Mié 11.06.2003

CULTURA

“La política relegó a la cultura a un rol ínfimo”

Horacio Salas, flamante director de la Biblioteca Nacional, encara una tarea mayúscula: resolver un atraso histórico, en infraestructura y en recursos humanos. Pero confía en encontrar apoyos.

Por Angel Berlanga

“Yo también imagino el paraíso bajo la forma de una biblioteca”, dice Horacio Salas citando a Jorge Luis Borges y la frase, enseguida, conecta con múltiples significados. Para este poeta, ensayista y ex secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, autor de más de 30 libros, su nombramiento como director de la Biblioteca Nacional implica estar a cargo de su paraíso posible en la terrenal Argentina. Pero en contrapartida, y desde hace décadas, los calamitosos recursos asignados condenan a este organismo, a sus funcionarios y a los lectores, a un surtido de padecimientos y contrariedades que no llevan a pensar justamente en el edén. “Las diferencias presupuestarias con otras bibliotecas del mundo son abismales”, apunta Salas, quien seguirá desempeñándose al frente del Fondo Nacional de las Artes, entidad que ocupa desde 1992.
Salas fue convocado el miércoles pasado por el secretario de Cultura, Torcuato Di Tella, y por la flamante subsecretaria, la licenciada Magdalena Faillace (cuya designación en el cargo apareció recién ayer publicada en el Boletín Oficial). Aceptó de inmediato el ofrecimiento. Todavía no sabe con certeza cuándo asumirá formalmente sus funciones, aunque supone que será esta misma semana. Autor de una biografía sobre Borges, autodefinido como borgeano y adicto a la lectura, ser nombrado en el cargo que el autor de Ficciones ocupó durante dieciocho años lleva a Salas a pronunciar las palabras “orgullo” y “satisfacción”.
–¿Qué planes tiene para la Biblioteca?
–Primero tengo que ver cómo están las cosas. Creo que la gestión de Silvio Maresca ha sido buena y habrá que acentuar cosas que se hicieron antes. Nunca llegué a ningún cargo con la idea de hacer tabla rasa hacia atrás, porque no creo en los cortes abruptos. Hubo varios directores recientes que fueron muy buenos, como Héctor Yánover, por ejemplo. Y otros que a lo largo del tiempo fueron excelentes: acabo de llamar a Dardo Cúneo para contarle de este nombramiento, que me llena de orgullo.
–Pero se supone que tendrá algunas pautas planteadas para su gestión.
–En la medida en que se pueda, hay que jerarquizar la Biblioteca. Yo he escrito, acaso con alguna exageración, que en Europa se dice que a los países se los conoce por sus grandes bibliotecas. Por eso París hizo su gran biblioteca, por eso Madrid amplió enormemente la suya, más allá de tener a pocas cuadras la del Instituto de Cultura de España, que tiene más de dos o tres millones de volúmenes.
–Sus comentarios vinculan directamente con el tema de los míseros presupuestos para la Biblioteca.
–Yo creo que hay mucha gente que está convencida de que la Biblioteca es importante. A esa gente, entonces, habrá que reclamarle apoyo. Sobre todo en este momento del país, donde la gente tiene una participación, creo que si se reclama apoyo las voces pueden llegar a ser más escuchadas que antes.
–¿A quién se refiere?
–A mí me interesaría hablar con empresarios argentinos para convencerlos. Así como alguna vez colaboraron con el traslado de la Biblioteca, que ahora colaboren para que no se venga abajo.
–¿Y no espera del Gobierno un aumento de los fondos?
–Sí, pero para eso hay que esperar al año que viene. Y yo creo que hay cosas que son muy inmediatas.
–En comparación con otras bibliotecas del mundo, partiendo de los 7.200.000 pesos que se le asignan anualmente a la Biblioteca Nacional, la diferencia es abismal.
–Las diferencias son abismales, por supuesto. El edificio de la Biblioteca Nacional de París, por ejemplo, es uno de los más modernos del mundo. O lo que se destina a la de Washington. Son bibliotecas con más de diez millones de volúmenes. El tema presupuestario es muy importante.Porque no es un problema elitista: la Biblioteca tiene que estar abierta a la gente, a los estudiantes. De hecho, está bastante abierta. Lo que pasa es que hay que ayudarla, porque tiene muchos empleados con remuneraciones muy bajas. Hay gente especializada que está trabajando desde hace muchísimos años por amor al libro, porque los sueldos son muy magros. Esto hay que reconocerlo y decirlo desde el primer día.
