CULTURA
› ANA ALEJANDRA GERMANI HABLA DE SU MINUCIOSA BIOGRAFIA SOBRE EL SOCIOLOGO ITALIANO GINO GERMANI
“Mi padre pagó un precio muy alto por su complejidad”
“Si me hubieran dado documentos similares pero de otro señor, lo hubiera hecho igual”, dice la autora de una obra integral sobre el fundador de la sociología científica en Argentina.
› Por Silvina Friera
El fundador de la sociología científica en la Argentina fue siempre un hombre en el exilio que hizo de la renovación de las ciencias del hombre su proyecto de vida. El joven Gino Germani, bajito y rechoncho y con ojos estrábicos, era profundamente enemigo de la escuela. Prefería falsificar las constancias de asistencia –con la ayuda de su padre, un sastre que había militado en el Partido Socialista italiano– y zambullirse en alguna biblioteca para leer El contrato social, de Rousseau, y las obras de Herbert Spencer. En marzo de 1930 la Policía Política del régimen lo sorprendió distribuyendo folletos que convocaban a una manifestación antifascista en contra de la desocupación y los impuestos. Lo encarcelaron y lo condenaron a cuatro años de confinamiento. Y aunque le redujeron la condena por motivos de salud, su condición de “amonestado” sería una muralla inexpugnable a la hora de conseguir un trabajo. Estaba marginado por el sistema fascista y decidió que él también podría “hacerse la América”. Llegó a Buenos Aires en 1934, empezó a estudiar tres años después en la Facultad de Filosofía y Letras, hasta que en 1944 se recibió de profesor de Enseñanza Secundaria Normal y Especial.
Su deseo de comprender el complejo proceso de modernización y las dinámicas de las sociedades en rápida transición lo llevaron a buscar un espacio institucional en donde canalizar sus inquietudes intelectuales. Germani fue nombrado investigador ad honorem del Instituto de Sociología de la facultad. Y, pese a la hostilidad de las elites culturales tradicionales que rechazaban la sociología moderna –las cátedras universitarias profesaban sociologías neotomistas, intuicionistas e idealistas–, el joven Germani comenzaría una serie de investigaciones pioneras con las que demostraría el carácter científico de la sociología. Su hija, Ana Alejandra Germani, acaba de publicar una minuciosa biografía intelectual, Gino Germani. Del antifascismo a la sociología (Taurus), en la que reconstruye el clima cultural de las décadas del ‘40 al ‘60, hasta que Germani se exilió en los Estados Unidos. Ana dice en la entrevista con Página/12 que empezó a escribir los primeros capítulos del libro en diciembre de 1999. “A través de los documentos y las cartas de mi padre me propuse crear un diálogo con los testimonios que iba pescando. Encontré una persona del movimiento antifascista porteño y algunos compañeros que cursaron con él en la Facultad de Filosofía y letras del ‘39 al ‘44. Así fui armando una red”, cuenta Ana, que vive y trabaja en Italia, y que es socióloga como su padre.
Influido por el método de análisis marxista, en su sentido teóricometodológico, y por el estructural funcionalismo, Gino Germani fue uno de los primeros miembros de la izquierda en señalar que el peronismo no era una forma de fascismo. Sin embargo, con la intervención peronista en la Universidad en 1946, fue relevado de todas sus tareas y se refugió en las editoriales Abril y Paidós, en las cuales dirigió distintas colecciones. Con el golpe militar de 1955, Germani regresaría a los claustros como director de la nueva carrera de Sociología y del Instituto homónimo. Germani, asombrado, porque la mayoría de los jóvenes que se acercaban a la carrera eran socialistas, dijo: “Qué extraña esta carrera que estamos construyendo, parecería que para llegar aquí hay que ser socialista”. Autor de Estructura social de la Argentina, La sociología científica y La sociología de la modernización, entre otros títulos, el intento de Germani de promover el pluralismo no sería comprendido ni aceptado. Las críticas principales giraron en torno del peso siempre mayor que daba al estructural funcionalismo en un contexto de creciente politización de los estudiantes universitarios.
–No parece un libro escrito por la hija. Por un lado, usted toma distancia respecto de la admiración que podría generarle una figura como su padre, al tiempo que trata de comprender las objeciones a Germani.
