Sáb 05.07.2003

CULTURA  › “ARS HIGIENICA”, UNA RARA PIEZA TEATRAL DE CIRO ZORZOLI

Un ensayo sobre la civilidad

A partir de un manual de urbanidad y buenas costumbres editado en 1853, la obra reflexiona con humor sobre la pérdida de la individualidad.

› Por Cecilia Hopkins

Hacia mediados de los años ‘80, muchos teatristas jóvenes encontraron inspiración en textos de baja consideración artística o nula categoría literaria, iniciando una estrategia que aún se renueva entre actores y dramaturgos. En esa época comenzaron a recuperarse antiguos avisos publicitarios, olvidadas páginas escolares y breviarios informativos de décadas pasadas, con el objetivo de articular el juego actoral. Ya en Salsipuedes (1989) y también en Living, último paisaje (1999), el director Ciro Zorzoli abrevó de esas fuentes seleccionando retazos de folletines, diálogos cinematográficos y publicidades de los años ‘40 y ‘50.
Esta vez a partir de un manual de urbanidad y buenas maneras, editado en 1853 y firmado por un tal Manuel Antonio Carreño, Zorzoli compuso el texto dramático de Ars Higiénica, a modo de un dilatado prospecto instructivo que sus actores recitan con monocorde acento. A manera de introito, mientras uno de los personajes desinfecta el recinto, otro aprovecha el ingreso de los espectadores a la sala para disertar acerca de los modos de asistir a un espectáculo público con propiedad, sin temor a incurrir en actos de incivilidad y grosería. Con espíritu corporativo hace su aparición el resto de los personajes para consagrarse a la práctica, enseñanza y evaluación pública de los más diversos hábitos individuales y sociales, privilegiando los imperativos del aseo cotidiano, el “empleo honesto del tiempo libre” y el correcto código corporal a respetar en todo momento.
¿Quiénes son estos personajes que a lo largo de sus discursos congelan sus gestos remedando las ilustraciones o fotografías de antiguos catálogos explicativos? ¿En nombre de qué o de quiénes hablan? El lugar que ocupan frente al público también resulta sumamente ambiguo: las tres estructuras rodantes que toman el espacio, abarrotadas de recipientes enlozados y de vidrio, sugieren una atmósfera retro, asimilable tanto a una antigua sala de primeros auxilios como a la trastienda de un museo de ciencias naturales.
Este cuerpo de profesionales del buen tono intercala, entre las escenas centradas en el arte de la higiene y la profilaxis, otras que ejemplifican los pasos a observar en el trance de convertir un trozo de carne en unas curiosas albóndigas, con más valor simbólico que alimenticio. Algunos de ellos llevan al paroxismo su obsesión por la limpieza –uno lima las asperezas de las plantas de sus pies o limpia sus oídos, otra saca las pelusas del ombligo–, reforzando un discurso que se relaciona con la represión del comportamiento natural, mientras que otras ocupaciones –ejercicios individuales y grupales acerca de cómo desenvolverse en una sociedad altamente jerarquizada– discurren en torno a la pérdida de la individualidad y la mecanización del comportamiento. De esta manera, el espectáculo despliega una abundante variedad de escenas que versan sobre estos tópicos, algunas de las cuales resultan insuperables en ejecución y ritmo, como la comida que todos comparten en alocada partitura gestual.

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