CULTURA
“Además del Producto Bruto Interno importa el Producto Culto Interno”
Los escritores Juan Sasturain, Andrés Rivera, Silvia Silberstein, Griselda Gambaro, María Inés Krimer y Carlos Sánchez presentaron sus nuevas novelas, en el lanzamiento de un ciclo en el Malba.
› Por Verónica Abdala
Los seis escritores debían presentar sus nuevos libros, pero ninguno pudo, o quiso, dejar de hablar de la crisis argentina, y el modo en que afecta a los autores. La primera actividad del proyecto LiterAr, que ideó un grupo de editores con el objetivo de impulsar y difundir la narrativa argentina, reunió en la sede del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) a Juan Sasturain (Los sentidos del agua, de Sudamericana), Andrés Rivera (Para ellos, el Paraíso, y otras novelas, de Sudamericana), Griselda Gambaro (Ganarse la muerte, de Norma), Silvia Silberstein (Bajo el mismo cielo, de Sudamericana), María Inés Krimer (La hija de Singer, de Sudamericana) y Carlos Sánchez (Un viaje a Estambul, de Planeta). La escritora María Esther de Miguel, quien coordinaba la mesa, propuso una parte del criterio que imperaría al abrir la velada recordando que “en estos tiempos de sangre, sudor, dólares y lágrimas, es central no perder de vista que la cultura es determinante en lo que es el desarrollo futuro de los pueblos. Si estamos aquí, es por prepotencia de trabajo, como decía Roberto Arlt. Y por prepotencia de esperanza”. Dirigiéndose a la gente que llenaba la sala, agregó: “A nosotros, además del Producto Bruto Interno nos importa el Producto Culto Interno. Vivimos en tiempos en que lo importante es resistir, y nosotros desde aquí hacemos nuestro propio cacerolazo, el cacerolazo de los libros”.
Fue el marco ideal para que Gambaro se refiriese a continuación a la novela que se reedita ahora censurada hace 25 años, en uno de los hechos que originaron su exilio. La nueva edición incluye el decreto de la dictadura militar que la prohibía. “Si Ganarse la muerte sigue siendo actual –reflexionó la dramaturga– es porque remite a ese profundo malestar que parece perpetuarse indefinidamente en este país, ese malestar que ese libro refleja y con el que nos identificamos.” Para Gambaro, “la literatura es un placer, pero también debe ser un placer de lucidez. Es en este campo que pretende inscribirse este libro”.
Después de la intervención de Krimer –que subrayó que “nuestra responsabilidad, la de los escritores, es la de escribir libros que duelan”–, y de Sánchez, que habló brevemente de su obra, fue el turno a Rivera. “Antes que nada quiero advertirles que no voy a referirme a ninguno de mis libros, porque éstos están para ser leídos y no para que yo les hable de ellos. En todo caso, ustedes deberían hablar de ellos y no nosotros”, advirtió. Rivera prefirió utilizar sus minutos para reflexionar acerca de cuáles son las responsabilidades con la que, desde su punto de vista, debe cargar un escritor en este país. “Hacer caso omiso de ellas no tendría sentido. Empecemos por asumir que en la Argentina, todo aquel que escribe mantiene necesariamente una relación con el contexto político. Todos, queriéndolo o no, somos de algún modo novelistas políticos.”
Para Rivera, “insistir en esta profesión significa asumir nuestra condición de privilegiados. Es que en situaciones de devastación, como la de este país, escribir es un enorme, casi un infinito consuelo. El destino o el azar, como a tantos otros a lo largo de la historia, nos asignó una tarea, y en eso estamos. Podemos o no describir las ruinas. Pero no podemos olvidar que en cualquier caso hablamos por los que no tienen voz. Y esto que digo no es producto de la soberbia: es un hecho. Nuestras voces van a perdurar, y alguna vez nuestros hijos o nuestros nietos nos leerán como nosotros seguimos leyendo al facundo o al Martín Fierro. Esos no son libros neutrales, y ninguno de los que estamos aquí sentados querríamos que nuestros libros lo fueran. Y, de algún modo, todos somos novelistas políticos. Ni siquiera Borges pudo ser neutral, lo que prueba que eso es imposible”, dijo.
Sasturain, por su parte, se refirió a la génesis de su impecable nueva novela. Que comenzó a tomar forma en 1990, a partir de un encargo de la revista Cambio 16, que creció y modificó su forma original en una edición de la Universidad de Guadalajara y que volvió a cambiar dos años después, cuando fue incluida en la colección La muerte y la Brújula, de Aguilar-Clarín. “Recién entonces, este novela empezó a ser lo que es”, explicó. “Si esta historia tuvo y tiene un sentido, debo decir que es la idea de que el sentido de lo que decimos y hacemos se escapa siempre de nuestras manos, pese a la más enfática intención.” A tono con la velada, el periodista de Página/12 negó esa concepción que define al ejercicio de la literatura como una suerte de padecimiento. “Si persistimos en este oficio, es porque escribir nos provee de un inmenso placer, más allá de las dificultades y de nuestra decisión de hacer lo posible por superarlas”, dijo.
Después de que Silberstein defendiera el libro en el que intenta dar respuesta a una pregunta vital e inconclusa de la historia posterior a la última dictadura –porqué que no existen casos de justicia por mano propia–, De Miguel dio por terminada la ceremonia. “Es que tengo un marido que me espera”, se justificó, sin contar con el genio de Rivera, que sin permiso abrió el juego para que el público preguntara. “No estoy dispuesto a participar de un ejercicio de ego, en el que nosotros hablamos de nosotros mismos y el público no participa”, subrayó. “Si hiciéramos eso, la de esta sala, como la que tenemos a nuestras espaldas, sería una democracia fingida.” “Me parece bien, pero seguí vos, porque yo me voy”, alcanzó a decir De Miguel, antes de retirarse, mientras el público ovacionaba a Rivera. Pero la última palabra no había sido dicha.
Cuando el primero de los integrantes de la platea habló, le exigió al escritor que relatara la síntesis de su último libro, a lo que Rivera se había negado. “¿Sabe que ocurre?”, inquirió el hombre del público. “Que nosotros estamos de acuerdo con lo que usted dice, aunque usted parece olvidar que como yo, muchos no pueden comprar los libros para enterarse de qué tratan.” Rivera, golpeado por la misma realidad que acababa de describir, no tuvo más alternativa que explicar de qué trata su último libro.