CULTURA
› ENTREVISTA A JUAN MARTINI
“Colonia”, una novela hecha de ambigüedad
El escritor habla de su libro, un texto atravesado por dudas y puertas que se abren, que pone en cuestión qué es lo real. La realidad social se filtra en una historia de amor y soledad.
› Por Silvina Friera
La certeza del sinsentido cotidiano impregna el devenir de Colonia, la última novela de Juan Martini. Desde la primera hasta la última página. Alejandro Balbi, el personaje principal, se interna por propia voluntad en una institución que parece psiquiátrica o que alguna vez lo fue. Lee el reglamento, acepta las condiciones, firma los formularios y los papeles y no quiere hablar más. Sólo escribe algunas frases sueltas en un cuaderno sobre sus primeras impresiones. No quiere recordar porque piensa que no es malo vivir movido por un estado de vacilación, aunque tenga 47 años. Su mirada se asemeja a la de un hombre neutral: nunca un sentimiento de ira o de alegría se le asoma por los ojos. El resto de los catorce internos, el celador y el director poco y nada saben de la vida de Balbi. Pero si la realidad siempre es diferente a todo, como señalaba W. G. Sebald, en esta historia nada es lo que parece.
En la entrevista con Página/12, Martini señala que la ambigüedad con la que trabajó la trama empieza por el título. “La novela transcurre en Colonia, Uruguay, aun cuando algunos recuerdos o escenas remitan a Buenos Aires, pero el título también tiene que ver con este instituto, que en algún momento en el pasado fue una casa de salud subvencionada por una fundación y que, con el paso del tiempo, fue quedando en manos de la administración del Estado y en una situación de creciente abandono que enrarece el estatuto de ese establecimiento.”
–En Colonia se filtran datos de la realidad política argentina, como la crisis de 2001. ¿Cómo se relaciona esta preocupación con sus novelas anteriores?
–En mis novelas más recientes comienzo a trabajar con la transformación urbana de Buenos Aires. Trabajé mucho sobre la ciudad que va siendo demolida durante la década del 90. En chiste y en serio, más de una vez digo que el Patio Bullrich es como la vía Condottieri de Roma con techo: están los mismos negocios y las mismas marcas. Sigo trabajando con ese tema, pero ya con el resquebrajamiento del sistema en la Argentina, con Puerto Apache, que muestra la realidad de los sin techo, en las calles, la gente sin trabajo, los que ocupan las casas o parte de la reserva ecológica. En Colonia, el tema central no es la realidad política argentina sino los sentimientos, el amor, los celos, el dolor, la desesperanza y la soledad. Pero comienzan a filtrarse datos de esa crisis.
–Por ejemplo, hay un dato curioso: ¿es cierto que las palomas emigraron de Plaza de Mayo?
–Sí, por los cacerolazos las palomas se desestabilizaron y se fueron hacia Palermo y Belgrano. Este es uno de los primeros datos que aparecen en la novela, aunque las noticias las reciben a través de una radio y ni el personaje principal, Alejandro Balbi, ni el resto quieren tener demasiadas noticias del asunto.
–¿Por qué lo que dicen algunos personajes está permanentemente puesto en cuestión por los otros, al punto que el lector se pregunta quién dice la “verdad”?
–En esta novela nada es lo que parece, lo cual no quiere decir que las cosas ocurran o no, lo que probablemente la novela permita al lector es poner en duda a quién le suceden. El texto va abriendo las puertas para que el lector pueda pensar a quién le pasaron las experiencias que de pronto van contando diferentes personajes. La novela pone en cuestión qué es lo real. En los primeros capítulos, Luque, el director del instituto, tiene una presencia que amenaza con llenar la historia y después desaparece. A partir de ahí la novela se reverbera y sigue en otra dirección.
–Entre los epígrafes de la novela aparece uno del escritor suizo Robert Walser, además de la presencia constante de citas de Pessoa. ¿Cómo se relacionan estos autores con la novela?
–El internamiento por propia voluntad de Balbi en esta colonia uruguaya está inspirado en el que realizó Walser en una institución psiquiátrica. La frase que utilicé de Walser, “ahora debo contar algo que tal vez despierte ciertas dudas”, me encantó. Ojalá tuviéramos un Walser rioplatense. El y Pessoa fueron escritores que no se creyeron nada acerca de sus obras mientras vivieron, aunque escribieron obras colosales y tuvieron vidas muy mortificadas. Walser, si bien estaba internado, tenía un régimen totalmente abierto y salía cuando quería, pero vivía en un psiquiátrico. Pessoa, que no estuvo psiquiatrizado, cuando muere deja el Libro del desasosiego desparramado por toda su casa, sin ningún orden, y con una nota que decía algo así como “si alguien quiere que lo lea como le parezca”. Ese desprendimiento respecto de la propia obra, tan ajeno en principio a la mayoría de los escritores argentinos, entre los que por supuesto me incluyo, me parece admirable. No porque haya que despreciar la propia obra, sino porque deberíamos verla con un poco más de desapego y sin creernos tanto lo mucho que escribimos.