CULTURA
› PAGINA/12 PRESENTA A PARTIR DE
MAÑANA TRES LIBROS DE AUGUSTO ROA BASTOS
Tributo a la imaginación latinoamericana
Hijo de hombre (novela), El trueno entre las hojas y El baldío (cuentos) muestran el talento narrativo del autor paraguayo.
Por Liliana Viola
No habrá mayor homenaje, ahora que Roa Bastos está muerto, que el de sus libros reeditados, puestos aquí, al alcance de sus lectores. La biblioteca que pretenda conjurar la imaginación latinoamericana y su maestría tendrá que tener muchos títulos de este autor. Los más conocidos, los escritos durante sus casi treinta años de exilio en Buenos Aires, y sin dudas los primeros, que supieron demostrar temprano quién era este señor tan elegante, tan paraguayo. El mismo señor que por ningún premio ni otros espejismos dejó de autodenominarse un campesino. “Utilizo la palabra ‘campesino’ con cierto orgullo, porque en mi obra he procurado recuperar la dignidad de ese término. Puede significar estar aislado, pero también significa una vida en comunión con la naturaleza.”
Es por esta razón que Página/12 edita ahora, especialmente para sus lectores, aquellos tres títulos con los que la Editorial Losada dio a conocer al público porteño y al mundo a este autor sorprendente. La novela Hijo de hombre (1960) y los dos ejemplares de cuentos: El trueno entre las hojas (1953) y El baldío (1966) hablan no solamente de quién es Roa Bastos sino de un momento de gloria del circuito cultural porteño en el que las editoriales descubrían voces y las dejaban oír en el mercado. Es interesante destacar que estos textos fueron pensados en Buenos Aires y con antelación a que subiera tantos grados la fiebre de la literatura latinoamericana de los sesenta. Roa Bastos fue, para los autores de aquella generación que escribió en tiempos del boom, un maestro no sólo literario sino ejemplo de una ética practicada dentro y fuera del texto. Los dos primeros libros, apenas aparecieron, bastaron para consagrarlo. Aún hoy se los distingue como esenciales en la construcción de una voz moderna sobre la opresión y el triunfo del lenguaje. Los cuentos de El baldío, menos conocidos, pero no por eso menos importantes, muestran un Roa Bastos atípico y gozaron también en su momento de una excelente recepción.
“Hijo de hombre”
Con ésta, su primera novela, Roa obtuvo en 1959 el prestigioso Premio Internacional de Novela otorgado por Editorial Losada. Además, logró traducir sin traicionar las particularidades de una cultura bilingüe. Tal vez una cultura única en Latinoamérica, que piensa y siente en guaraní, transcribe en español y respira al antojo de dos cosmogonías. Hijo de hombre capturó a los lectores ajenos a ese mundo y los condujo a través de varios episodios extraordinarios y aparentemente inconexos hasta el espanto de la Guerra del Chaco. Un dios con ascendencia española ve caminar la furia de los muertos guaraníes que prometen venganza. Mientras tanto, la injusticia se apoltrona. El peligro constante de un sometimiento mayor convive con la certeza de que en algún puño cerrado dormita la resistencia.
“El trueno entre las hojas”
Es la primera obra de Roa editada en Buenos Aires. Los personajes de estos 17 cuentos están marcados, como la hacienda. Tienen un sello que los distingue, por más que deambulen entre palmares o ríos verdes sin cruzarse entre sí, creyendo que van sin dueño. Todos ellos, los carpincheros, los paseros, los explotados del ingenio, en el tabacal o el arrozal, el viejo Obispo, el mensú y la hija del ministro, han emergido de la tierra paraguaya. No del Paraguay que figura en los mapas, sino de aquel otro país que Augusto Roa Bastos inventó tal cual es. En la Argentina, este autor que había llegado en 1947 expulsado por su patria, tuvo varios trabajos: cartero, mozo, periodista, guionista de cine. Uno de los relatos de esta serie que fue llevado al cine por Armando Bocon guión del mismo Roa Bastos. La película que se llamó también El trueno entre las hojas marcó el debut de Isabel Sarli y el comienzo de la dupla Sarli-Bo en la historia del cine argentino.
