CULTURA
› BEATRIZ DE MOURA, FUNDADORA DE EDITORIAL TUSQUETS
“La edición es una adicción”
“Los editores siempre seremos los chicos malos de la película”, dice la mujer que en 1969 fundó, con sólo 1100 dólares, un sello que arrancó con Beckett y hoy ostenta un amplio espectro.
› Por Silvina Friera
Nadie daba dos duros por el modesto proyecto editorial, pero ella, que dice que es terca por naturaleza, se lanzó de cabeza “y a tumba abierta” para crear Tusquets. Muchos de sus amigos pensaban que por su origen de “niña bien”, Beatriz de Moura tenía los medios económicos para montar su “caprichito, como a quien se le antoja poner una boutique. En 1969, con tan sólo 1100 dólares –cifra que hoy no alcanzaría a cubrir la tirada de un libro– tradujo la consigna del Mayo del ’68 en la sala de estar de su casa en Barcelona, donde empezó a cobrar forma el primer volumen de la serie “Cuadernos marginales”, Residua, de Samuel Beckett, que salió poco antes de que el escritor ganara el Premio Nobel de Literatura. “Con la imaginación suplíamos lo que no podíamos hacer con el dinero”, recuerda De Moura en la entrevista con Página/12. Pero también se apropió del lema del mítico editor francés Jean-Jacques Pauvert: “Ciertas editoriales trabajan en lo inmediato, yo lo hago en profundidad”.
Después de 36 años, la profundidad del trabajo de De Moura como directora literaria de Tusquets está a la vista en el cosmopolitismo del catálogo: Milan Kundera, Italo Calvino, Thomas Pynchon, Nadime Gordimer, Woody Allen, Reynaldo Arenas, Almudena Grandes, Samuel Beckett, Jorge Edwards, Jorge Semprún, Marguerite Duras, George Simenon, John Updike y Philippe Delerm, entre otros escritores. “La edición de libros se convierte en una adicción, es similar a la sensación que tiene el aventurero cuando pisa una tierra que nadie ha transitado todavía”, señala De Moura, que ha traducido del francés Los testamentos traicionados, La lentitud, La identidad y La ignorancia de Milan Kundera. “No se puede vivir mirándose el ombligo todo el tiempo. Para editar libros hay que ser cosmopolita porque la literatura no tiene fronteras”, subraya la editora y traductora.
–¿El rechazo a la dictadura franquista funcionó como un disparador para el mundo editorial?
–Todos éramos antifranquistas, cada uno a su modo. Nuestra generación veía que Franco tarde o temprano iba a morir, y sabíamos que se iba a morir en su cama, que no habría una revolución como creíamos cuando éramos más jovencitos. Vimos que el relevo se tenía que dar de una manera distinta a la que se creyó. Había un cambio que se palpaba en el aire, en la mentalidad de las personas, que jamás el Partido Comunista pudo prever. Por eso no queríamos perder una batalla profesional, vocacional.
–¿Había una idea inicial de catálogo, de fondo editorial, cuando empezó a editar los primeros libros?
–Sí. Un catálogo coherente se hace cuando hay una persona que toma las decisiones sobre los libros que va a publicar, y esas decisiones reflejan sus inquietudes y sus propias lecturas a través del tiempo. Aunque pueda haber cambios, el catálogo refleja la evolución lógica de esa persona. Y esto es lo que le da coherencia. Nunca tuve la idea de que los libros hacen la revolución, no se me cruzó ni un segundo por la cabeza. Pero sí sentía que cumplía una misión, una especie de vocación, porque la edición de libros es una profesión que tiene que ser vocacional, de lo contrario mejor no entrar (risas).
–¿La concentración en grandes grupos editoriales termina afectando el criterio de coherencia y cohesión de los catálogos?
–No creo, al menos en España no está pasando. Los grandes grupos han organizado sus distintos sellos de tal forma que en algunos mantienen una coherencia editorial. Pero el sistema global de comercialización del grupo permite los grandes descuentos, y las librerías que gozan de esos privilegios mantienen los libros de estos grupos más tiempo que el de otras editoriales. Este sistema de comercialización es el que produce una paralización en las pequeñas editoriales que están empezado. Esto es como las tortugas que dejan los huevos enterrados en la arena y se van. Después salen miles de tortuguitas, a la mayoría se la comen los pájaros o los peces, pero muchas sobreviven. Pero soy optimista: las pequeñas editoriales son el futuro de la edición literaria.
–Al principio, Tusquets reivindicaba las vanguardias literarias del siglo XX. ¿Qué sucede ahora, cuando parece que no hay vanguardias?
–Uno sabe que un autor o un libro es vanguardia a posteriori, nunca en el momento. Hemos publicado libros difíciles, poco accesibles de entrada, pero que con el tiempo se han ido convirtiendo en libros aceptados y comprensibles; y una se queda bastante perpleja ante el recorrido de ciertos libros que parecieron en su momento muy avanzados. Literariamente el mundo ha ido hacia otro costado. Las vanguardias del siglo pasado rompieron con tanta cosa... y el movimiento del nouveau roman en Francia intoxicó mucho la literatura, que entroncó con el estructuralismo y la deconstrucción de los textos. Esto, más que a favor de la literatura, ha sido un trabajo en contra.
–Gabriel García Márquez dice que todos los editores son como pirañas. ¿Por qué es tan conflictiva la relación entre el autor y el editor?
–Los editores siempre seremos los chicos malos de la película: si el libro va bien es gracias al escritor, si el libro va mal, el problema es del editor. ¿Para qué discutirlo? (risas). Lo evidente es que los editores, ante todo, tenemos que ser editores de nuestros escritores. Si además viene la amistad, mejor. Es como una madre que dice que es muy amiga de sus hijos: primero sé madre y después amiga de tus hijos.
–Al principio la veían como la “niña bien” que editaba libros. ¿Le costó sacarse ese estigma de encima?
–No me lo he sacado todavía. Es cierto que yo provengo de un mundo de “niña bien”, pero mi papá me echó de casa. El tuvo la vaga esperanza de que volvería porque estaba demasiado bien acostumbrada, pero yo era dura como él. Estuve diecisiete años sin hablar con mis padres. Mis orígenes son totalmente de “niña bien”, para qué lo voy a negar, y me sirvieron muchísimo porque mi padre era diplomático y eso me facilitó el aprendizaje de idiomas, pero yo era una maleta más en el equipaje de mis padres. Además, a mí me encanta provocar. Todo mi sistema de vida fue muy provocador: en la manera de vestirme, en mis comportamientos personales, en romper cosas de una España llena de caspa y muy puritana. Y hoy, cuando me están prohibiendo fumar por todas partes, es cuando me están invitando a fumar cada vez más. Además, fíjate lo que ponen en las cajas: “Fumar puede matar”, “Fumar puede dañar el esperma y reduce la fertilidad”. Pues déjenme morir tranquila (risas).