Dom 20.07.2003

CULTURA  › ENTREVISTA A ANDRES RIVERA, QUE ACABA DE PUBLICAR UNA NUEVA NOVELA, “ESE MANCO PAZ”

“Paz fue un arquetipo moral, como no hubo otros”

El autor de “La revolución es un sueño eterno” rescata la figura del general José María Paz, “un hombre que escribía tan bien como Sarmiento”, y la contrapone a la de Juan Manuel de Rosas. El resultado: una obra contundente, con nítidos ecos en la actualidad y en la que quedan retratados o escrachados, según quién hable, dos modelos de país.

Por Angel Berlanga

“Paz fue, para mí, en el momento en que escribí la novela, un arquetipo moral”, dice Andrés Rivera, pausado, grave como siempre. Por una de las ventanas de su departamento, en un piso once del barrio de Belgrano, se ve el turbio Río de la Plata; por la otra alumbra el sol de esta tarde de invierno y cada tanto, con algún movimiento o con alguna frase, su mirada azul y dura se carga de brillo. Difícil que este escritor sonría en una entrevista. Desde hace años, Rivera está radicado, junto a su compañera Susana Fiorito, en Córdoba, donde levantaron una biblioteca popular, y anda por Buenos Aires para hablar de su último libro, Ese manco Paz, en los pasos iniciales de una gira que lo llevará por varias ciudades del país.
Ese manco Paz es una gran, hermosa, potente novela de un hombre que escribe cada vez más poéticamente. Tras La revolución es un sueño eterno, centrada en Juan José Castelli, el orador de la Revolución de Mayo, consumido por un cáncer de lengua, y El farmer, ese soliloquio resentido de Juan Manuel de Rosas en el exilio inglés, Rivera rescata la figura olvidada del general José María Paz, en la que constituye su tercera novela con próceres como protagonistas. El libro está organizado a partir de sucesivos capítulos titulados, alternativamente, “La República”, en el que Paz reflexiona, recuerda, pregunta, y “La estancia”, en el que Rosas hace lo propio. Ese “arquetipo moral” al que refiere Rivera se robustece a cada página con este contrapunto; en definitiva, qué tipo de país imaginó Paz, un general que muere pobre y solo, orgulloso de no ser ni unitario ni federal, y qué tipo de país forjó Rosas: cómo no ver a La Mazorca como antecedente de los grupos de tareas del Proceso, cómo no ver sus gestos demagógicos ante criollos y mestizos que van a morir por su hacienda en las gestas de clientelismo de los punteros políticos de hoy, y todo para que los “dueños de Buenos Aires”, como los llama Rivera, sigan siéndolo. El contrapunto entre los dos protagonistas es constante: Paz muere pobre y sin tierras, Rosas presume de su fortuna; Paz tiene respeto por sus soldados y combate en primera línea, Rosas los usa para consolidar su poder; Paz añora amorosamente a su compañera, Rosas denigra a las mujeres. “Rosas sigue estando en el centro de la política argentina”, dice Rivera.
–¿Qué ideas lo llevaron a meterse en esta novela?
–Con Ese manco Paz no me ocurrió lo que con otras novelas, esto que exigía Faulkner: impulso interior. Yo leí las memorias de Paz a comienzos de la década del 70 y supe, después de leerlas, que Paz era tan buen escritor como Sarmiento. Y ahí quedó. Comencé a escribir la novela el año pasado y, como todos los mamotretos que escribo, y por favor ponga “mamotretos”, me dio placer. Tal vez más que con otras obras de ficción que me publicaron. Paz fue un arquetipo moral. Influyó, seguramente, el mundo de corrupción en el que vivimos los argentinos.
–Usted subraya que el Paz de su novela es muy distinto al que realmente existió.
–No tienen absolutamente nada que ver. No es el Paz del que hablan sus contemporáneos, ni el que se describe a sí mismo en las memorias. Diría que no fue un desahogo, sino un placer duplicado, instalarme en ese Paz de la ficción; hablar de sus amores con Margarita Weild, que rozaban el incesto: finalmente, ella fue su sobrina. O escribir el Buenos Aires liderado por Rosas, el hombre agasajado por los mismos hacendados bonaerenses que llevaban en andas su efigie. Instalar a Paz ocho años en un calabozo del patrón de Santa Fe, Estanislao López: un feudo. Los feudos hoy existen. Y luego un año teniendo a Buenos Aires como prisión, en una situación digna de Sigmund Freud: Rosas instó a López a que lo fusilara, y cuando finalmente se lo entregó, Rosas no lo fusila. El Paz de la novela ya es un anciano: no sabe que va a morir. Paz muere fulminado por un derrame cerebral. Y habla, solo, como los viejos. Y yo llevé al papel lo que él habla.
