Dom 20.01.2002

CONTRATAPA

Noblezas

› Por Juan Gelman

El gobierno Bush hijo amplía rápidamente su presencia militar no transitoria en Asia Central y ahora en el sudeste asiático: anunció el envío de tropas de elite a las Filipinas para combatir a la guerrilla Abu Sayyaf que –afirma Washington– está relacionada con Al-Qaeda. El viejo colonialismo justificaba su expansión rapaz con nobles intenciones: civilizar a los pueblos de los países atrasados, aportarles los frutos de la democracia occidental, elevar sus niveles de vida y de cultura. El argumento ha sido reemplazado por otro más terrestre, la “guerra contra el terrorismo”, que tampoco basta para ocultar el veloz establecimiento de un dominio apoyado sin recato en las armas y cuya dimensión no conoce antecedente en la historia universal. La globalización de la economía exige globalizar la represión. Así lo proyecta el imperio, servido por sus vasallos, y también mira hacia el Africa.
El objetivo a la vista es Somalia. En la primera semana de este enero se duplicaron los vuelos de observación de su territorio que llevan a cabo aeronaves de Francia, Gran Bretaña y de EE.UU. sobre todo: pasaron de dos a cuatro o cinco por día. El 2 de enero el gobierno alemán ordenó el envío de seis buques de guerra al océano Indico para patrullar las aguas de ese país del Cuerno de Africa. En el vecino mar Arábigo pululan de 30 a 40 unidades de las marinas de guerra de EE.UU, Gran Bretaña, Francia, Italia, Canadá, Australia. Desde el fatídico 11 de septiembre se ha incrementado la actividad de los servicios de inteligencia en territorio somalí. El secretario del Pentágono, Donald Rumsfeld, asegura que grupos afines a Bin Laden están nomás en Somalia, y su subsecretario, el superhalcón Paul Wolfowitz, afirmó que “es un país virtualmente sin gobierno en que ya hay cierta presencia de Al-Qaeda”. Parafraseando a Lichtenberg: hay gente que cree que todo lo que dice con cara seria es razonable.
Los reconocimientos aéreos no detectaron campos de entrenamiento de presuntos terroristas en Somalia, señaló el Washington Post del 11 de diciembre último; agregaba: “La organización islamita al-Itihaad alIslamiya, que la administración Bush dice que tiene lazos con Al-Qaeda, no es para nada visible desde que fue aplastada por tropas etíopes hace cuatro años, manifestó un experto en seguridad regional”. Randolph Kent, coordinador residente de las Naciones Unidas para Somalia, advirtió por su parte: “No hemos observado ninguna conexión entre al-Itihaad y Al-Qaeda. No hemos visto evidencia alguna de la actividad terrorista que tanto excita al mundo”. Son detalles, claro, y no hay por qué exigirle a Bush hijo, hombre delicado que se desmaya comiendo una galleta, que encima sea detallista.
El lector podría preguntarse acerca del porqué de semejante interés imperial en Somalia, uno de los países más pobres del planeta –150 dólares anuales de ingreso per cápita–, desgarrado por la hambruna, roto en decenas de feudos acaudillados por señores de la guerra y sus milicias armadas, con un territorio al norte –Somalilandia– que se autosegregó de Mogadiscio. Acontece que hay petróleo. Acontece luego que hace más de diez años que consorcios yanquis del ramo esperan “la pacificación” del país bajo un gobierno central y controlado para explotar concesiones que, según algunas fuentes, ocupan dos tercios del territorio somalí.
Bajo la macabra dictadura de Siad Barre, que Washington apoyó incondicionalmente con armas y dinero, gigantes petroleros como Phillips, Conoco, Amoco y Chevron obtuvieron concesiones que comenzaron a explorar con intensidad a fines de los años ‘80. Con buenos resultados. Geólogos del Banco Mundial que en 1991 realizaron un estudio sobre la posible existencia de yacimientos del hidrocarburo en ocho países africanos anunciaron que Somalia está situada en una cuenca petrolera que “abre grandes perspectivas para la explotación de gas natural y petróleo”. Pero la fiesta quedó en preparativo. Barre fue derrocado ese año por FarrahAidid, un caudillo no muy amigo de Occidente, y estalló una guerra civil de proporciones.
En l992, con un pie afuera ya de la Casa Blanca, Bush padre ordenó el envío de más de 20.000 efectivos militares a Somalia en otra “misión humanitaria” que Bill Clinton se encargó de ejecutar. El propósito declarado de la misión: garantizar que la ayuda alimentaria llegara a 2 millones de somalíes asediados por el hambre. Pero los grupos de tareas estadounidenses no estaban allí para dar de comer a los hambrientos, sino para liquidar a Aidid. El 12 de julio de 1993 helicópteros yanquis atacaron con misiles una reunión de partidarios del alzado matando a unos 60 ancianos e intelectuales, muchos de ellos moderados, que procuraban acuñar los términos de un arreglo pacífico en el marco de las Naciones Unidas. Como señaló Mark Bowden en el “Philadelphia Inquirer”: “Ese 12 de julio el clan de Aidid declaró oficialmente la guerra a EE.UU., un hecho del que muchos estadounidenses no tomaron nota”. Luego de la llamada batalla de Mogadiscio, en la que murieron 18 marines y unos 500 somalíes que querían impedir la detención de Aidid, Clinton se tuvo que retirar. Las aspiraciones petroleras quedaron postergadas.
El l8 de enero de 1993 Los Angeles Times informaba que Somalia “podría, en opinión de geólogos y fuentes de la industria, producir cantidades significativas de petróleo y de gas natural si la misión militar de EE.UU. restaurara la paz en la empobrecida nación del Africa oriental”. Conoco, Chevron, Maxus, Hunt Oil, Phillips Petroleum, Agip, Amoco y Pecten esperan hoy exactamente lo mismo.

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