CULTURA
› CONTINUA HASTA EL 5 DE JUNIO EL CICLO CONTEMPORANEA X 6 EN EL ALVEAR
Tres programas de danza y un balance
Con obras de Ana Garat, Pilar Beamonte y Roxana Grinstein se completan los tres programas del ciclo Contemporánea X 6, que reunió seis propuestas innovadoras en el Teatro Alvear.
› Por Analía Melgar
Mascullando al oído de su amiga septuagenaria, una espectadora se quejaba enfadada: “¡Ay, pero esto no es el Ballet del San Martín! ¡Esto no es danza!”. Unas desprevenidas asistentes al Teatro Alvear comprobaban hace algunas noches que, efectivamente, el ciclo Contemporánea X 6 está integrado por producciones externas al Ballet oficial. Las propuestas de danza contemporánea para los tres programas organizados por el Complejo Teatral de Buenos Aires pertenecen al circuito independiente argentino, y buscan sorprender, provocar, y hasta indignar.
En la sala de Corrientes 1659, el 9 de abril se estrenó un primer programa compuesto de tres títulos: Fratres y Something beneath, de Miguel Robles, y Un monstruo y la chúcara, de Gerardo Litvak. Luego, el 29 de ese mismo mes comenzaron las funciones del segundo programa, doble, compartido por Guarda nada, de Valeria Kovadloff, y Hay en mí formas extrañas, de Luis Garay. Finalmente, el último programa arrancó el 21 de mayo y se extenderá hasta el 5 de junio, con funciones de jueves a domingo a las 21. Está compuesto por Yo yano quepo, de Ana Garat y Pilar Beamonte, seguido de Y te encontró ahí, de Roxana Grinstein. Acercándose el final de esta importante iniciativa pública por favorecer la difusión de grupos de danza autónomos, vale hacer un balance.
En términos generales, la totalidad de los espectáculos se ganó merecidamente participar de este ciclo. Sin embargo, los resultados son desiguales. Compartiendo un piso base de elaboración en composición, movimiento y escenificación, no todas las piezas logran ser algo más que correctas. Todas las obras despliegan su faceta atractiva; algunas de ellas son fantásticas.
Las coreografías de Robles, si bien diferenciadas entre sí por vestuario y música, constituyen una unidad estética. De aséptica formalidad, muestran una perfección esquemática. Fratres es un quinteto que no se libera del corset del unísono. Sus figuras esbeltas, su belleza plástica y sus desplazamientos etéreos simulan un contraste frente a Something beneath donde, bajo la apariencia del descontrol de una discoteca, se esconde el mismo rigor regulado. Las secuencias de pasos sin respiros fueron interpretadas, entre el 9 y el 24 de abril, por bailarines de grandes cualidades técnicas. El primer programa del Alvear continuó con Un monstruo y la chúcara, en un orden que deslució el mejor trabajo del ciclo. La propuesta de Litvak demanda una recepción calma y sutil, sin la aceleración previa de la música electrónica de Robles. Se trata de una composición con verdadera experimentación, donde los movimientos creados no recuerdan estilos ni escuelas preexistentes. Litvak diseña dos personajes tan chiflados como adorables, de la mano de sus dos intérpretes descomunales, a cual mejor: Gabriela Prado y Pablo Rotemberg. El monstruo, un ser que recuerda El innombrable de Beckett por su imposibilidad de salir del agujero en el que vive, se divierte con sus caídas y sus fracasos al tratar de vencer su cuerpo rígido. La chúcara, una chueca tímida, vive obsesionada con que el largo de su pollera no deje ver más arriba de su rodilla. Cada personaje tiene su momento solo. Al final, se reúnen. Estos dos lisiados, que saben reírse de sus esqueletos desmembrados y llenos de tics impensados, siempre sorprendentes, se alejan hacia un mundo que los hospede con la ternura que ellos pueden dar.
El dúo femenino de Kovadloff, en el segundo programa, problematiza el encuentro de la ciudad y el campo, una temática pertinente para la geografía conflictiva de nuestro país. Pero las características maniáticas de cada una de las mujeres –el nerviosismo de la urbana y la calma deprimente de la rural– quedan muy apegadas a la mímesis de gestos reconocibles, mientras que las posibilidades escénicas y kinéticas están reducidas en extremo. Guarda nada hace extrañar la excelente obra anterior de la misma coreógrafa, su merecidamente exitosa Punto perdido. Garay, por su parte, ofreció un trabajo interesante que combina esfuerzo físico con una dramaturgia vinculada con el título: Hay en mí formas extrañas. La coreografía fragmenta el espacio con la presencia de seis bailarines, produciendo diseños geométricos. Los intérpretes, a su vez, se gritan números que (des)organizan sus intrincados vínculos afectivos.
El programa actual del ciclo Contemporánea X 6 se abre con una obra cerrada, contundente, en la que se evidencian años de elaboración. Yo yano quepo, dividida en tres partes, constituye una unidad. Se destaca el lenguaje dancístico, de raigambre en el flying low, con un énfasis especial en dinámicas ligadas y rodadas ágiles. Motores de pie o de brazos arrastran los cuerpos, divididos entre la tensión y relajación. Los intérpretes se mueven en el aire como en un fluido agradable y envolvente. Paradójicamente, la plasticidad transmite la intención declarada por Garat y Beamonte, que consiste en dar una imagen de claustrofobia. La elección de un fondo blanco recuerda una sala de encierro para enfermos mentales. La iluminación de Eli Sirlin acentúa el efecto siniestro. La primera parte, un solo, sigue con un trío masculino con vestuario color gris plomo que lo uniforma. Con la cabeza casi rapada, tres seres anónimos exploran el espacio y se exploran entre sí con juegos que acaban en giros fuera de eje. Vuelos sobre caderas y hombros aprovechan impulsos nunca detenidos. La música de Martín Ferres Trahtenboit trae reminiscencias de golpes maquínicos y sonidos amenazantes. El clima cambia cuando el escenario es superpoblado por nueve bailarines, entre los que se destacan Darío Rodríguez y Cristian Setien. Ahora, una multitud se ahoga invadiendo los resquicios libres. La desorientación genera choques y encastres entre axilas y cinturas. El final, demasiado extenso, no llega a perjudicar esta obra impecable. Le sigue Y te encontré ahí: movimientos sencillos construyen encuentros y desencuentros amorosos, mientras los nueve intérpretes se disputan unas sillas. Con un amable tratamiento hacia el cuerpo femenino, aparecen formas sinuosas, entremezcladas con escenas inconexas: se tira arroz al piso, mujeres se cubren y descubren un seno, suena la voz mecánica de una muñeca. Así culmina este ciclo de calidad que podrá ofender a señoras de gustos tradicionales pero que puede jactarse de haber llevado la danza independiente a la calle Corrientes.