CULTURA
› MANOLO JUAREZ EDITA UN DISCO GRABADO EN EL COLON
“Yo no soy pianista, soy un tipo que toca el piano”
Manolo Juárez ha escrito obras sinfónicas y de cámara y, también, amplió el territorio de la música folklórica. Aprendió a tocar música popular en los “boliches de putas”. Es el referente –y en muchos casos fue el maestro– de varias generaciones de creadores.
› Por Diego Fischerman
La música clásica empezó, para él, en la escuela primaria y con una conmoción. La música popular, en los boliches de putas de la calle 25 de Mayo. Manolo Juárez, referente de la música argentina para más de una generación, compositor y pianista, cuenta: “Había estado haciendo tiempo hasta las diez en el cine Real, con un amigo mayor, que tenía libreta de enrolamiento. ‘Vos sos menor y, además, no necesitamos lavacopas’, me dijo la madama, que era quien nos había atendido. Le contesté que yo era músico. ‘¿Y por qué querés trabajar?’, me pregunta. ‘Porque papá se fue de casa’, le digo. Y se ve que algo de la respuesta le pegó, porque me pidió que volviera a las 12, para hablar con el gallego, con el dueño. Cuando me escuchó en el piano, me preguntó qué otras cosas podía tocar. ‘Ninguna’, le dije yo. Ese boogie-woogie era lo único popular que sabía. Y el gallego le dijo, entonces, a un pianista cuyo nombre ya no recuerdo: ‘Te encargo este pibe; se va a venir todas las tardes y vos enseñale lo que tiene que tocar’”.
La primera pieza clásica que había escuchado había sido un Impromptu de Schubert, tocado en un acto escolar por un compañero de escuela. “Me enloqueció; me produjo una reacción física. De la emoción me descompuse y tuve que ir al baño a vomitar. Mamá se dio cuenta y, después de eso, me pusieron un profesor de piano”, relata. El jazz empezó con un disquero de la calle Cuenca, que estaba pasando música de Duke Ellington en su negocio. “¿Qué era eso? ¿Puedo escuchar más?”, cuenta Manolo Juárez que preguntó. La historia terminó con un álbum prestado, en el que había temas de Louis Armstrong, Duke Ellington y, claro, el boogie-woogie que Juárez se aprendió para impresionar a las chicas en las fiestas. Las chicas que terminaron escuchando sus avances pianísticos en el jazz fueron, sin embargo, otras. “Le dije a mamá que había conseguido trabajo en un garaje y tocaba en dos boliches de putas, uno enfrente del otro.” Era el fin de la infancia. Ya no estaba el padre y, con él, se habían ido, también, las reuniones en que Spilimbergo, Berni o Leopoldo Marechal conversaban con el escultor acerca del arte, mientras el hijo escuchaba. “Papá escuchaba, además, Bartók: el Cuarteto Nº 5”, dice Manolo Juárez.
Con su disco grabado en vivo en el Teatro Colón próximo a editarse, él afirma que “podría haberme asustado si fuera pianista. Pero no soy pianista; soy un tipo que toca el piano. Pianista es Horacio Salgán; todos los demás chapuceamos”. Su camino musical, más que en el medio de dos tradiciones –la clásica y la popular– se dedicó a recorrerlas por separado. Premiado en numerosas ocasiones como autor de música sinfónica y de cámara, paralelamente se dedicó a tocar el piano en tríos –a la manera de los tríos de jazz, aunque con convidados tan extraños como la quena, la guitarra criolla o el bombo– y a hacer temas emparentados con el folklore. “La gente, en algunos boliches donde el público era más tradicionalista, se reía. No es fácil que se rían de uno. En este país, el que piensa distinto lo paga caro”, sentencia. Esos grupos, los temas que empezó a componer, su manera de interpretar los clásicos del género tenían que ver, según él, con “una necesidad”. Quería, cuenta, “ampliar el campo armónico y, también, el formal. Era necesario independizar el folklore de la danza. Hubo un tema para mí muy importante, una especie de corte en mi trayectoria, que fue Chacarera sin segunda, grabado en el disco Tiempo reflejado, en el que también tocaba Dino Saluzzi. La idea había surgido de algo que una vez me había dicho el Mono Villegas. Hablábamos de las versiones instrumentales de temas folklóricos y él me preguntó: ‘¿Por qué dicen que se va la segunda y vuelven a tocar la primera?’. El chiste era mucho más que un chiste. Había que desatar la forma”.
Si bien Manolo Juárez siempre se sintió cómodo, aunque fuera en privado, tocando sus cosas en el piano (“había músicos con los que no podía salirme de determinados esquemas porque se perdían”, dice), hasta ahora siempre había grabado en grupo. “La música es, sobre todo, diálogo. Y el riesgo, cuando se toca solo, es que haya un monólogo. Cuando se toca con otros, puede haber una frase que a uno lo complemente, o que lo deje pensando. Cuando se toca solo, hay que escucharse a uno mismo y a lo que a uno lo circunda, como para poder recrear el diálogo.” El ha tocado con guitarristas y con algunos –Daniel Homer, Oscar Taberniso, el Chango Farías Gómez– sintió que había corrientes de encuentro. “De todas maneras –dice–, la guitarra le ha hecho mucho mal a la música argentina. En la bossa nova, cuando se hace un acorde, se seleccionan las notas; no se lo toca de manera indiscriminada, para arriba y para abajo. En cambio en el folklore y el tango sí y eso ha limitado muchísimo la posibilidad de riqueza armónica.”
Juárez reivindica, de manera casi militante, aquellos creadores y aquellas obras que rompieron moldes. “No quiero que se entienda que descreo del saber o que hago una apología del desconocimiento, al contrario. Pero el desprejuicio, y a veces la ignorancia, incluso, abre puertas. Yesterday es una obra magnífica y la frase es una frase de siete compases, cuando en toda la música popular son de ocho. Posiblemente, Paul McCartney y John Lennon nunca se hayan enterado ni de una cosa (los siete compases de Yesterday) ni de la otra (los ocho del resto de las canciones populares).” Además de su nuevo disco, acaba de terminar una revisión de sus grabaciones más antiguas –entre ellas el ejemplar Tiempo reflejado– que se convertirá en dos CD. “Es una selección. Hay cosas a las que les pegaría un tiro. Ni mamado reeditaría los discos completos.” Juárez cambia de tema, habla de las fuentes, se refiere a una obra para orquesta, Desplazamientos, de fines de los sesenta. “Y la idea no vino de la música sino de un cuento de Borges.” Tal vez sea la pasión por Borges. Quizá no. Pero a Manolo Juárez le apasionan, además, las paradojas. Y dispara: “Lo que a mí me hizo las cosas muy difíciles fue ganar un premio de composición en Italia cuando tenía 17 años. Mi maestro de piano mandó una obrita mía, que perdí, y un día recibí la noticia de que me habían premiado. En ese momento pensé que era Beethoven. Y era un pobre estúpido.”
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