Jue 22.05.2003

CULTURA

“Asistimos a un momento histórico: va cayendo el telón del menemismo”

El escritor Tomás Eloy Martínez, que está presentando aquí su nuevo libro,” Réquiem por un país perdido”, explica por qué cree que el presidente electo puede encabezar una transformación histórica.

› Por Verónica Abdala

Tomás Eloy Martínez está acostumbrado a escribir la Argentina desde la distancia, con la claridad del que mira desde lejos y la familiaridad de quien se sabe parte. El suyo ha sido siempre –sobre todo a partir del momento en que debió exiliarse en 1975, perseguido por la Triple A, para asentarse después en el exterior, voluntariamente– un sostenido esfuerzo por entender y narrar este país, los bemoles de su historia contemporánea. Su obra periodística y narrativa puede leerse también como una meditación sobre las formas y sentidos del poder en la Argentina, tanto desde la reconstrucción de episodios políticos puntuales que dieron forma a libros y artículos, como desde los entramados que tejió su imaginación en la ficción. Es que incluso los personajes que inventa suelen recortarse sobre el trasfondo de la Historia colectiva. “Ningún escritor puede quedar al margen de su tiempo”, afirma.
“Estamos naciendo a una época nueva”, se entusiasma el escritor, consultado sobre este momento de transición política, recién llegado a Buenos Aires, para acompañar el lanzamiento de Réquiem por un país perdido (Editorial Aguilar), que recopila algunos de sus mejores ensayos. En su opinión, el país despierta por estos días de un largo y costosísimo sueño, que debería marcar el inicio de su adultez como nación. “Aunque, para ser más precisos, habría que decir, en lugar de sueño, pesadilla”, apunta.
–¿Le simpatiza Néstor Kirchner?
–Me simpatiza cualquiera que tenga intenciones serias de sacar este país adelante. Al único que jamás hubiera votado es a (Carlos) Menem, artífice de un estilo de política que resultó terriblemente nocivo para este país. Frivolidad, corrupción, quiebre de las normas y personalismo son disvalores que introdujo y que quedaron fundidos con su nombre.
Desde la casa que habita junto a su hija menor, Sol Ana, en Nueva Jersey, el escritor siguió atentamente las últimas elecciones presidenciales, con la certeza de que el resultado de los comicios, y la posterior y bochornosa renuncia de Menem, aparecían como los indicadores más evidentes del fin de una era y el comienzo de otra.
–¿Imaginaba el desenlace previo al ballottage?
–De Menem se podía esperar casi cualquier cosa. Siempre se le permitió todo, y él creyó que tenía derecho a todo. El final fue coherente con la forma en que obró siempre. La cultura que instauró el menemismo le hizo a este país un daño tremendo.
–¿Cómo se debe interpretar el hecho de que muchos de los ensayos reunidos en Réquiem... escritos algunos de ellos hace diez o quince años, tengan todavía tanta vigencia? ¿La Argentina está parada siempre en el mismo lugar?
–No, se mueve a mucha velocidad.
–¿Avanza o retrocede?
–Yo creo que evolucionamos. La ciudad también se transforma velozmente. Los que venimos de vez en cuando somos más conscientes de los cambios. En fin, creo que hay cierta esencia que, a pesar de que pase el tiempo, no cambia.
–¿Por ejemplo?
–El peronismo sigue siendo el de siempre, pese a que sus tres principios básicos (justicia social, soberanía política e independencia económica) están perimidos hace mucho tiempo. El estilo, el lenguaje e incluso el autoritarismo del peronismo siguen tan vigentes como siempre. Eso permite que un libro como éste pueda publicarse con absoluta vigencia.
–En diciembre se cumplen veinte años de democracia en la Argentina. ¿Qué balance hace usted de este período de la Historia?
–Hasta acá hemos vivido en una democracia en transición, que recién ahora aparece más o menos consolidada. Estamos recién en este momento despertando en la adultez. El título de este libro alude precisamente al despertar de ese sueño de grandeza. Hay una Argentina que se está yendo. Asistimos a un momento: va cayendo el telón del menemismo, y con eso seinicia una nueva etapa. Aprendimos a los golpes, con los militares, con los errores de Alfonsín, con la hiperinflación, con espejitos de colores de la convertibilidad, los cerrojos del corralito, la violencia. A eso hay que sumarle que en estos últimos tiempos hemos aprendido a convivir con una realidad latinoamericana que creíamos ajena, y que no tienen nada que ver con el país europeo que creíamos ser: la inseguridad, las muertes de chiquitos por desnutrición, la incertidumbre laboral, el analfabetismo creciente etc... Las hemos asumido como verdades y de este modo comienza nuestra madurez. Ahora tenemos mayor conciencia de lo que queremos.
–Dos ideas fuertes del libro son 1) que la Argentina tiene dificultades desde siempre para asumir su verdadera identidad –“Nos creemos más de lo que somos”– y 2) que cuesta entender el presente: usted afirma que siempre estamos rememorando las gloriosas épocas pasadas o imaginando un improbable porvenir. ¿Cree que Argentina vive un estado permanente de irrealidad, de autismo?
–Es que fíjese en los eslóganes que nos vendieron: la “Argentina Potencia” de López Rega, la Argentina jamás atada al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra, mito que se acaba con las Malvinas, la Argentina del “Primer Mundo” que nos vendió Menem y quisimos creer, ciegos y sordos. La Argentina-Maradona. Todos esos fueron triunfos individuales que creímos triunfos colectivos, mientras que en realidad durante todo este tiempo hemos estado sumidos en la mayor de las catástrofes. Alegrémonos de lo bien que nos va, pero no creamos que el éxito de algunos pocos significa la resurrección del conjunto.
–Está clara la responsabilidad de la clase gobernante. ¿Hasta qué punto la sociedad es coautora de la debacle?
–La sociedad de este país está muy por encima del nivel de los políticos que le ha tocado soportar en las últimas décadas. Los culpables no son los ciudadanos que padecen sino quienes ejercen el poder. Lo que pasó aquí fue que se forjó una tradición según la cual el bien individual está por encima de las instituciones y del bien común. La renuncia de Menem es el ejemplo más claro de esto. Ahora nos toca forjar un país nuevo.

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