Sáb 04.12.2004

CULTURA • SUBNOTA

¿De qué estamos hablando?

Es lo mismo, groseramente hablando, ver un partido de fútbol que asistir a una función de teatro o leer una novela. Me refiero al gesto de entrega, de regalo de la atención, no a la calidad de los resultados, que dependen tanto de la excelencia del objeto observado como de la sensibilidad del espectador. Demasiado obvio acaso, pero tan verdadero: es más útil y enriquecedor para el espíritu y para la vida ver jugar a Riquelme que leer a Aguinis; del mismo modo que está mucho mejor empleado el tiempo con un cuento de Salinger que con la contemplación de Sampdoria-Perugia.
Lo que está en cuestión no es, realmente, si el fútbol es importante o no. Sin duda que no lo es. Su trivialidad es del mismo orden que la de la jardinería o el alpinismo; la administración de empresas y los diez mandamientos. Se puede vivir sin ellos. Y en eso el fútbol es como la pesca, el cine, la literatura, el póquer, la bolita con rodilleras o el budismo zen: qué pone o saca uno –que no es otro sino uno– de esa experiencia que puede ir, en todos los casos, del entretenimiento más imbécil y alienado al saludable vislumbre de la belleza, al soberbio temblor metafísico.
La experiencia futbolera tiene –para el que puede o quiere– con qué alimentar la aventura personal del inventarse un sentido.

* Fragmento de De qué hablamos cuando hablamos de fútbol, incluido en Wing de metegol.

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