“El Baldío”
Aparece aquí un Roa Bastos diferente, captado por la lógica urbana de Buenos Aires en la que ya llevaba instalado más de 15 años y que le permite echar mano de esa maldad implacable, de esa ironía devastadora que luego desplegó en Yo el Supremo. Las modas y el éxito tan merecido de esta novela hicieron que se descuidara la edición de varios volúmenes de cuentos escritos antes de 1974, entre ellos, El baldío. Es por esto que esta edición cobra mayor valor, ya que resulta casi imposible encontrarlo hoy en las librerías.
Perfil de un exilio
Roa Bastos nació el 13 de junio en Asunción del Paraguay, y pasó la mayor parte de su infancia en Iturbe, un pequeño pueblo ubicado a unos 200 kilómetros de la capital. Allí aprendió a hablar y sobre todo a escuchar en guaraní, a descifrar el mundo desde la mirada del mestizaje. Tenía 15 años cuando participó como enfermero voluntario en la Guerra del Chaco, sangrienta disputa por unos yacimientos petrolíferos inexistentes que enfrentó a dos países pobres, Bolivia y Paraguay. Esta guerra que se pagó con cien mil muertos y dejó al Paraguay con la mirada perdida entre la identidad y la nada, es el hilo que sujeta Hijo de hombre. Roa Bastos comenzó a destacarse en el mundo literario de su país y obtuvo una beca del British Council para viajar como corresponsal de la Segunda Guerra y para preparar materiales sobre América latina para los programas de la British Broadcasting Company. Mientras residió en Inglaterra, Roa Bastos continuó enviando artículos a El País (Paraguay). Cuando regresó al Paraguay ya se había ganado el exilio. Vivió en Buenos Aires entre 1947 y 1976.
Aunque es sabido que Roa Bastos no prestaba su cuerpo para la hoguera de los agasajos, aunque todos lo recuerdan como un hombre sencillo que pasó gran parte de su carrera en una relativa oscuridad, la potencia de su obra obligó a que el reconocimiento llegara a tiempo. Roa Bastos sufrió el exilio más largo e inverosímil al que haya sido sometido cualquier personaje de la ficción más hiperbólica. Obligado a vivir la mitad de su vida fuera de su país por capricho de innumerables y pequeños dictadores, la hospitalidad y el homenaje no sólo se hicieron ver sino que en ocasiones sirvieron para salvarle la vida. Alguien podría suponer que las diferentes patrias que tuvo como guardianas –Argentina, España, Francia– hubieran acordado turnarse para proteger esta voz que encabritaba a los salvajes. Si bien Buenos Aires fue la sede de sus mejores obras y según él mismo, el lugar desde donde pudo captar la dimensión de su tierra distante, también tuvo que dejarla, corrido por la dictadura que se instaló aquí en 1976. Fue justo en ese año que la Universidad de Toulouse, que años después le daría el Doctorado Honoris Causa, lo invitó a impartir clases de literatura y guaraní.
En 1989, el mismo año en que caía el sempiterno Stroessner, Roa Bastos recibió el Premio Cervantes, el Nobel de las letras hispánicas. Lo agradeció como un reconocimiento a la cultura paraguaya liberada. Le gustaba recordar que cuando pisó Asunción después de recibir el Cervantes, un hombre lo paró para felicitarlo por “la Copa Cervantes”, le dio un beso y le regaló un cacho de bananas que el autor cargó muy orondo hasta su casa. Roa Bastos regresó definitivamente a su tierra en 1996, siete años después del derrocamiento de Stroessner, con la intención de dedicar el dinero de su premio y sus últimos años a un plan de alfabetización. Después de su muerte las autoridades de su país decretaron tres días de duelo nacional y lo declararon, recién entonces, ciudadano ilustre. El mejor homenaje es acercar sus libros a quienes quieran leerlos. Porque él es sus propias palabras, un escritor dejando que las voces mareadas de la tierra lo lleven al lugar seguro. Roa Bastos fue su propia patria.