› Por Sandra Russo
A lo mejor porque él representa, en lo más íntimo, el máximo exponente de la fidelidad a una idea, es que me cuesta tanto escribir sobre Fidel. Tengo una foto que busqué para anclarlo en mi zona de escritura posible, ya que él pertenece también a un territorio personal de escritura imposible.
En esa foto, tomada en Santiago de Cuba un mediodía de sol rabioso, estoy de 26 años y tengo un pañuelo blanco en el cuello, como las decenas de miles de personas que había allí. Estoy dándome vuelta y mirándolo a él, que hablaba y hablaba como hablaba siempre, tan jugoso. Esa es mi foto con Fidel. Hay bastantes hileras de sillas con invitados especiales entre él y yo, pero es lo más cerca que lo tuve. Esa foto puede ser enmarcada por alguien que nunca enmarca fotos.
Hace años que Fidel había bajado rengueando desde el Olimpo, porque uno, ya se ha dicho, ya se ha escrito, si pudiera elegir, no elegiría Cuba como lugar de residencia permanente. Pero hay amores que tampoco son para residencia permanente. Hay pasiones que incluso de lo que se alimentan es de entreabrirse y volver a cerrarse.
Hoy no pensamos en Fidel como pensábamos cuando creíamos en el camino de la revolución. Hoy él ha dejado de ser el que forjó sobre la mata espesísima de la Sierra Maestra un modelo político inimitable, irrepetible, maravilloso, justo. Pero eso fue lo que fuimos comprendiendo con los años, mientras él envejecía y los que lo odiaban iban demostrando que no creían en ninguno de los valores que invocaban.
Cuba es la poesía en un mundo que ha perdido el habla. La isla ha sido declarada por la Unesco “país libre de analfabetismo”. Y uno se pregunta: ¿y si fuera ése el objetivo de un pueblo? ¿Y si todo el poder político fuera utilizado en una sociedad para que sus niños y sus niñas tengan padre y madre con trabajo, casa, salud, escuela? ¿Suena descabellado, exagerado, zurdo, y en todo caso, por qué suena descabellado, exagerado o zurdo celebrar con emoción y palabras mayores a una revolución que les dio voz y conciencia a todos sus habitantes?
Y ésa fue su obsesión, su criatura. Fidel fue fiel como nadie fue fiel en el último siglo a una intuición ideológica, sostenida racionalmente pero sustentada desde lo más libidinal de un pueblo. Fidel soportó. Luchó. Durante décadas tuvo que seguir haciéndolo en todos los terrenos, porque estuvo solo en América latina.
Fidelidad, infidelidad. Van a lo íntimo. Pero lo íntimo no es sólo esa membrana de nosotros sobre la que van a parar los amores y los amoríos con otros hombres y mujeres. Lo íntimo incluye, en uno de sus pilares más escondidos, qué te mueve a la acción, qué te indigna, qué te es insoportable, y también qué gusta, qué te tienta, qué entusiasma. Lo más íntimo de todo debe ser lo que te deja en paz con tu conciencia.
Fidel fue fiel a sí mismo, y a Fidel le fuimos fieles los que en lo más íntimo de nuestros pellejos entendemos que en Cuba hay algo de lo mejor de todos.
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