–A usted Paz le cae muy bien.
–Exactamente. Por un par de razones. Paz fue siempre republicano. Belgrano pensó en una monarquía, y Paz fue soldado de Belgrano. José de San Martín estuvo a punto de marcharse de su exilio en Francia cuando estalló la revolución obrera de 1848; San Martín llegó al país con el grado de teniente coronel, y habiendo servido a las monarquías españolas. Los padres de Paz, en particular su madre, Tiburcia Haedo, fueron republicanos. Esa es una razón. La otra es que Paz fue el mejor táctico que nunca tuvo esto que se llama ejército argentino. Y que nunca tendrá. No mató, no torturó. No fue llevado a ningún tribunal, ni un minuto ni 20 años después, como ocurre hoy con altos oficiales del ejército, por crímenes contra personas indefensas. Un dato: los montoneros de Estanislao López lo capturan porque él no vivía en la retaguardia de su ejército; él ponía el cuerpo. Y porque su caballo no sabía correr boleado. Pero él iba a explorar las líneas enemigas. Difícil de encontrar a un hombre como Paz en los anales de lo que se llama la historia de este país. No es poco motivo para escribir.
–¿Qué puntos de relación hay entre usted y Castelli, Rosas y Paz?
–Desde el ángulo ideológico, yo estoy mucho más cerca de Castelli que de Paz, que en definitiva fue un republicano conservador. Con Rosas, el exilio: el Rosas de El farmer es viejo y está solo. Con Paz, su moral y su republicanismo. Y también está viejo y solo.
–Y en cierto modo es un exiliado, también.
–Cuando digo solo estoy aludiendo al exilio, claro. Esto es, no un exilio territorial sino, para citar a Sartre, un exilio existencial.
–En su novela, Paz se planta ante Rosas, no se somete.
–Creo que Rosas lo dice en un comentario: Paz no era unitario ni federal. Al igual que Sarmiento, aspiraba a que este país se convirtiese en una granja norteamericana, no en una colonia. Paz probablemente pensaba, al menos el de la novela, en los puritanos que descendieron del May Flower; pero aquí vinieron en los barcos del rey de España hombres encanallados, Mendoza murió de sífilis. Y sólo aspiraban a la hamaca paraguaya, a desflorar adolescentes indias y a gozar del oro que suponían iban a encontrar por lo menos en lo que hoy es la República Argentina.
–¿Qué imagina que podría pasarle a un lector que luego de leer su libro leyera las memorias de Paz?
–Si lee las memorias de Paz es un lector inteligente. Y adicto a la lectura como otros son adictos a la droga. Sabría distinguir entre las memorias de Paz y una obra de ficción.
–¿Está escribiendo alguna otra novela?
–Estoy escribiendo un libro de cuentos. Se titula Cría de asesinos. Me falta terminar el primer cuento, que es el último; los otros están escritos, sólo exigen que los corrija, y toda corrección es provisional; si tuviera tiempo volvería a corregir La revolución es un sueño eterno. Falta que lo meta en un cajón hasta el año 2004, si llego, y que lo lleve a la editorial para que los lectores de la editorial decidan si el libro merece publicarse.
–¿Por qué dice “si llego”?
–Porque voy a cumplir 75 años. Y no es una edad propicia para darse plazos.
–Usted dijo que algunas mujeres objetaban su tratamiento a lo sexual en sus novelas. ¿Por qué en sus libros lo sexual suele aparecer como un emblema de la denigración y del sometimiento?
–Este país, como muchos otros, regidos, manejados, controlados por los instrumentos de la sociedad burguesa, instaura eso que se llama los maridos golpeadores. El sexo se vuelve perverso. Yo abro La voz delinterior y lo primero que hago es ir a la página de policiales: nunca falta una violación. ¿Quiénes son violadas? Las mujeres. Yo no copio la realidad, pero la realidad está ahí. Y para terminar: el sexo es un episodio más de la dominación del hombre por la mujer. Federico Engels supo decir que el último esclavo en liberarse iba a ser la mujer.

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