CULTURA
• SUBNOTA › CARLOS PUIG, HERMANO Y ALBACEA DEL AUTOR
Aquellas cartas desde Europa
Por S. F.
“Manuel siempre estuvo presente en la literatura argentina, pero fue ocultado y tapado por períodos. La dictadura militar no sólo prohibió sus libros, sino cualquier tipo de mención o aparición en los medios de comunicación”, recuerda su hermano, el pintor Carlos Puig, en la entrevista con Página/12. “Todo autor muerto está recortado: leés su prosa o no existe.” Y las obras inéditas de Puig, cuenta Carlos, no fueron admitidas por las editoriales más grandes, que sólo aceptan el material consagrado. “Venimos luchando para que ese material inédito sea conocido por la gente y no sólo por cuatro estudiosos.”
Carlos sostiene que su hermano logró una revolución en la literatura y por eso a veces cuesta que lo reconozcan. “No es fácil de aceptar y de digerir esa revolución en cuanto a su temática, a sus personajes, y cómo con esos materiales consiguió una gran renovación. No le perdonaron prescindir de Borges, pero más aún, lo que molestó fueron sus logros: ¡qué son estos títulos tan mersas!, o estas temáticas tan poco intelectuales en la literatura”, dice Carlos.
–¿Manuel le daba a leer los manuscritos?
–El estuvo mucho tiempo viviendo en el exterior y me llevaba doce años, lo cual era una distancia importante. Pero los contactos que tuvimos fueron en momentos clave, como cuando llegó con gran parte de La traición... escrita. Y me la dio a leer y me pidió mi opinión. Lo mismo pasó con Boquitas pintadas. Le interesaba mucho la opinión de la familia y él lo muestra en las cartas que nos escribió. Su primera novela fue muy bien recibida por mi papá, no tuvo ningún inconveniente con el entorno; al contrario, todos sentíamos la tranquilidad de alguien que había encontrado su lugar.
–¿Qué recuerdos tiene de la época en que Manuel les enviaba cartas desde Europa?
–Recibir las cartas semanales de Manuel era un lujo para nosotros. A mí me pedía que le escribiera, pero después de leer esas maravillas yo me preguntaba qué le podía mandar, cómo escribir después de esas cartas. Para mí todas las cartas entraban en la esfera de lo privado, pero Graciela Goldchluk me pidió si podía leer el material. Y como es una persona que yo respeto mucho le di a leer algo. Y ella me convenció de la publicación porque eran cartas literarias y porque en ellas aparecía un escritor en formación.
–¿Y pensó alguna vez si a su hermano le hubiera gustado que se publicaran?
–Sí, pero no sólo con las cartas sino con su obra inédita. ¿Qué hago? ¿Por qué él no las publicó? Si no las había editado uno puede pensar que las editoriales lo rechazaron o que él no quiso publicarlas. Al principio uno empieza a inclinarse por el argumento más lógico: evidentemente no quiso editarlos. Pero luego la realidad me demostró que no fue así, que las editoriales no quieren publicar lo que ellos consideran que no es dinero o ganancia segura: para ellos no vende el teatro, las cartas, los guiones cinematográficos. Cuando me di cuenta de eso dije: “Zas, te cacé, desgraciado, te tengo por la cola”. Yo soy albacea de Manuel y mi responsabilidad es publicar todo el material que mi hermano escribió, dejarlo al alcance de todos sus lectores, potenciales lectores y estudiantes.
–Usted es un albacea un tanto atípico, en general suelen ser los malos de la película, los que escamotean por exceso de recelo las obras del escritor.
–El papel de malo es hermoso (risas). No los entiendo, la verdad. La función del albacea es abrir el panorama de lectura de un escritor para evitar tener un único ángulo de lectura.
Nota madre
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