Sáb 01.03.2008

CONTRATAPA

La corrupción del modelo

› Por Osvaldo Bayer

Desde Bonn, Alemania

El oro destruye más que la pólvora. Los alemanes están deprimidos. En el país considerado el más organizado del capitalismo y donde la ética parecía mantener sus principios, han ocurrido sucesivos casos de corrupción increíbles. El “caso Zumwinkel” dejó a todo el sistema en su absoluta desnudez. El director de Correos en Alemania, una especie de ministro de Comunicaciones, demostró que para él el dinero era su máxima vocación. Hizo negocios por millones de euros y los depositó en Liechtenstein, el pequeño Estado europeo que juega el mismo papel en Europa que las islas Caimán en América. Lo que se gana en negro y en blanco se deposita allí y no hay que dar ninguna explicación y no pagar ningún impuesto.

Claro, los ávidos de dinero se creen todopoderosos. Pero siempre hay alguien de sus filas que los traiciona o que denuncia, por dinero, claro.

Es lo que pasó en el caso Zumwinkel. Un empleado de uno de los bancos de Liechtenstein, o mismo algún integrante del directorio, pasó al servicio de investigaciones alemán un CD con los nombres de los anónimos depositantes millonarios. Pero para entregar ese disco exigió más de cuatro millones de euros y, además, que jamás se diera a conocer su nombre. Luego de muchas discusiones entre los responsables, se accedió a pagar ese dinero. Y la olla podrida estalló ensuciando a todo el sistema. Actualmente, la fiscalía general alemana ha comenzado la investigación de setecientos acaudalados empresarios. Más de 3400 millones de euros se habrían depositado en Liechtenstein ignorando el deber impositivo.

La reacción de la sociedad fue estupor y vergüenza. Se ha llegado al límite. El sistema comenzó a temblar. Y surgió la pregunta: ¿Es imposible frenar la sed de riqueza de los ricos? Riqueza significa, por cierto, más poder. Y más poder para una minoría significa menos democracia para todos.

Después del delito del altísimo funcionario Zumwinkel que fue precedido por una serie de sorprendentes casos de corrupción en grandes empresas como Siemens y Volkswagen, la nunca enmudecida del todo trompeta de la ética sonó alto. Así no se puede seguir. Lo dice muy claramente el economista Heribert Prantl en la editorial del diario Süddeutsche Zeitung, enumerando la inmoralidad reinante en los últimos tiempos. Señala: “Todo se ha ido sucediendo como un rosario del desastre: ahí están los managers con sus frívolos sueldos, los consejos de supervisión que no supervisan nada, los bancos estatales que no se preocupan más en nada sobre el bien de la comunidad, los directores a los cuales les importan mucho más sus propias acciones que los problemas de sus dependientes. En vista de la conjunción de todos esos síndromes olvida la opinión pública las diferencias éticas. Ya no distingue más entre los astutos, los ávidos y peligrosos, los especuladores y los infieles; los que no pagan impuestos y los que estafan con los impuestos, los sólo exagerados, los obsesionados de trabajo, los inmorales y los realmente criminales. La imagen que se saca en conclusión de los Schrepps, los Zumwinkel y los Hartz (tres altos empresarios protagonistas de los últimos negociados delictuosos) forman en conjunto para formar la imagen de la desvergüenza”.

Y más adelante advierte: “El caso Zumwinkel tal como se muestra hasta ahora es un ejemplo de la erosión de la conciencia normativa que debe regir en la economía. Este caso es tan ejemplar como cuando se produjo el escándalo por las donaciones a los partidos políticos”. Y después se critica con toda razón las amnistías que el Estado otorga de tanto en tanto a los que envían su dinero al exterior para no pagar impuestos, con tal de que lo traigan nuevamente al país. Con esto se castiga a los que cumplen con la ley y que pagan religiosamente año tras año lo ganado honestamente. Vale el principio: peca, total después te arrepientes y serás perdonado y entraremos todos juntos al paraíso.

Es triste eso de ver cómo el Estado les hace la corte a los pecadores para que vuelvan al redil.

