Dom 11.01.2004

CULTURA  › FONTANARROSA Y SU FLAMANTE LIBRO

“En política, soy un optimista moderado”

Ediciones de la Flor acaba de publicar el nuevo libro de Fontanarrosa, en el que el humorista rosarino se ocupa, entre otras cosas, de la desocupación, la inseguridad y la policía. Esas son, dice, las “enormes dificultades” que todavía azotan al país, aunque el dibujante afirma que “Kirchner fue una agradable sorpresa para mí”.

› Por Verónica Abdala

El debut de Roberto Fontanarrosa como humorista gráfico fue casi accidental. En realidad, el “Negro” había sido contratado como dibujante por la revista rosarina Boom para ilustrar las tapas, pero a falta de humorista, le sumaron esa tarea también a él. Así fue que en 1968, año del Mayo francés y el asesinato de Martin Luther King, en plena dictadura de Juan Carlos Onganía y luego de la “Noche de los bastones largos”, apareció su primer chiste publicado. En él, un policía muestra su bastón manchado de rojo-sangre y dice “No hay ninguna duda, eran comunistas”. Casi cuatro décadas después, Fontanarrosa es reconocido como uno de los grandes nombres de la historia del humor gráfico argentino y además se ha convertido en un escritor de culto, por una obra extremadamente original, en la que conjuga la parodia, la creación de arquetipos y el costumbrismo con un humor inteligente y popular.
De cara al nuevo año, Fontanarrosa reflexiona: “Soy un optimista moderado, creo que la Argentina se recupera de a poco. La tendencia, aunque todavía con enormes dificultades, es ampliamente superadora, no puede compararse con lo que tuvimos hasta ahora. Kirchner fue una agradable sorpresa para mí”. Entre las “enormes dificultades” a las que se refiere reconoce dos como las más urgentes: la desocupación y la inseguridad. Precisamente este tema es el que dio pie a su último libro, que acaba de aparecer por Ediciones de la Flor.
“El libro estaba listo antes de la devaluación”, cuenta en diálogo con Página/12. “Lo más llamativo y alarmante es que desde entonces hasta acá no haya perdido vigencia. Y que se haya instalado como tema con tanta naturalidad.”
–¿Qué varió en este lapso?...
–Hace un par de años, por ejemplo, no se podría haber bromeado con tanta soltura sobre el tema de los desarmaderos o de las conexiones entre ciertos sectores de la policía con el delito. Ahora sin embargo, yo sé que cuento con la complicidad del lector, sé que estamos hablando en ese caso, casi de un lugar común, de una que sabemos todos... Lo cierto es que los argentinos tenemos la sensación de que estamos cada vez más indefensos, la verdad.
–¿Cuál es el papel que juegan los medios en el hecho de haber instalado la inseguridad como tema? ¿El periodismo llega a regodearse con este tipo de cuestiones?
–A veces sí, eso también es verdad. Hay medios que magnifican las cosas, que hacen periodismo a partir de lo que más vende y, como suele decirse, las buenas noticias no lo son tanto. Aunque también es verdad que estamos atravesando un momento muy difícil en este sentido y que lo sufren más las grandes ciudades como Buenos Aires. En las más chicas como Rosario, todavía nos sentimos relativamente a salvo.
–¿La decisión de hacer humor a partir de este tema fue espontánea, producto del material que aportaba la actualidad, o fue premeditada?
–Los temas surgen espontáneamente desde el momento en que uno sigue la noticia. Hay pocas cosas más graciosas que la realidad, basta con abrir un diario para darse cuenta.
–Pero hay límites...
–Por supuesto, nunca me atrevería a hacer humor sobre las mutilaciones de los secuestrados, por ejemplo. Algunos bordes son demasiado tétricos... Los límites entre lo que puede llegar a causar gracia y lo que te conduce a una cara de asco o terror a veces son difusos, pero no se los puede pasar por alto. Sería gravísimo nutrirse de lo que causa semejante dolor a otros para pretender hacer reír.
Cuando tiene que llenar un formulario, Fontanarrosa se define como “dibujante”, aunque en la intimidad cree ser, en realidad, “un tipo al que le gusta contar historias, sin que importe demasiado el soporte ni el género a utilizar”. Es, acepta, un hombre rutinario y poco demostrativo en el plano de los afectos. Le hubiese gustado ser jugador de fútbol –más de una vez se soñó jugando en la primera de Rosario Central–, aunque entre sus sueños incumplidos también mide alto la fantasía de haber noviado con la actriz francesa Jacqueline Bisset o la estadounidense Kim Bassinger.
–La ficción, ¿también tiene límites?
–Son muchas menos, creo. No hay límite de espacio, ni de tiempo, cuando escribo cuentos. Los temas son todos los posibles, además. Las limitaciones tienen que ver en todo caso con las personales, con lo que uno es o no es capaz de hacer frente a la computadora o el papel.
–En el caso de su literatura, ¿es también la parodia el elemento a partir del que se estructura la ficción?
–En buena parte de mis textos, sí. La parodia siempre me resultó más fácil que cualquier otra cosa, desde el momento en que puedo hacer pie en un modelo de autor o de género para distorsionar. Ocurre que también este recurso impone un límite, llega un momento en que uno tiene que ser capaz de construir un estilo propio, algo que decir al margen de lo que otros han hecho o la forma que han elegido para escribir... Ahí la cosa se pone más árida. De manera es que siempre es más fácil la parodia, que yo prefiero no pensar en términos de plagio sino de franco homenaje a un modelo o un autor.
–¿Suele parodiar a los escritores que admira?
–Prefiero copiar a los que me gusta leer, los que de algún modo me han marcado. Aunque también he hecho parodia de los best-sellers en mis novelas...
–Mencione, por favor, dos de sus principales influencias, en el campo de la historieta y en el de la ficción.
–Hugo Pratt para hacer historieta, Oesterheld para casi todo lo demás. Y los narradores norteamericanos clásicos, con un estilo fuertemente periodístico, como Ernest Hemingway, Salinger, Truman Capote, Norman Mailer. Tipos así.

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