Vie 13.02.2004

CULTURA • SUBNOTA

El ajo y la cefalea

“Cortázar era un tipo de un espíritu muy generoso, de una gran delicadeza de alma. Conmigo fue muy bondadoso y abierto”, señala Jitrik. “Lo conocí en Cuba, pero después nos encontramos varias veces en París, en pleno ‘68, y anduvimos por las calles juntos. Luego vino a mi casa en 1970, y conservo de esa vez una escena inolvidable. Fuimos a buscar a mi hija al jardín de infantes, y por alguna razón extraña ella se prendió de la mano de Cortázar. Eramos un espectáculo los tres, con ese gigantón de la mano de una niña tan pequeña; alguna gente se detenía y decía ‘¿ese es Cortázar?’ Cuando llegamos a casa él preguntó si la comida tenía ajo, y mi mujer, Tununa (Mercado), dijo que sí, como exaltando el valor de lo que había hecho. ‘Ah, no: el ajo me da unas cefaleas terribles’, dijo él. De ahí salen dos cosas: primero, que el pobre tuvo que comerse un arroz con manteca. Y segundo, que ese cuento tan extraordinario, Cefalea, que es una especie de exaltación de la homeopatía, es como una proyección de los dolores que le provocaban ciertos alimentos.”

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