Y sigue diciendo el diario de más tiraje de Alemania, estas sorprendentes frases de pura honesta indignación: “Se está escribiendo mucho sobre la división de la sociedad: la brecha entre pobres y ricos está cada vez más abierta. Pero lo que no se dice es que también esa distancia es cada vez más grande entre ricos y ricos. Ambas brechas, ambas diferencias ponen en peligro la paz interna”.

Y termina con estas palabras que lo dicen todo: “Detrás de toda la indignación, entre la crítica justa y la injusta a políticos y ejecutivos empresarios, se esconde ante todo un anhelo: el sueño de modelos arquetípicos y valores, de poder sostenerse en algo ético. El caso Zumwinkel es un insulto contra ese anhelo. La seguridad interior no se guarda solamente con parágrafos de leyes, con más policía y castigos penales. La justicia interior es el resultado de una confianza básica en las personas que conducen un país. Esa confianza básica es destruida por todos los que se comportan como el poderoso Zumwinkel”.

Lo transcribimos porque está muy claro. Y es de un diario “burgués” y no el discurso de algún revolucionario. Es que se han dado cuenta de que así no puede seguir, el capitalismo se desata cada vez más, y para mantener la calma en la sociedad hay que, por lo menos, intentar portarse bien y cumplir con las leyes ya de por sí muy generosas para los que aspiran a tener más y no compartir.

Es que al mismo tiempo que se descubren estas puñaladas por la espalda a quienes trabajan y que a ellos sí se les descuentan los impuestos automáticamente y no van a pasar sus vacaciones pagas a Liechtenstein, el paraíso del fraude legal, han ocurrido en estos días noticias que dejan en claro la crueldad de este sistema de la llamada “economía de mercado” o capitalismo social. En esta semana la fábrica de automóviles de lujo BMW dio a conocer la resolución que va a dejar cesantes a 8100 obreros y empleados. A pesar de haber obtenido una ganancia anual durante los últimos años de 3700 millones de euros, según datos oficiales. La gran empresa de productos de consumo Henkel anunció que en los próximos tres años va a dejar cesantes a 3000 empleados y obreros, a pesar de una ganancia declarada de 921 millones en el 2007. La medida se toma para “abaratar” la producción. Por su parte, Siemens el martes pasado dio a publicidad la decisión de cesantear a 5000 trabajadores porque ha desistido de seguir en la fabricación de material telefónico debido a errores tecnológicos. Así de simple. Todo se soluciona cortando por lo más delgado. Si hay que ahorrar, se recurre a las cesantías, no a rebajar los altísimos sueldos de sus ejecutivos, o reduciendo las ganancias de sus dueños y sus accionistas. No, se le pega un puntapié al obrero, una patada suave, por supuesto con indemnización, claro. Pero no es el caso que se los tire al tacho de basura. La regulación debe ser el principio humano y no la ganancia. Hemos visto hace poco las lágrimas y la rabia de los trabajadores que quedan cesantes en la fábrica de handys Nokia. Porque no es el caso que se cumpla con “la ley” sino también tener en consideración cada una de esas vidas que otra vez se ven obligadas a ir a golpear puertas y vivir de la limosna del Estado ya en calidad de desocupado.

La otra pregunta es: ¿por qué Europa permite el “oasis” Liechtenstein y otras “islas” similares para depositar capitales y rehuir impuestos y no exige terminar por fin con esos centros del egoísmo y de la traición de las leyes de todo el continente? ¿Por qué Estados Unidos permite las “libertades” similares (sólo para los acaudalados del dinero en negro) en las islas Caimán y otros lugares? ¿No es la libertad para delincuentes? No está eso contra toda norma de legislación internacional? Pero eso sí, bombardea Irak y ocupa Afganistán por razones “políticas”.

Y vamos a finalizar con las palabras de Robert von Heuzinger, en la editorial del Frankfurter Rundschau. Dice claramente: “Ningún guionista de cine podría contar una historia mejor que la realidad alemana. Una democracia admirada por su estabilidad y su bienestar ha sido asolada por el neoliberalismo que amenaza con hacer estallar el consenso social”.

El oro destruye más que la pólvora.

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