CULTURA
› EL PENSADOR Y ESCRITOR NOE JITRIK ANALIZA EL NUEVO ORDEN MUNDIAL
“Asistimos a un cambio de civilización”
“La brutalidad de la invasión a Irak implica un acto de siniestra franqueza respecto de lo que Estados Unidos considera que no va más”, define Jitrik, quien equipara esta guerra con los cambios que produjo Atila en el siglo V en Europa. Además, analiza el papel de los medios y las movilizaciones.
Por Angel Berlanga
La originalidad, la búsqueda de no repetir lo ya dicho, es un asunto desvelador para Noé Jitrik, nacido en La Pampa en 1928. Por eso este novelista y ensayista confiesa que se pone tenso cuando escucha o lee “las ristras de calificativos condenatorios” que superponen hoy los críticos de la cruzada imperial estadounidense sobre Irak. “Apenas se insinúan conversaciones sobre el asunto los lugares comunes empiezan a brotar... Yo incluso hasta prefiero no hablar mucho con la gente”, confiesa en su departamento del noveno piso de un edificio ubicado en la calle Viamonte, en el centro de la ciudad de Buenos Aires. En este lugar, curiosamente, no se oyen los motores destemplados de los colectivos y puede experimentarse la impresión de que el caos de la vereda quedó lejos.
–¿Está en desacuerdo con el modo en que está contada esta guerra?
–La forma de contar la guerra viene de lejos y está ligada al desarrollo de los medios, a sus capacidades. Durante la guerra de Vietnam ya se exponían, especialmente, las incidencias más feroces y escabrosas, y uno se preguntaba por qué. Se mostraban incluso los excesos estadounidenses. Eso deviene en un espectáculo que se ofrece como mercancía de consumidores de imágenes. En el que mira se produce un curioso desdoblamiento: la noción de horror que se puede suscitar se atenúa en función de la eficacia de la imagen. Se produjo una especie de competencia entre los medios visuales y escritos para estar al frente de la guerra y crear a la vez nuevas historias: las de los periodistas. La muerte de los periodistas, y aun el accidente de los dos argentinos, son como historias sobrepuestas a las de la guerra, que parece no haber comprendido lo que los medios estaban haciendo. La muerte de los periodistas en el Hotel Palestine sintetiza estas relaciones complejas entre guerras y medios audiovisuales, sobre todo. A esto luego se le sobreponen las estrategias de cada medio en su contexto. Pretender que un medio controlado por los norteamericanos sea favorable a los iraquíes es pensar utópicamente, ¿no? Los árabes, Al-Jazeera, parecen haber intentado una cosa más objetiva, pero también estaba transmitiendo para su público. Es absolutamente lógico que cada medio haya actuado en relación con los intereses que encarnaba. Por poner otro ejemplo: la televisión francesa, estatal, tenía el aire de un nivel intelectual muy alto, de analizar las cosas con una extraordinaria flexibilidad y aptitud. Quienes critican a la CNN y evocan la objetividad de los franceses pasan por alto que esa televisión está condicionada por la política del gobierno y sus intereses.
–¿Y el contraste con la historia oficial? Irak era una gran amenaza, con armas químicas, de destrucción masiva, con un ejército de más de 400.000 soldados... Ese argumento inicial quedó en poco o nada. Ahora dicen que las armas químicas las tiene Siria.
–Habría que matizar un poco la lógica de la emisión del mensaje, a quién se dirige, qué trata de probar. 400.000 hombres: quizás estaban, o no; inverificable. Este hecho está enunciado. Pero lo que actúa sobre la opinión pública del mundo no es ese hecho: son otros, y por vía muy directa. A lo mejor para los americanos es más eficaz mostrar a un tipo mutilado que a toda la parafernalia técnica tan perfecta que tienen. La CNN mostró eso. En las imágenes quietas de los primeros días en Bagdad, se nos decía que estaban bombardeando, veíamos taxis circulando y gente, las luces a lo lejos, pero no el efecto de las bombas. ¿Sobre qué imaginario estaba actuando eso? Borges decía que la obra de Lovecraft no lo convencía porque sobreabundaba en expresiones tales como horrible o espantoso; no es con eso que se consigue la sensación de terror. Según Borges, esa sensación la da mejor Henry James con apenas un latido: el lector/espectador siente el temblor de algo que no puede definir. La palabra espantoso aparecía ya no en el texto sino en quien está leyendo. Bagdad semi-incendiada, pero con la vida corriente, crea una perspectiva, hace pensar en lo horrible que puede estar pasando. La estrategia informativa del Pentágono es decir “fíjense lo que podemos hacer, estimen los alcances”.
–¿Esas primeras imágenes de Bagdad, similares a las de la primera Guerra del Golfo, fueron contrapuestas deliberadamente con la crudeza de las imágenes de los iraquíes muertos y mutilados?
–Evidentemente, hay una estrategia comunicativa, en la que el contraste es un elemento fundamental. “Mostremos un poco de esto y otro poco de esto”, aunque no se lo haya dicho en estos términos tan crudos.