–Menos mal (risas). En realidad, los que cuestionaron a mi padre no fueron lo suficientemente críticos. A mí me hubiera gustado más críticas, hubiera querido tener más dialéctica y polémica. Pienso que en la década del ‘60 todo era tan ideológico, tan blanco y negro, que ahora, con la distancia temporal, se revaloriza su figura y el rol que tuvo en los inicios de la sociología. Con respecto a lo de la hija, a mí no me gusta este papel. Si me hubieran dado una masa de documentos similares, pero de otro señor, lo hubiera hecho igual. Algunos me preguntaron si no fue doloroso encontrarme con los papeles de mi padre. Al contrario, fue muy divertido por el sentido de ironía que él cultivaba.
–¿Considera que Germani fue una especie de líder carismático, un ser excepcional para la época que podía ver más allá de la coyuntura, que anticipaba fenómenos sociales, y que por eso quedaba en medio de una situación de gran incomprensión entre sus propios pares?
–No sé si lo llamaría líder carismático, pero es cierto que anticipaba los tiempos, que era un pionero. En la medida en que uno va leyendo su obra, también se da cuenta de que muchos de los debates actuales sobre la posmodernidad estaban contenidos en su visión de la modernización y de sus contradicciones, aunque con otras palabras y con otro lenguaje. En Argentina tuvo un papel de gran capacidad organizativa, pero en Estados Unidos su rol quedó demasiado circunscripto a la Academia porque allí no había mucho por hacer. Y en Italia se sentía más extranjero que en Argentina. En Italia siempre fue una persona marginal. En los trabajos italianos sobre la modernización y el desarrollo latinoamericanos ni siquiera lo citan. El tenía muchas ideas, era un gran innovador. Evidentemente, más allá de las polémicas que generó, en la Argentina encontró eco para implementar sus propuestas.
–Sin embargo, Germani fue una suerte de rehén de la izquierda, que lo acusaba de “imperialista” por recibir subsidios de fundaciones norteamericanas, y de la derecha, que lo calificaba de “comunista”.
–Siempre se sentía amenazado. Recuerdo a un padre paranoico que estaba quejándose, que decía que todos lo agredían. En sus cartas, él bromeaba sobre sus dos ánimas que lo acompañaban a todas partes: el ánima comunista y la imperialista. Los dos extremos siempre se juntan y el caso de mi padre no es el único. Hubo otros intelectuales que no tomaron parte y que fueron agredidos por ambos costados. Lo que pasa es que cada una de estas críticas estaban dirigidas a un estereotipo que poco tenía que ver con lo que él hacía. Para la derecha católica, era un comunista porque proponía desarrollar una disciplina que indagaba sobre ciertas cuestiones que erosionaban el poder eclesial. Y de parte de la izquierda, los ataques provenían porque cualquier relación con Estados Unidos era vista como imperialista.
–¿Esta dicotomía en torno de su figura ha sido superada?
–Los sociólogos que lo criticaban, como Eliseo Verón y Miguel Murmis, ahora lo respetan. Cuando vuelve la democracia en la Argentina, se reconsidera el papel de Germani. Antes, en los ‘60, cuando se hacía referencia a la neutralidad de valores en la sociología, se la asociaba con el imperialismo. Esa etapa histórica se superó. Por otra parte, hay figuras que todavía resultan fáciles de estereotipar. Como mi padre estuvo en Harvard, llegaron a decir, en un artículo que cito en el libro, que había sido asesor de Nixon. Siempre quedarán, de todos modos, algunos resabios. Además, su personalidad autoritaria lo condicionó. Pagó un precio muy alto por su complejidad de carácter y de pensamiento, que lo llevó a incorporar diversas tradiciones, tanto europeas como anglosajonas.
–¿Esa personalidad la padeció como hija?
–Sí, era insoportable cuando quería (risas). Pero yo no lo tomaba muy en serio porque era un personaje de una ironía incurable, pero teníamos una relación muy paritaria. En Estados Unidos yo faltaba mucho a la escuela y él me lo festejaba, me firmaba el boletín, consentía que yo no fuera y se ponía contento cuando provocaba algún escándalo porque le gustaba mi rebeldía hacia la escuela norteamericana.
–Aunque estudió en la Facultad de Filosofía y Letras, gran parte de la formación de Germani fue autónoma respecto de las instituciones escolares. ¿Hasta qué punto el hecho de ser un autodidacta provocó rechazos en la universidad?
–Los profesores tradicionales le tenían asco porque no iba con corbata, lo despreciaban porque lo consideraban un tipo de lo más extravagante, un transgresor que no seguía ninguna convención. Germani apreciaba más a la gente autodidacta. El me enseñó de chica a reconocer y a distinguir al intelectual que venía a casa, educado en una institución, del intelectual autodidacta que se había formado por alguna inquietud en su historia de vida.
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