Mié 21.01.2004

CULTURA  › EDITH GROSSMAN, LA TRADUCTORA-ESTRELLA DE CERVANTES AL INGLES

“El Quijote tiene algo de vodevil”

Traduce a García Márquez y a Vargas Llosa, entre otros, al inglés. Pero Cervantes fue un desafío. “Lo más difícil fue encontrar el tono”, dice. El Quijote ahora es éxito de ventas.

Por Isabel Piquer
Desde Nueva York *

“Somewhere in La Mancha, in a place whose name I do not care to remember...”. Así suena en inglés la frase más famosa de la literatura española, y así aparece en la nueva edición del Quijote que acaba de sacar HarperCollins y que ha sido magistralmente traducida por Edith Grossman. En los últimos meses, el ingenioso hidalgo ha conquistado las librerías estadounidenses y la traducción de Grossman ha sido ampliamente alabada por la crítica.
“Me dicen que me estás poniendo los cuernos con Cervantes”, le dijo García Márquez a Grossman cuando se enteró de que su traductora oficial, la que ha brindado al público estadounidense todos sus libros desde El amor en los tiempos del cólera y que acaba de sacar la versión inglesa de Vivir para contarla, emprendía desde su piso del Upper West Side, en Nueva York, los áridos caminos de La Mancha con la sola ayuda de un par de diccionarios.
Grossman lo recuerda ahora con cariño. “Cuando mi editor me ofreció traducir el Quijote, le pregunté si estaba bromeando. Yo traduzco literatura latinoamericana contemporánea, le contesté. Pero insistió y me aboqué a ello.” Fueron dos años y muchas semanas sin domingos, “que se me pasaron volando en el siglo XVII”. El resultado ha sido un éxito unánime de crítica. “Cuando empecé no tenía miedo a Cervantes, un hombre encantador, sino a los 400 años de estudios e investigación. Pensé que se me vendría todo encima. ¡Y no tenía autor con quien compartir mis dudas! Pero la acogida ha sido muy buena y las ventas también. En Navidad estuvo en el noveno puesto de libros más vendidos de Amazon.com.”
En el suplemento literario de The New York Times, Carlos Fuentes se deshizo en elogios. “Este Don Quijote puede leerse con la misma facilidad que el último Philip Roth y mucho mejor que cualquier libro de Nathaniel Hawthorne. Y, sin embargo, en ningún momento olvidamos que estamos leyendo una novela del siglo XVII. (...) El logro ha sido transformar lo clásico en contemporáneo. De esta forma, Grossman consigue resaltar la retórica heroica de Don Quijote y sus efectos cómicos.”
En el prólogo, el escritor Harold Bloom no mostró menos entusiasmo. “Podríamos llamar a Grossman el Glenn Gould de los traductores, porque ella también articula cada nota. Ver cómo ha conseguido de forma tan increíble encontrar un equivalente en inglés a la visión ensombrecida de Cervantes ayuda a entender por qué este gran libro concentra todas las novelas que le siguieron. Ningún escritor puede escapar de Cervantes, ni de Shakespeare. Dickens, Flaubert, Joyce y Proust reflejan las técnicas narrativas de Cervantes (...). La traducción de Grossman contextualiza como nunca hasta ahora los personajes de Don Quijote y Sancho. La atmósfera espiritual de España, ya en pleno declive, se vive perfectamente, gracias a la gran calidad de su dicción.” “Lo más difícil fue encontrar el tono”, explica Grossman. “¿Cómo traducir un libro que fue escrito hace 400 años? Compartí mis inquietudes con Julián Ríos y él me dio la respuesta. Me dijo que no tuviera miedo porque Cervantes era el autor más moderno de la literatura española. Y así lo hice, lo traduje como si fuera Vargas Llosa, García Márquez o Mayra Montero. Cuando resolví el problema de la primera frase, ‘En un lugar de La Mancha...’, todo lo demás se puso en su sitio.”
Grossman asegura que la mayor sorpresa al volver al Quijote, que tomó de la edición de Martín de Riquer, fue redescubrir su increíble humor. “La primera vez que lo leí, cuando era adolescente, en inglés, pensé que era el libro más trágico que había leído, me rompió el corazón. Las otras diez veces lo leí en español. Con la edad lo encuentro cada vez más divertido. No sé muy bien por qué. Quizá porque con el tiempo nos vamos dando cuenta de que es difícil vivir sin humor. La tragedia sigue estando ahí, como en toda buena comedia, pero muchas veces me sorprendí riendo a carcajada limpia mientras estaba trabajando. Decidí que era un libro cómico. Especialmente en la primera parte, es como un vodevil, luego es más sutil.”
La traductora espera que el éxito del libro resalte la importancia, a menudo olvidada, de su profesión. “Muchas críticas literarias de libros traducidos alaban la belleza del lenguaje y ¡no mencionan al traductor!” Una buena traducción, dice Grossman, “es como una buena novela: te convence. Si el original es difícil y excéntrico, la traducción también debe serlo. Y si es fácil, lo mismo. Es como un espejo, es una imagen del original. Creo que nadie conoce un libro tanto como su traductor, porque pasamos noche y día con él, decidiendo lo que ha querido decir el autor y eligiendo los distintos significados de una palabra. Es reescribir el libro.” Y luego añade: “Los traductores son como actores que hablan como hablaría el autor si lo hiciera en esa lengua. Estoy convencida de que todos los conceptos y todas las ideas pueden traducirse, aunque quizá no todas las palabras. Ortega y Gasset hablaba de los cinco mil nombres que existen para definir un camello en árabe... Creo que los humanos pasan por las mismas experiencias aunque lo expresen en lenguas distintas. Las cosas no han cambiado tanto en 400 años, por eso podemos leer literatura medieval. La superficie ha cambiado, no vivimos las mismas vidas, pero las emociones y las ideas son las mismas”.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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