Lun 21.03.2005

CULTURA  › DANIEL MOYANO

El regreso del último exilio

Una antología de cuentos y una novela inédita rescatan al gran escritor.

› Por Silvina Friera

Los militares lo secuestraron el 25 de marzo de 1976, un día después del golpe de Estado y, apenas lo liberaron, él se exilió en Madrid, donde murió el 1º de julio de 1992 a los 62 años. No fue el primer desarraigo que sufrió el escritor Daniel Moyano, ni el último. Aunque había nacido en Buenos Aires en 1930, pasó su infancia en la ciudad de Córdoba y se radicó en La Rioja, en donde escribió la mayoría de sus relatos y novelas. A pesar de haber sido elogiado nada menos que por José Bianco (“no propaga doctrina, no teoriza ni argumenta, sino que sencillamente narra”) y Augusto Roa Bastos, el último exilio que sufrió Moyano –Premio Juan Rulfo en 1985– fue el olvido de la crítica, la academia y el mundo editorial. Después de veinte años de ausencia en editoriales argentinas, la recuperación de parte de su narrativa, El rescate y otros cuentos (Interzona), una antología de sus mejores cuentos curada y prologada por el narrador tucumano Juan José Hernández, y la próxima publicación de una novela inédita ¿Dónde estás con tus ojos celestes? (De los Cuatro Vientos) que Página/12 anticipa en exclusiva (ver aparte), es un acto de justicia literaria.
Los diecinueve cuentos seleccionados pertenecen a Artistas de variedades (1960), El rescate (1963), La lombriz (1964)), El fuego interrumpido (1967) y El estuche del cocodrilo (1974). Amigo personal de Moyano, Hernández recuerda en el prólogo de El rescate... que para el escritor riojano “no fueron los modelos europeos sino los narradores norteamericanos del siglo XX, Faulkner en especial y los novelistas de la llamada generación perdida, quienes influyeron en la narrativa contemporánea de América latina”. Esta lúcida evocación –porque a Moyano se lo suele emparentar, exclusivamente, con Kafka y Pavese– se verifica en buena parte de los cuentos que integran la antología del escritor riojano, que fue profesor de música en el Conservatorio Provincial de La Rioja y formó parte del Cuarteto de Cuerdas y la Orquesta de Cámara de esa institución. El narrador de los cuentos de Moyano nunca alza la voz, no sentencia ni juzga a los personajes; si narra no es para confirmar el prejuicio de clase sino para mostrar la complejidad de los otros, ya sean hombres o mujeres pobres de pueblos del interior, jóvenes provincianos que se desplazan hacia las “luces” de las grandes ciudades o viejos tíos que educan a sus hijos y sobrinos como pueden.
En Cantata a los hijos de Gracimiano, uno de los cuentos más descarnados que se haya escrito sobre cómo el hambre deshace literalmente a una familia, la alternancia de las voces narrativas –en tercera y en primera persona– y el manejo del punto de vista le confieren a la historia una mayor eficacia en términos narrativos. El problema del matrimonio consistía en cómo decirles a por lo menos dos de los nueve hijos, los mayores, que serían entregados a otras familias que pudiesen alimentarlos. “Después de todo, los hijos no son de uno sino de quienes les dan la leche”, señala Gracimiano, el padre de los chicos, con esa resignación que surge en el abismo de la desesperación y ante el implacable avance de la fatalidad que se cierne sobre la familia. El autor no interviene ni comenta, no explica ni interpreta nada; simplemente se limita a disponer las estrategias narrativas que le permiten amplificar la opacidad y la ambigüedad del mundo narrado.
El hambre, una de las obsesiones temáticas del escritor, también aparece en Los mil días, de la mano del abuelo, un inmigrante italiano, que echaba a los hijos que se negaban a trabajar esgrimiendo el “menos bocas” para comer, y en Etcétera, cuando la tía, harta de las golpizas que recibe de su marido, se queja: “No hay plata que alcance para llenarles las tripas, siempre pidiendo con la boca abierta como las víboras, siempre con hambre malditas porquerías”. Los tíos, personajes diseminados en muchos de los relatos, ocupan de un modo precario el espacio de los padres ausentes como en La puerta, relato en el que Peralta –un joven al que todos conocían como Capozzo, el apellido de su tío al que odiaba– idealiza a una vecina como la muchacha inalcanzable, hasta que un gemido, la mancha de sangre en el vestido y el padre de ella ahogado por el alcohol le revelan un horizonte de violencia, humillación y degradación que supera al mismo infierno en el que él siente que vive; en todo caso, sólo esa puerta, a la que alude el título, se erige como en un muro frágil que divide la marginalidad de los unos y los otros.
Muchos libros del escritor riojano merecían ser reeditados, como El vuelo del tigre, quizá la mejor ficción escrita sobre la dictadura militar bajo la forma de una alegoría; la primera versión de la obra fue enterrada en La Rioja, antes de la detención de Moyano, que la reescribió y publicó durante su exilio en Madrid. O El Oscuro, novela ganadora del Premio Primera Plana (que tuvo a Gabriel García Márquez, Leopoldo Marechal y Augusto Roa Bastos en el jurado). “El de Moyano, después de todo, es un realismo profundo a fuerza de ser objetivo, a fuerza de querer ser un sondeo de todo lo real, de sus estratos más ricos e inéditos”, señaló Roa Bastos en el prólogo de los cuentos del escritor riojano reunidos en El trino del diablo y otras modulaciones. Un realismo cuya profundidad es metafísica.

Subnotas

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux