CULTURA
› ENTREVISTA A WILLIAM KLEIN
“Habría que invadir Estados Unidos”
El famoso fotógrafo neoyorquino, que con su arte callejero y desmitificador marcó un punto sin retorno, afirma que “deberían lanzar un ataque preventivo contra mi país”.
Por Elsa Fernandez Santos*
Aunque también es pintor y cineasta, el neoyorquino William Klein, de 77 años, es famoso por haber revolucionado la historia de la fotografía: su libro Nueva York (1956) marcó un punto sin retorno. Se enfrentó a la tradición de Henri Cartier-Bresson (“matar al padre”, resume él) con su fotografía expresionista, callejera y desmitificadora. Desde entonces ha trabajado por rachas. Alto y altivo, Klein asegura que nunca lleva una cámara con él. Sólo cuando trabaja. Su ojo, sin embargo, no para. Repara en todo. Dice lo que no le gusta con aire despótico y tiene un humor socarrón que cohíbe a sus interlocutores. Duro de oído, se acerca para escuchar las preguntas. En la conversación intercala alguna palabra en yiddish. Lo hace al describir a su padre, un judío comerciante que acabó vendiendo seguros. “Se parecía mucho a ese hombre, el de aquella foto”, señala. “Son rostros que ya no quedan.” Klein sonríe, y el fiero león se calma.
–Usted ha dicho que hace fotos de gente a la que no se atrevería a mirar a los ojos.
–Es cierto. Pero lo más hermoso y singular en las personas es la mirada. Lo que pasa es que en Nueva York la gente no mira a los ojos. Eso puede causarte problemas. Cuando era niño y paseaba por un barrio que no era el mío, y eso era como viajar a un país extranjero, las personas se molestaban si las mirabas. Encontré varias formas de lidiar con eso. Una fue el tabaco: pedía fuego y así distraía su atención. Otra era hacerme el tonto. Eso siempre funciona, evitas peleas.
–¿Por qué dejó de hacer fotografías?
–Trabajé por rachas. Hice lo que tenía que hacer, pero no fui muy constante. Nueva York fue un libro autobiográfico. Muy impulsivo. Era mi manera de utilizar la fotografía para hablar de lo que siempre quise hablar. Se decían tantas tonterías sobre Nueva York. Es una ciudad trágica y yo quería mostrar mi rabia. Es una ciudad incómoda, sucia. ¡La Gran Manzana! ¡Tonterías!
–¿No siente empatía por las personas que fotografía?
–La gente me hace reír. Llevaba mucho tiempo viviendo en París y cuando fui a Nueva York, los miraba de otra manera.
–¿Se puede afirmar que la calle ya no le interesa tanto?
–Hay ciudades que no cambian. Nueva York no cambia. Madrid no cambia. París y Barcelona han cambiado. Tantos barrios enteros nuevos...
–Y después de tantos años viviendo en París, ¿es más francés que norteamericano?
–No. Soy muy norteamericano.
–En una entrevista usted sugirió al gobierno francés que invadiera Estados Unidos.
–¿Lo leyó en ese librito tan curioso sobre mí?
–Sí. Lo tengo aquí.
–Déjeme verlo. (Klein lo abre, estampa su firma sin preguntar en la primera página y lo devuelve con una carcajada.) Bueno, creo que Estados Unidos es más peligroso que Corea del Norte. Estados Unidos sí que tiene armas de destrucción masiva. Así que deberían lanzar un ataque preventivo contra ellos. Mire, las personas más críticas que conozco con Estados Unidos son norteamericanas. Ciento por ciento norteamericanos, como Michael Moore, Noam Chomsky o Gore Vidal. No conozco a nadie más crítico ni más norteamericano que Gore Vidal.
–Susan Sontag escribió en su libro Sobre fotografía que el fotógrafo es de alguna manera un ladrón de almas.
–Eso no lo inventó Susan Sontag. Recuerdo que en Marruecos me bajé en un mercado a hacer fotos y empezaron a tirarme piedras. El fotógrafo les roba el alma, allí es una vieja creencia. En mi película ¿Quién es usted, Polly Magoo? hay una entrevista con una modelo. Ella dice que cada vez que le hacen fotos roban una parte de ella. Hay algo de cierto en esto. Pero en Estados Unidos es todo lo contrario. Ya sabe la famosa frase de Andy Warhol: “¡Todo vale por un segundo de celebridad!”. Yo también entrego algo de mí cuando hago una fotografía. Susan Sontag era una mujer brillante pero sus teorías sobre fotografía no son interesantes.
–¿Y qué teorías le interesan?
–Me gusta lo que escribe Del Pierre, un editor francés que fue director del Centro Nacional de Fotografía. Y Martin Parr es muy bueno. Roland Barthes escribió en La cámara lúcida: nota sobre la fotografía sobre dos fotografías mías. Una es de Moscú, hay ocho personas. Son ocho personajes en busca de una fotografía, como Pirandello. La interpretación de una fotografía no es fácil. Escribí una larga respuesta a Barthes porque él mantiene la teoría del puntum, de que hay un centro, un punto de atención en cada fotografía. Yo creo que él ve sus obsesiones en las fotografías. Y eso no tiene nada que ver con la intención del fotógrafo. Pero él al menos ve cosas en las fotografías. Y eso es mucho. La gente normalmente no ve nada.
–Pero, ¿qué debe tener una buena fotografía?
–Un punto de vista. Ese muro de ahí (señala una pared blanca), con esa chica reclinada, a lo mejor le interesa a su novio pero nada más. El fotógrafo debe mostrar un mundo, una cultura. El fotógrafo es ojo, cerebro e intención. Martin Parr ha hecho una serie sobre algo tan obvio como encontrar sitio para dejar el coche y ha logrado contar algo sobre nuestro mundo. Todos vemos cosas pero el fotógrafo debe reparar en lo que significan y así obligar a mirarlas de otra manera. Todo se fotografía millones de veces...
–Todo el mundo hace fotos.
–Sí. Fotografío, luego existo: es una locura. Antes era casi un servicio público; hoy es muy banal.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.