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“La ciencia ficción piensa el presente”
Alejandro Alonso habla de La ruta a Trascendencia, que publica Página/12.
Por Angel Berlanga
Aunque La ruta a Trascendencia es el primer libro que le editan en la Argentina, Alejandro Alonso ha publicado ya un par en España: con la novela corta que da título al volumen ganó, en 2002, el premio de la Universidad Politécnica de Cataluña –considerado como el más importante entre los de ciencia ficción de habla hispana– y acaba de aparecer Postales de Oniris, una serie de relatos sustentados, dice, “en una fantasía tecnológica: el desarrollo de una suerte de sueño colectivo en el cual la gente puede divertirse, trabajar o compartir momentos, que de a poco se convierte en una pesadilla”. Tony, el protagonista de La ruta..., también transita por una densa atmósfera pesadillesca en Trascendencia, un pueblo semiaislado y custodiado por gendarmes en el que el tiempo, luego del hipotético impacto de una nave extraterrestre, transcurre extrañamente superpuesto.
La ruta a Trascendencia, que aparece mañana junto a este diario, es el quinto libro de la colección “Literatura fantástica y ciencia ficción”. Si la novela homónima corresponde al segundo de los géneros, los siete relatos que la complementan en el volumen pueden enmarcarse en el primero. “Yo los definiría como fantástico-histórico”, dice Alonso. En efecto, este escritor y periodista imagina unas grietas en cruciales contextos y/o personajes de la historia, en las que transcurren los sucesos de sus cuentos: en 1807, por ejemplo, un teniente que participó de la segunda invasión inglesa cuenta, treinta años después, su versión de los hechos y el papel que tuvieron dos misteriosos “guaraníes” en la contienda; en Un olvido fortuito, por ejemplo dos, Ireneo Funes, el memorioso de Borges, se aparece en un boliche en medio de una partida de tute cabrero y antes de irse a hacer “unos ejercicios de latín”, con unos libros que le prestó “don Jorge Luis”, “el cieguito del pueblo”, dice: “Si lo ven, mándenle mis saludos”.
–¿Cuál es el planteo sobre el transcurso del tiempo y sus distorsiones en La ruta a Trascendencia?
–La idea es simple: Trascendencia es un lugar en donde la gente vive extensamente en el tiempo, es decir, no solamente tiene dimensión en el espacio sino también en el tiempo, que se presenta como distorsionado, de tal manera que la gente se desdobla y cambia, y también cambia la física del lugar. Me interesaba desarrollar qué les pasa a los personajes en ese escenario, cómo es la relación entre ellos.
–El “mandamiento” planteado al comienzo, “no especular”, es uno de los temas centrales en la novela respecto de esas variables del tiempo.
–Escribí la novela durante 2001, una época de mucha ansiedad, y la ansiedad lleva a especular, a construir escenarios todo el tiempo, a volverse paranoico; se gastan muchas energías sólo en el ejercicio de la especulación, sin definir nada nunca. La tremenda ansiedad por lo social y lo personal impedía prácticamente pensar en el futuro; en Trascendencia las personas pueden verlo, pero especular sobre él las destruye. Yo creo que la ciencia ficción, como género, más que anticipar qué pasará en el futuro, ayuda a pensar sobre un montón de cosas del presente a través de metáforas o de situaciones en las que la ciencia plantea temas nuevos.
–¿Cuál es el hilo conector entre la novela y los relatos fantásticos?
–Diría que tienen en común que son profundamente argentinos y que buscan una identidad. Aunque el escenario de La ruta a Trascendencia no se especifica, uno puede pensar en las sierras de Córdoba. También hay un tono, un lenguaje, que remite fuertemente a lo nacional.
–Es curioso cómo, en casi todos los cuentos, contextualiza con símbolos muy fuertes de “lo nacional”: Eva Perón, Rosas, Borges, las invasiones inglesas, Malvinas.
–La elección no fue premeditada, iban apareciendo los escenarios y yo decía “uy, qué bueno si acá el diablo metiera la cola”. Qué bueno, por ejemplo, imaginar una historia de vampiros en una época tan sangrienta como la de Rosas. En el cuento fantástico el recurso es a la vez el contenido, y el desafío era que lo que se cuenta en los relatos pudiera haber ocurrido sin deformar la historia real.