CULTURA
› ENTREVISTA AL ESCRITOR CATALAN CARLOS RUIZ ZAFON
“Hago lo que quiero hacer”
De paso por Buenos Aires, el autor habla de La sombra del viento, una novela movida por el misterio, que produjo muchísimas ventas, comparaciones insólitas y su salvataje del triturador oficio de libretista en Hollywood. “Allí el guionista es una prostituta de lujo”, afirma.
› Por Angel Berlanga
En una biblioteca misteriosa cuidada por un hombre misterioso un pibe de diez años protagoniza, guiado por su padre librero, un rito misterioso en el cual elige un libro misterioso escrito por un autor que, resulta, es misterioso. Así empieza La sombra del viento, la vendidísima novela que Carlos Ruiz Zafón vino a presentar a Buenos Aires; ese título, además, es el que le puso Julián Carax al libro que encuentra el pibe. La historia, que arranca en 1945, en plena posguerra civil, y se desarrolla a lo largo de poco más de una década, transcurre en una Barcelona a la que el autor pinta lúgubre, neblinosa: escenario propicio para que todos aquellos misterios vayan revelándose despacio y dando lugar a otros, y así. Este barcelonés de 39 años maneja fluida, técnicamente, el viejo recurso del “continuará”, esa palabra clave que en la historieta sintetiza el “sí, ya voy a seguir con eso que esbocé y todavía no te conté”.
Hasta La sombra del viento Ruiz Zafón había escrito novelas juveniles; acaso ésta pueda encuadrarse en ese mismo marco y no sólo por la edad del pibe: también por la forma de narrar. “El protagonista es una buena persona, alguien que está creciendo y se encuentra con las incógnitas de la vida”, dice el autor en un salón del Hotel Alvear, y explica que Carax, el escritor de su novela, es el personaje con el que más se identifica: “Por circunstancias vitales se transformó en alguien fantasmal y siniestro, que se autodestruye y quiere destruir su propia obra. Su vida se ha descarrilado y él se vuelve un reflejo oscuro de sí mismo. No es que yo sea eso –aclara–; yo soy un escritor con suerte, lo cual es bastante raro entre los escritores: mis libros han funcionado bien, sobrevivo haciendo lo que quiero hacer. Carax es un personaje amargo, autodestructivo, el corazón del misterio. Y sus novelas, de las que se habla aquí, son como caricaturas de mis otros libros, una especie de broma que hago sobre mí mismo. De alguna forma, Carax es una caricatura de mí mismo”.
“El español más leído del mundo”, “Una de las novelas más fascinantes de los últimos tiempos”, son algunos de los títulos rutilantes que, en los medios, pueden encontrarse sobre él. Y comparaciones, semejanzas, de lo más insólitas: desde Umberto Eco y El nombre de la rosa hasta Pérez Reverte y El club Dumas, pasando por El código Da Vinci de Dan Brown y El libro de las ilusiones, de Auster. O García Márquez, “según la crítica anglosajona”. Todo vale. Ruiz Zafón es consciente de esto y sostiene que se debe a que no saben cómo clasificar a su libro. Es bastante raro, también, el contraste entre el “desde 1994 reside en Los Angeles, donde realiza guiones cinematográficos” que se anota en las reseñas y lo que él mismo cuenta sobre eso: “En un momento me dije ‘¿Qué estoy haciendo?’, y decidí salirme. Uno es ahí un guionista de alquiler, que escribe la versión equis entre otras cincuenta. Se depende del dinero, del capricho, de las luchas políticas del estudio... Nadie controla el proceso: es kafkiano. Llega a transformarse en todo lo contrario de lo que significa escribir; se supone que eso es importante para uno, y espero que también para los demás. Porque si no me hago abogado, o traficante de armas”, señala. “Como nunca dejé de escribir ficción tuve la fortuna de poder salirme de ese mundo. El guionista en el cine americano es una prostituta de lujo: se la necesita, se la desea, pero cuando se la ha tenido se la desprecia y se la hace desaparecer. Y te lo recuerdan: el dinero sobre la mesita... ‘Pero tú eres la puta, y ahora, afuera’. Claro que si no está la puta no tienen fiesta. Y si no hay guionista, no hay personajes ni película.”
–Usted define a su novela como una mezcla de varios géneros.
–Yo creo que de a poco se va afianzando mi ambición de deconstruir lo que para mí es el gran modelo de novela, la del siglo XIX (con autores como Dickens o Tolstoi, esos grandes libros de la vida), para luego reconstruirla utilizando técnicas, casi tecnologías narrativas, surgidas en el siglo XX, como el cine, por ejemplo. La fusión de muchos elementos que aparentemente son contradictorios y que, aparentemente, se cancelarían unos a otros: una novela gótica que a la vez sea de costumbres, y a la vez policial, y a la vez historia de amor, y a la vez juego literario. Todo eso suena como un concepto; como uno de esos que inventaba Borges: “Sí, en la biblioteca tal había un libro que era así”; sí, muy bonito, pero dónde está, porque yo lo quiero leer. Me atraía mucho que esto fuera factible. Esta novela intenta aunar muchos géneros que se apoyen entre sí, que no se cancelen.
–En un par de entrevistas le señalan que esa escena inicial de la biblioteca es un homenaje a Borges, pero usted no alude a él en sus respuestas. ¿Se propuso homenajearlo?
–Bueno, algunas cosas que se dicen son maneras fáciles de establecer referencias. A veces, cuando no se sabe cómo describir una cosa, se la compara: “Esto es una mezcla del Quijote y Mad Max”; y tú dices: “Perdone, no... esto cómo se come...” En este libro hay muchos homenajes y guiños, que son como un nivel adicional. Obviamente, este Cementerio de los Libros Olvidados tiene mucho de Biblioteca de Babel borgiana, pero ahí se acaba. La primera imagen de eso fueron las librerías cavernosas de textos viejos en la Costa Oeste de Estados Unidos. Hay como un hangar de aviación, sin luz, con túneles, un lugar horrible... Anduve mucho por ahí, y tenía la sensación de que todos esos libros estaban condenados al olvido, a la destrucción. De ahí salió la idea.