–Parece obvio que habría que incorporar personal.
–Sí, claro que sí. Hay que incorporar personal especializado.
–¿A través de concursos?
–Bueno, yo creo absolutamente en los concursos, y no en los nombramientos a dedo. Y además hay que pedir ayudas, no hay que tener temor a pedirlas.
–¿A qué tipo de ayudas se refiere?
–A los estudiantes de bibliotecología, por ejemplo. Hay que aceptar consejos de todas partes y escuchar a la gente que más sabe.
–Una pregunta inevitable: ¿por qué desde el punto de vista presupuestario las entidades culturales siempre son relegadas?
–Esto es clarísimo: porque los políticos argentinos desde hace muchísimo tiempo relegaron la cultura a un papel ínfimo, a un adorno. Muchas veces fue así. La cultura es un espacio al que hay que llenar casi por obligación. Yo creo que eso es un cambio cultural, advertir que la cultura también trae bienes materiales. Cuando los españoles advirtieron que cultura y turismo eran la misma cosa, dedicaron un presupuesto altísimo a cultura. Les volvió a través del turismo. Por eso España ahora inaugura nuevos museos, nuevas galerías. El Museo Guggenheim en Bilbao, por ejemplo: era una ciudad a la que no iba un solo turista, y ahora es una de las ciudades españolas más visitadas por el turismo, lo que enriqueció también la hotelería y todo lo que está alrededor del mundo cultural.
–Si bien Néstor Kirchner recién empieza su gestión, ¿qué intenciones o lineamientos rescata desde lo cultural?
–Yo creo que está bien: el equipo que nombró en Cultura, los nombres que están en este momento, son de gente de primera línea. A muchos de ellos los conozco e incluso trabajé con ellos: el caso de la subsecretaria Magdalena Faillace, o de Américo Castilla, que estaba en la Fundación Antorchas (ocupará la Dirección Nacional de Patrimonio, Museos y Artes), o de Francisco Bullrich, con quien trabajé cinco años en el Fondo Nacional de las Artes (y ahora se hará cargo de la Dirección Nacional de Políticas Culturales y Cooperación Internacional).
–¿Qué representa para usted haber sido designado en este cargo?
–Soy un fanático de la lectura. Más allá de mis treinta libros publicados soy un gran lector, es lo único que soy en mi vida. Y vengo peleando por la Biblioteca y por darle un lugar importante desde cada una de las tribunas en las que tuve la oportunidad de estar. Fui por primera vez a la Biblioteca cuando tenía doce años, al edificio de la calle México; fui a buscar unos Gráficos viejos, porque en esa época tenía una especie de fanatismo por la historia del deporte, y desde entonces ir a ese lugar fue un entretenimiento. Después, por mis investigaciones periodísticas, fui infinitas veces. En España, cuando estaba exiliado, también iba a una biblioteca. Al edificio nuevo lo conozco muy bien, lo recorrí de arriba abajo, porque escribí una historia de la Biblioteca y tenía las puertas abiertas; creo que soy una de las personas que conoce hasta el último subsuelo. Ocupar este lugar me llena de satisfacción.
–Más allá de lo reciente del nombramiento, ¿qué otras ideas tiene para el funcionamiento de la Biblioteca?
–Desde que salen, los libros tienen que estar mucho más rápido al servicio del lector. Esto se produce por razones múltiples, pero lo concreto es que se tarda demasiado. Hay que buscar la manera de que puedan estar catalogada la mayor cantidad de libros posibles.
–El director saliente, Silvio Maresca, dijo hace un par de meses que había que “construir” la Biblioteca, por la enorme cantidad de problemas operativos: decenas de miles de ejemplares sin clasificar, por ejemplo.
–Sus quejas contienen toda la razón del mundo. Trataremos de salir adelante con esto. Creo que a lo largo de los años la Biblioteca fue terriblemente descuidada: el solo hecho de que fuera diseñada en el año ‘60 y que se inaugurara recién en 1993 está indicando que los sucesivos gobiernos de distinto signo y las sucesivas dictaduras no miraron al libro jamás.

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