CULTURA
› OPINION
Con perdón de la sonrisa
› Por Juan Sasturain
Hizo –y siempre hacía– de todo: sacar fotos cuando la conocimos a su regreso del exilio mexicano, y después –y hasta ahora nomás– trabajar en la radio, pensar y dirigir colecciones de humor, escribir en y sobre los medios. De todo y bien. En los últimos años se le había animado a la literatura –su primera ficción retomó a la trágica Camila O’Gorman– y supo meterse agudamente con la familia Lugones: del ínclito poeta nacional a la brillante Pirí. Y pensaba seguir escribiendo, le había tomado el gusto. Sin embargo, lo de la Merkin, lo suyo, era un arte infrecuente, más volátil y tan difícil: ese ingenio tan temido. Algunas de las mejores anécdotas que recuerdan comentarios y ocurrencias verbales de Marta Merkin no se pueden contar, por lo menos acá. Sólo recordarlos una y otra vez. Y reírse. Tampoco se puede contar el brillo de sus ojitos encendidos, su sonrisa cómplice, levemente esquinada. Nos hemos reído mucho con ella. Hemos disfrutado –todos sus infinitos amigos y conocidos– con su amistad, su filoso humor, su maravillosa inteligencia. Qué pena lo que pasó. Qué bueno que siempre la recordaremos así.