al 43 por ciento de las especies de mamíferos del mar (www.algalita.org, 9-4-07). Aves y mamíferos marinos confunden las partículas con huevos de pescado. Un ejemplo: el 40 por ciento de los pichones de albatros del atolón hawaiano de Midway muere prematuramente por esa confusión. En el estómago de algunos mamíferos se han encontrado jeringas, encendedores, cepillos de dientes y otros objetos que creyeron alimento. Aún no se conoce a fondo el impacto de la diseminación de plásticos en los ecosistemas marinos y se ignora cuánto tiempo debe transcurrir antes de que esas partículas se biodegraden. Probablemente siglos.
La basura se acumula sin pausa en las aguas norteñas del Pacífico central: se multiplicó por tres en una década y en las costas del Japón se decuplica cada 2 o 3 años (www.plasticdebris.org, 2005). En esa región del océano hay seis vórtices de convergencia sometidos a una elevada presión atmosférica. Las corrientes marinas son débiles allí y el total de las partículas de plástico pesa seis veces más que el plancton de esos lugares (Los Angeles Times, 2-8-06). Plancton que, como otros invertebrados marinos, también ingiere plástico para su desgracia y la ajena. Las partículas flotantes transportan además organismos marinos que emigran y esa mezcla biótica los convierte en especies depredadoras que también amenazan la biodiversidad del medio. En las costas de la Florida han aparecido dos especies de esa índole que avanzan hacia las aguas del Caribe.
Un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) concluye que más de un millón de aves y más de 100.000 mamíferos marinos mueren cada año por la ingestión de desechos plásticos. El problema es grave: para lograr mayor flexibilidad, duración y resistencia al calor del material, se agrega a la materia prima aditivos y sustancias que convierten a los desperdicios en una suerte de esponjas químicas que absorben hidrocarbonos y pesticidas. Existe el peligro de que por esa vía ingresen a la cadena alimentaria humana. “Lo que entra en el océano entra en esos animales y llega al plato de comida. Así de simple”, sentenció el Dr. Eriksen.
De fuentes territoriales llega al océano el 80 por ciento de las partículas de plástico (Pnuma, 1995), la mayoría de los cuales no se puede quitar del agua en razón de su pequeñez y abundancia. La solución del problema consistiría en reciclar en tierra los restos de plástico antes de que se internen en el mar, pero actualmente sólo se procesa del 3 al 5 por ciento del desecho. Más de dos tercios de la superficie terrestre están cubiertos por océanos y mares interconectados. El problema es global.
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