Sáb 30.10.2004

CULTURA • SUBNOTA

Textual

“Ahora bien. Iseka, pese a su decisión de salir de la zona limítrofe, no se libró en cinco minutos de todo ello. Mientras iba caminando por su nueva ciudad recordaba. Le pareció descubrir, en un momento dado cuando su vista se desplazaba entre los extremos de un sistema de luces de neón, que los Sorias no eran sólo ex compañeros de cuarto, sino la expresión de una propiedad teológica de desgaste. Como si en algún rincón del Cosmos estuviera un Dios del Mal dedicado sin descanso, día y noche, a la tarea de producir sorias y cagarle la vida a la gente. ¿No habrá un Dios que trabaja infatigablemente –en horas extras, sábados y domingos incluidos– en sus enormes laboratorios y fábricas celestiales, para conseguir colocar en la tierra diez mil sorias por cada ser humano y así sobresaturarnos? Posible. Y a medida que lo pensaba, más le parecía que así era. Porque si no todo ese desgaste y sufrimiento al pedo carecía de explicación.
Recordaba cuando hacía la limpieza de un edificio de catorce pisos. Los Sorias no estaban allí, claro está, pero igual estaban. Cuántas veces Personaje Iseka mató a un soria que asomaba un ojo por una tolva de incinerador y, en vez de caer el cadáver por el agujero hasta el fondo, quedaba atravesado y el incinerador se tapaba. Todo el edificio, entonces, repleto de humo y de fragmentos mal quemados de soria.”
Fragmento de Los Sorias.

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