Dom 20.06.2004

CULTURA  › EL ESCRITOR PORTUGUES JOSE SARAMAGO HABLA SOBRE SU TEMA FAVORITO: LA POLITICA

“Ahora la democracia va desnuda y enferma”

El autor de La caverna, Premio Nobel de Literatura, describe la actualidad con pesimismo. Defiende la alternativa del voto en blanco, se pregunta por las ideas de izquierda y reclama mayor participación ciudadana.

› Por Silvina Friera

Hay un aire quijotesco en la fisonomía de José Saramago. Cuando ingresa a la sala de la editorial Alfaguara en Madrid, para comenzar la videoconferencia por el lanzamiento de su última novela, Ensayo sobre la lucidez, causa impresión la similitud con “el caballero de la triste figura”: altísimo, enjuto y elegante, el escritor trasmite su aflicción y escepticismo no sólo en su literatura sino frente al mundo en el que vive. Ensayo... cuenta lo que sucede durante las elecciones municipales de una ciudad sin nombre (cada lector completará el crucigrama a su antojo). Más allá del diluvio inicial, la jornada electoral se va enturbiando, aunque la lluvia pare y salga el sol. La mayoría de los habitantes, hastiados de las falsas opciones que les proponen los tres partidos que se presentan (identificados como medio, derecha e izquierda), deciden votar en blanco. Ese 70 por ciento, que algunos adjudican a la lluvia, se eleva hasta un 83, en la segunda vuelta. El gobierno, perplejo, desorientado y con pánico por las consecuencias de este resultado, sospecha que ese gesto “revolucionario”, producto de una conjura anarquista internacional o de grupos extremistas no identificados, pulverizará los cimientos de la democracia. Adoptando el ropaje de un sistema totalitario, el poder formal tiene apetito por eliminar a los culpables, y se sabe que si no los encuentran entre las piedras, los inventan.
“No critico a la democracia sino al funcionamiento del sistema democrático, que hay que debatirlo y revertirlo desde la ciudadanía, y no esperar que los políticos, que tienen otras preocupaciones porque viven para lo inmediato y están dentro del sistema, lo cambien”, aclaró Saramago. Los protagonistas de esta nueva novela, entre ellos un comisario y la mujer que conservó la vista en la epidemia de luz blanca en Ensayo sobre la ceguera, integran el conjunto de ciudadanos de a pie, que ejercen su derecho a disentir y a ser libres. La virulenta reacción contra el libro en Portugal tuvo ribetes inesperados para el escritor, que nació en ese país en 1922. Un político portugués calificó la novela como una “aberrante condena a la democracia”. Enojado, elevando el tono monocorde de su voz, Saramago comentó: “No entiendo cómo se puede llamar aberración al voto en blanco, cuando es democrático. Lo preocupante es que los políticos prefieren la abstención al voto en blanco. Sobre esto se debería reflexionar y no sobre si José Saramago quiere destruir la democracia.”
“Lo que desearía es que los gobiernos y las sociedades en general se detuvieran a pensar y a comprender por qué una mayoría importante de electores vota en blanco. Si el gobierno tratara de comprender el significado político y social del voto en blanco, entonces yo no tendría novela”, admitió el escritor, sobre la posibilidad de que su ficción se transformara en real. “No hago la propaganda o la publicidad del voto en blanco, simplemente digo que está allí”, advirtió. Sin embargo, el premio Nobel de literatura minimizó que el voto en blanco se pueda dar en la realidad como sucede en su novela. “Pero las ganas de comer llegan con la comida –agregó, para ponerle un toque de humor al asunto–. Cuando el libro se presentó en Lisboa, el ex presidente de la república portuguesa, Mario Soares, hizo esta cuenta: si mañana tenemos el 20 por ciento de votos en blanco, eso sería el descalabro de la democracia. ¿Cómo puede ser que el voto en blanco, que es democrático, pueda representar el descalabro de la democracia? No quiero decir que sea una posibilidad inmediata, pero puede ocurrir, y sería bueno que la ciudadanía se preparara para esa eventualidad”. El pesimismo de Saramago, no obstante, nunca roza el nihilismo. “La manifestación, que es un momento muy emotivo con la gente en la calle reivindicada, no es suficiente porque después la gente se va a su casa. Tiene que haber una intervención directa, y sobre todo hay que exigir a los políticos sencillamente la verdad. Un político de un país, que no quiero mencionar, y que además era primer ministro, ha dicho que la política es el arte de no decir la verdad. Y curiosamente ese político ha tenido la franqueza de decir algo que en el fondo todos deberían decir, pero que son poquísimos los que lo confiesan”, subrayó el escritor.
