Sáb 29.05.2004

CULTURA • SUBNOTA

Dos grandes plagiadores

“La primera vez que vi a Cortázar en París fue en una manifestación contra la guerra de Vietnam”, cuenta Echenique. “Luego lo conocí en la casa de unos amigos; nos veíamos seguido con él y con Saúl Yurkievich y con Julio Ramón Ribeyro, que trabajaba con él en la Unesco. Cortázar era una persona de tal sencillez y calidez que jamás hubieras pensado que era uno de los miembros del boom. Y siempre se daban historias divertidas. En México conocí al guatemalteco Augusto Monterroso, y no sé cómo mencioné a Cortázar. “¿Tú lo conoces?”, se asombró. “Yo toda mi vida no he hecho más que plagiar a Cortázar”, dijo. Un año después, cenando en la casa de Cortázar en París, mientras él preparaba un viaje a México, le dije: “Te voy a dar el teléfono de Monterroso, un escritor que te adora”. “¿Monterroso existe?”, me preguntó. “Sí, es un enanito así, todo lo contrario de ti”. “Che –me dijo–, ¿vos sabés que toda la vida no he hecho más que plagiar a Monterroso?”

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