Vie 16.01.2004

CULTURA

Kabul, el último gran desafío en la ruta del detective Pepe Carvalho

La novela que Vázquez Montalbán terminó de escribir poco antes de morir fue presentada en una caravana de celebración y nostalgia.

Por Rosa Mora *
Desde Barcelona

Milenio I. Rumbo a Kabul es una novela negra, un libro de viajes, un tratado de geopolítica, una guía gastronómica y una historia llena de guiños literarios. El último Carvalho fue presentado en Barcelona en una ruta carvalhiana: conferencia de prensa en el bar Glaciar, de la plaza Real; aperitivo en Pinotxo, del mercado de la Boquería, y almuerzo en Casa Leopoldo, con los amigos. Críticos, escritores y amigos coincidieron en que el libro “es una maravilla”, que reúne todas las obsesiones y sinergias de Manuel Vázquez Montatalbán, fallecido de un infarto en octubre del año pasado, en Bangkok.
La última novela de Vázquez Montalbán tiene 421 páginas y su único problema es que le faltan otras 400 y pico, que aparecerán en el segundo volumen, a publicarse el 4 de marzo. Es algo así como dejar a los lectores en el más absoluto suspenso. Aunque, como dijo Rosa Regàs, Rumbo a Kabul es un libro tan intenso que hay que paladearlo. “Empecé a leerla muy rápido, pero cuando llevaba 30 o 40 páginas me di cuenta de que no podía malgastar una novela como ésta. Hay que leerla lentamente para que el placer dure mucho tiempo. Es una maravilla”, afirmó. Emili Rosales, editor de Planeta, explicó que la idea de dividir el libro en dos volúmenes fue acordada con Vázquez Montalbán. “Incluso determinó en qué página debía cortarse el primero. Tiene un significado tremendo, porque acaba precisamente dos días antes de que los dos protagonistas, Carvalho y Biscuter, lleguen a Bangkok”.
Esta primera parte de la vuelta al mundo del detective y de su ayudante empieza con el viaje de Barcelona a Génova en ferry. Italia, Egipto, Israel, Turquía, Uzbekistán, Afganistán, India y Tailandia forman parte de este periplo de los dos viajeros. La primera idea de Milenio surgió hace 30 años, como hace constar Vázquez Montalbán en la dedicatoria: “A Lluís Bassets, entonces joven periodista de Tele/Exprés, al que en el transcurso de una entrevista le profeticé en 1974 la escritura de Milenio”.
Bassets, director adjunto de El País, aseguró tener menos memoria que Manolo. No recordaba esa entrevista. Y la memoria, “la prodigiosa memoria de Vázquez Montalbán, una memoria no sólo de almacenamiento de datos, sino creativa”, es la clave de este libro, dijo. “Esta especie de atlas social, político y sentimental sólo pueden hacerlo las grandes plumas memorialísticas como Proust o Lawrence Durrell”, señaló. Dos cosas le impactaron del libro. “Tiene algo de cervantino la relación de esos dos personajes que viajan en busca de no se sabe qué, y las historias dentro de historias. La otra es el mundo propio de Vázquez Montalbán, que es el mundo entero y también un mundo muy concreto: el de la infancia de Manolo, en los años cuarenta y cincuenta”. Regàs coincidió con Bassets en la memoria sin límites de MVM. “Toda la experiencia personal de Manolo está en este libro, debidamente fabulada y con toda su ironía.”
La nostalgia pegó fuerte en Casa Leopoldo, el restaurante predilecto de Vázquez Montalbán, que resiste en medio de un barrio en plena transformación. Fue allí donde los amigos del escritor celebraron como mandan los cánones, con una opípara comida y con buenos vinos. Estaban casi todos: la viuda del escritor, Anna Sallés, y el hijo, Daniel Vázquez, en los lugares de honor, junto con Juan Marsé, Rosa Regàs, Joan de Sagarra, Lluís Bassets, Maruja Torres, Joan Manuel Serrat, Joan Barril, Constantino Romero y un largo etcétera, en el que destacaban Juanjo Puigcorbé (Carvalho en la pantalla) y la consejera de Cultura de la Generalitat catalana, Caterina Mieras. El menú hubiera hecho sin duda las delicias de Carvalho y de Biscuter. Había de todo y mucho, con unas albóndigas con sepia y unos callos memorables. Rosa, la propietaria de Casa Leopoldo, recordaba a Vázquez Montalbán con nostalgia: “Era del barrio y solía venir con su padre. Era de buen conformar. Me decía: ‘Traéme algo con lo que pueda mojar pan’. A veces vienen extranjeros atraídos por sus libros. Le echaremos de menos”. Y tras una pausa añade: “Cuando comía, nunca faltaba un brindis por la caída del régimen”.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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