Vie 27.08.2004

CULTURA  › UNA MUESTRA FOTOGRAFICA CON UNA MIRADA DIFERENTE

Hacer foco en la identidad

En el Festival de la Luz, nueve fotógrafos jóvenes exponen una serie de imágenes que intentan abordar un tema siempre actual. La multitud de estilos permite montar un mosaico revelador.

Por Sandra Chaher

Uno de los espacios más importantes en los que se está desarrollando el Festival de la Luz es el Centro Cultural Recoleta. Allí pueden verse, hasta el 29 de agosto, 17 muestras. Desde Juegos de Luz, del brasileño Joaquim Paiva, hasta Anónimo-Sinónimo-Antónimo, una muestra colectiva que lleva el mismo nombre que se le puso este año al festival y que fue curada por los directores del mismo: Alejandro Montes de Oca y Elda Harrington. O El lamento de los muros, un trabajo sobre centros clandestinos de detención de Paula Luttringer, una artista argentina radicada en Francia que fue detenida-desaparecida y cuya obra es, en gran parte, una investigación sobre la muerte, el dolor y la sangre.
En el mismo espacio en que se presenta la obra de Luttringer (sala J), y apenas separadas por un panel, hay otras fotos que ocupan las paredes y se refieren a la identidad desde lugares, épocas y vivencias muy diferentes. Orillar identidades es el nombre de una muestra colectiva que reúne a nueve fotógrafos argentinos contemporáneos que, con enfoques y tecnologías diversas, exponen su mirada sobre distintos aspectos de la identidad. Eugenia Kais propone un recorrido por torsos de chicos y adultos en los que la aproximación a una posible identificación está dada por la vestimenta. Horacio Varela presenta una obra documental sobre el proceso de obtención de los DNI de los inundados de Santa Fe. Bobby Lightowler se acerca al tema en forma casi opuesta a Kais: sus fotos son retratos carnet de personas despojadas de ornamentos o ropa. Santiago Hafford investiga sobre una marca identitaria particular, la que otorga la pertenencia a un grupo, en este caso el ejército. Ivana Salfity se interna en un micromundo personal y onírico de recuerdos. Gustavo Frittegotto trabaja con la tecnología en la descomposición-transformación de los rostros. Karin Idelson utiliza el recurso del doble retrato –de una misma persona o de dos– como reflejo de las múltiples facetas humanas. Julio Fuks construye apariencias de rostros y expresiones mutantes, mientras que Graciela Ciampini se coloca como sujeto para hablar en tono autorreferencial.
“Yo tomo a la identidad desde las contradicciones inherentes a las personas”, dice Idelson, de 25 años. “Son partes con las que convivimos y que nos conforman. En ese sentido mis retratos no son muy afectivos; yo no pienso en hacer fotografías bellas, quiero mostrar la sordidez que nos rodea y está dentro nuestro. Le tengo cariño a esa cosa mediocre de la clase media de la que vengo, querer ser algo que no somos”, dice. Idelson presentó en Orillar siete retratos. En todos hay otro personaje además del principal. El segundo puede estar arriba, dentro, a su lado, a veces es él mismo y a veces otro: una madre y una hija, una mujer con su doble simulando una escena religiosa, un policía que se contiene a sí mismo en el rostro. Ella intentó reconocer e interpretar en cada uno el propio fantasma, la oscuridad y la luz.
Salfity, salteña, de 27 años, presentó imágenes superpuestas que remiten a un paisaje misterioso, por momentos oscuro, difícil de descifrar, habitado por niños y naturaleza, y que con el nombre Construcción de una memoria íntima retrotrae a la infancia. “Son diapositivas que con mis hermanos proyectábamos de chicos y que yo fui trabajándolas primero en espacios muy reducidos en Buenos Aires, y después en lugares abiertos de Salta y Jujuy, lugares con una relación muy fuerte con mis espacios internos. Quedó un trabajo de un aspecto muy onírico que tiene que ver con lo que a mí me conforma como persona, la memoria como algo presente. No son de recuerdos estáticos.”
En el caso de Lightowler, 35 años, el punto de partida fue un encargo: retratar en formato carnet y con polaroid –“como evidencia de lo que es menos posible manipular”– al staff de una agencia de modelos. “A partir de esa forma que remite a que ‘esa persona es así’ surgió la idea de este trabajo que está en las antípodas de lo que hago habitualmente. Yo hago mucha pre y posproducción, mucha puesta en escena, y quería ver cómo era desprenderse de toda esa información. Pedía y buscaba algo mínimo: cómo quitarle a la imagen todo ingrediente fotográfico como ropa, maquillaje, expresividad. La identidad para mí tiene que ver con el espejo.”
–¿Cómo se trabaja sobre la identidad en un país en el que el tema está tan presente?
K. I.: –Yo no me perdono ignorar el tema de los desaparecidos, pero no estuve ahí ni lo padecí. Estoy muy anclada en mi generación y mi clase. Creo que hablar de la identidad hoy es hacerlo desde el lugar de cada uno y desnaturalizar las cosas, entender que lo que sucede no es lo que parece, no engañarse. En la fotografía documental es donde más aparece el tema, y a mí me gustaría ver enfoques que no tengan dimensión política. ¿Qué hace la gente en su tiempo libre? Ese es un tema que remite a quién sos.
I. S.: –Yo pienso seguido en la mixtura que tenemos y en la relación de Buenos Aires con el resto del país. Aquí hay una mixtura más europea, pero nuestro país es mucho más rico que Buenos Aires. La mixtura en Salta, que es zona de frontera, es impresionante: están Bolivia, Chile y Perú.
B. L.: –La identidad como país pide una definición. Viajando, yo veo una transición natural entre espacios y el hombre que va marcando fronteras. Es difícil decir que somos algo acabado, somos una sucesión de historias.
K. I.: –La gente mira mucho para afuera, y la mirada interna es imprescindible para hablar de identidad.

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