–¿Y qué le produce encontrarse con estas estrategias? Porque más allá de estrategias, ahí están los cadáveres.
–¿Hasta dónde, honestamente, se admite el horror del otro? Hay un límite, porque si no lo hubiera hay que fundirse con el otro, y eso es pedir demasiado. Mantenemos una distancia, que se asume por la calificación; cuando calificamos de manera vehemente se restablece una especie de equilibrio interno. De decir: “No me puedo identificar con el pobre iraquí que está destrozado en la calle, pero digo que es una barbaridad, y una cosa dentro de mí más o menos se restablece”. El ser humano, por principio, sobre todo quiere seguir, aunque esté muy conmovido por la muerte de los demás. Pero esto es precario, porque el bombardeo de imágenes obliga constantemente a hacer este mismo trabajo, y entonces hay gente que tiene un discurso muy calificativo todos los días, semanas y semanas, que parece muy coherente, porque siempre está acusando, atacando. Por otro lado, cuando uno se da cuenta de algo mediante la reflexión, o por cierta información que no tenía, se produce la aparición de algo que se cree nuevo, hay incluso un momento de alegría: “Me di cuenta de algo”.
–¿De qué se dio cuenta?
–No, mire... Mis predicciones sobre este asunto fallaron: pensé que no llegarían a la guerra. Del análisis que había hecho me quedó algo: no termino de entender el alcance, la motivación concreta y real. Todos los argumentos de tipo económico me parecen intercambiables, no me parecen sólidos. Esta guerra me parece de una estupidez rayana con la demencia. Entiendo la guerra del ’14-’18, por las pretensiones territoriales del imperio austro-húngaro, y la del ’39, cuando los alemanes se estaban por tragar todo. Lo ilógico de esta me remite al episodio de Sopa de ganso, cuando un embajador de otro país no lo saluda a Groucho Marx y él, entonces, dice “¡Es la guerra!”
–“Quieren apoderarse del petróleo.” No lo convence ese argumento.
–No, porque lo han conseguido siempre de otro modo. Si poseen el control del petróleo de casi todo el mundo, ¿por qué no lo conseguirían del propio Saddam? Es otra de las maneras de tratar de estar tranquilo con la explicación, y de no aceptar lo que puede ser realmente delirante en todo esto. Tampoco puedo pensar que se trata de un grupo de dementes que están apretando los botones de la bomba atómica porque se les canta. Tengo la idea de que son como los protagonistas de un cambio de civilización. Como si ellos oscuramente hubieran advertido que ciertos valores de la cultura y de la civilización a los que estábamos hechos ya han perimido, y entonces decidieran terminar con ellos. No lo hacen argumentativa o filosóficamente: crean un hecho que implica un no retorno a cierto tipo de valores. Es como si la brutalidad de la invasión a Irak implicara un acto de siniestra franqueza respecto de lo que ellos consideran que no va más.
–¿Y esto sería...?
–Los viejos hábitos, autonomías, sentimientos nacionales, particularidades culturales. El viejo desorden, que para mucha gente es tan extraordinariamente poético, y probablemente lo sea. Me parece que el mundo no va a ser el mismo en este sentido de la civilización. Más o menos como cuando los bárbaros, Atila y compañía, llegaron a Roma: el mundo cambió.
–¿Qué es lo que este nuevo orden puede sepultar?
–Por un lado está la noción de utopía, visualizable o irrealizable: la de la autonomía, la nacionalidad, la peculiaridad. Están las utopías realizables, como la política petrolera de Lázaro Cárdenas en México, y están las utopías teológicas, de países organizados alrededor de una idea de Dios, que me parecen irrealizables a la corta o a la larga. Por otro lado está el realismo de lo que ya se tiene, que es estrictamente el criterio estadounidense. Han logrado acumular tanta riqueza, tanto capital, del que participan tantos millones de personas, con una convicción casi metafísica de lo que es eso, y no quieren renunciar a nada, y tampoco sentirse amenazados. Yo creo que ése es el enfrentamiento.
–¿Qué lectura hace de las movilizaciones en distintos lugares del mundo, esa especie de respuesta a la globalización neoliberal? Las corrientes del Foro Social confluyeron con quienes se pronuncian contra la guerra.
–Esa asociación, la del Foro social y la de los movimientos antibélicos que se dieron en todo el mundo, indicaría que grupos importantes de gente habrían intuido la marcha de la historia. Como si hubieran dicho “tengo que salir a la calle, y expresar con mi persona que estoy en contra”. Esto es una cosa, y lo otro es lo que se dice. Esto otro, el tratar de expresar, tiene para mí un carácter histórico. No porque vayan a detener el conflicto sino porque son interpretantes de un fenómeno profundo: millones de personas en el mundo perciben intuitivamente, fuera de las declaraciones, este giro de la historia. Y están diciendo “no me gusta”. Es un dato importante para tener en cuenta, para saber que aunque no se utilicen las mismas palabras, lo que anda por debajo es más o menos semejante en mucha gente. Y es probable que aparezca también en otros planos del discurso, en ciertas expresiones verbales, en la literatura, el cine, el arte, e incluso en la política.
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