CULTURA
› EL ESCRITOR CHILENO JORGE EDWARDS PRESENTA SU NUEVA NOVELA
“Yo fui el inútil de mi familia”
Basada en la vida de un tío rico y excéntrico, la nueva obra de Edwards también habla de la vieja Santiago.
› Por Silvina Friera
Hace años que al escritor chileno Jorge Edwards lo perseguía un maldito excéntrico, un primo hermano de su padre, Joaquín Edwards Bello, que pertenecía a una de las familias más influyentes del país. Este prócer de las letras chilenas, cuya imagen reproducen bustos y estatuas en todo Santiago, armó un revuelo descomunal cuando en 1910 publicó su primera novela, El inútil, en la que narraba una historia de amor bastante escandalosa para la época porque rápidamente la gente identificó a los personajes de carne y hueso que se escondían detrás de la ficción. Además, se declaraba socialista y ateo. La oveja negra de la familia fue un jugador empedernido que frecuentaba el hipódromo, escritor incorrecto y desdeñoso de la Academia que se suicidó poco antes de cumplir 81 años. “Yo rumiaba las historias de Joaquín”, confiesa Edwards en la entrevista con Página/12. Aunque tuvo poco contacto con su tío, Edwards acumuló cartas de su pariente y de tanto rondarle el tema surgió su última novela, El inútil de la familia, publicada por Alfaguara.
Edwards es abogado y fue diplomático en París, junto a Pablo Neruda, experiencia que narró en su polémico libro de memorias, Adiós, poeta. “El otro inútil de la familia fui yo”, bromea el escritor, Premio Nacional de Literatura (1994) y Premio Miguel Cervantes (1999). “Dentro de mi obra, esta novela es la más autobiográfica y, en cierto modo, la más experimental porque juega con el paso de lo biográfico a la ficción y de ésta a lo autobiográfico.”
–Pero la ficción siempre se nutre de la vida para ganar en verosimilitud.
–La ficción se ha alimentado de la realidad y de la memoria de los narradores, de lo que han vivido, lo que les han contado. La ficción es un procedimiento mental en el que la memoria inventa y altera un poco los hechos y, al alterarlos, los reinventa. Esta novela plantea el tema de la vocación del escritor y del paso a la literatura, que son temas que a mí siempre me han fascinado. Hay muchos escritores, que son los que me gustan especialmente, que en su obra narrativa inventan otros escritores o los reviven, que es lo que hice en mi novela, porque a Joaquín lo resucité a partir de datos reales, pero también lo inventé porque hay episodios que cuento que no puedo saber si son ciertos. No puedo saber cómo estaba durmiendo Joaquín cuando lo asaltó El Azafrán, que es un personaje de su ficción, pero yo sé que Joaquín fue asaltado en la vida real. Hice que lo asaltara un personaje inventado por él en una novela que se llama El chileno en Madrid.
–Usted dice que Joaquín es un “héroe trágico”. ¿Por qué a la cultura occidental le gusta tanto este tipo de personajes?
–Para Joaquín, la literatura era un salto mortal y el juego también. Y era un jugador grueso, se la jugaba entera en una pasada. Su destino hubiera sido seguir el cauce normal de la familia: ser abogado o empresario. El entró en lo literario y escogió otro destino, y ese destino iba a ser trágico porque salirse del orden establecido tiene un precio muy alto en todas las sociedades humanas, pero en las nuestras, que son más bien represivas, es más fuerte. En esta novela, el coro de la tragedia es la familia. Porque la familia siempre es como un coro, un tribunal severo.
–¿La literatura aparece como causa perdida?
–Sí, pero es también una necesidad. Y finalmente quedan las novelas, los cuentos, los poemas. Uno pude preguntarse: ¿sirvió de algo hacer esto? Bueno, hay que ser optimista, hay que suponer que sí. El mundo es diferente cuando se escribe una novela interesante. El mundo anterior al Proceso de Kafka no es igual al mundo posterior a esa novela: uno dice tal cosa es kafkiana. Finalmente, quizá algo queda, aunque no estoy seguro.
–¿Pensó qué queda de todo lo que usted escribió?
–A veces escribo una página y digo que a lo mejor la pueden leer en 20 años más. Mi primera novela tiene más de 40 años y todavía me sucede que gente joven me dice que la leyó hace uno o dos años. ¿Qué más puede pedir uno? Creo que a veces los escritores son muy retóricos, un poco demagogos con respecto a ellos mismos. Yo prefiero los escritores bromistas, por eso me gusta mucho Cervantes.
–¿Hay una relación entre el juego compulsivo y la literatura?
–Joaquín escribía de forma bastante compulsiva, era un escritor rápido, no construía demasiado bien, pero tenía ritmo y garra. Era un gran cronista. Fue un jugador muy afortunado hasta una etapa, pero cuando se hundió tocó fondo. Y él comparaba esa situación con la del toreo: “Que saliera esta carta –decía– era como una cornada mortal”.
–¿Por qué ya no es frecuente encontrarse con escritores excéntricos como Joaquín?
–El otro día me pidieron una nota de Santiago como ciudad. En mi juventud, la ciudad estaba habitada por excéntricos: pasaba uno que se creía Sherlock Holmes, con pipa curva y sombrero, había otro que organizaba congresos internacionales y un mendigo al que le decían “Manuelito el tonto”, que estaba en los casamientos, en los funerales, en los bautizos y cuando llegaba el verano se trasladaba a Viña del Mar y se tuteaba con todas las señoras elegantes. Esa Santiago se acabó, ahora andan todos como una maquinita, mirando derecho. Neruda me decía que a estos excéntricos habría que haberlos conservado aunque fuera en formol.