“Es la vieja historia del rey que va desnudo. La democracia va desnuda; si fuera sólo desnuda, quizás valdría la pena mirarla, pero está enferma”, pronosticó. La lucidez con la que Saramago desmonta los mecanismos camaleónicos del poder es homologable con la forma en que responde a la pregunta de una periodista de Miami. “Miren lo que ha pasado con la guerra de Irak. No digo que los medios hayan estado en la conspiración de la mentira, lo que me asusta es la facilidad con que los medios transmiten automáticamente todo lo que les llega. Y si concedemos el concubinato existente entre el poder económico, el político y los medios, el ciudadano de a pie no tiene mucho por donde pueda defenderse, pero tiene que organizarse”. El autor de La caverna explicó por qué el poder real está fuera del sistema democrático. “Dentro de esa burbuja democrática, podemos quitar un gobierno y poner otro, pero no podemos hacer nada más. El poder está en el Fondo Monetario Internacional, que no es democrático. Nosotros no elegimos los dirigentes ni definimos la política del Fondo. El problema es que todos los países democráticos no tienen más remedio que cumplir los esquemas, los criterios y los objetivos del Fondo. Convivimos en la paradoja: defendemos la democracia con todas nuestras fuerzas, pero a la vez tenemos conciencia, y si no la tenemos entonces es mucho peor, que el poder real y efectivo no es democrático.”
Para el escritor el acto de disentir es un derecho que debería estar contemplado en todas las constituciones del mundo. “El ciudadano tiene derecho a no estar de acuerdo, y tiene derecho a expresar sus desacuerdos y que lo escuchen. Hay un proceso de laminaje que nos está haciendo perder espesura, que nos está rompiendo la capacidad de decir no, de organizar el no; todo eso se nos está yendo por las manos. Permiten que nos manifestemos, pero pasar de ahí a algo que efectivamente cambie el rumbo del mundo, eso no lo hemos logrado”.
“Uno de los problemas está en que el sistema democrático no dispone de ningún instrumento de control que permita impedir y evitar los abusos del poder económico. Hace unos años, el ideal de trabajo era el pleno empleo, para todo el mundo y para toda la vida. Ahora vivimos en un sistema de empleo precario, al que se lo llama hipócritamente movilidad social. El poder económico, que está por encima de todo y adonde no podemos llegar, les ha dicho a los gobiernos: ‘El pleno empleo no nos sirve, nosotros tenemos que ganar dinero’. La hipocresía y la mentira se convirtieron en instrumentos políticos de una eficacia tremenda. No podemos estar condenando a millones y millones de personas en el mundo al hambre. Mientras no controlemos los abusos del poder económico, estamos en manos de personas que no están nada interesadas en los seres humanos”. En cuanto al comportamiento de los partidos políticos, Saramago observó que todos quieren ser de centro. “La derecha no quiere que la llamen así porque está haciendo políticas de centro; la izquierda se avergüenza porque las auténticas propuestas de orden social, económico y cultural no puede plantearlas porque no es el momento oportuno, y si las propusiera, no ganaría la elección. Todos creen que las elecciones se ganan en el centro. Hay circunstancias excepcionales en que la derecha, por una crisis económica o social, no tiene más remedio que recuperar su auténtica cara; y la izquierda, que podría aprovechar ese momento, es como si se inhibiera. En realidad, habría que preguntarse dónde están las ideas de izquierda. Imaginemos un partido revolucionario, que por tradición está en contra del sistema. Cuando ese partido se integra en el sistema, su capacidad revolucionaria se diluye, porque es muy difícil estar dentro del sistema y contra el sistema. La solución no es esperar que todo esto cambie por obra y gracia de los partidos sino por la participación ciudadana.”

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