Lun 05.08.2002

CULTURA • SUBNOTA

“No son simples rumores, sino hechos y situaciones concretas”

De un día para otro, Sergio Gómez se convirtió en el escritor más buscado de Chile y no precisamente por sus méritos literarios. Lleva cinco días de directa exposición a la fama desde que publicara, el domingo pasado en Página/12, el artículo “Maldición eterna a quien lea esas páginas”, que puso por primera vez sobre papel una parte del misterioso pasado que Matilde Urrutia, la última mujer de Neruda, se cuidó muy bien de ocultar. Meses de investigación llevaron a Gómez sobre la pista de aquellos años perdidos de Matilde, la musa de Los Versos del Capitán, y lo condujeron a Perú, donde, en los años 40, la futura mujer del poeta y su compañero de entonces habitaron los bajos fondos, patrocinando un conjunto llamado Oper Ballet, que mejoraba sus ingresos llevando a “jóvenes chilenas, sin la ingrata mezcla indígena, tal como las preferían los peruanos”.
Con la prensa estacionada día y noche fuera de su casa, el contestador reventado de tantos mensajes y hasta su mamá, que vive en Temuco, dándoles explicaciones a los periodistas, Gómez (nacido en Temuco en 1962 y autor de Partes del cuerpo que no se tocan, Vidas ejemplares, El labio inferior y La mujer del policía, entre otros libros) vive por estos días el asombro de ver desatadas sobre su cabeza todas las penas del infierno, enviadas directamente por los miembros de la Fundación Pablo Neruda. Sabía que en Chile es complicado meterse con los muertos, pero nunca tanto.
Explica sus razones, pero protege sus fuentes. Y guarda la evidencia cerrada en un puño como prueba indestructible de que lo que contó es verdad. Una verdad que estuvo siempre al alcance, en los archivos de la Cancillería, y que se salvó por un párrafo de ser destruida para siempre.
–¿De dónde sacó que Matilde Urrutia habría sido proxeneta en Perú?
–Tengo pruebas concretas, irrefutables, que provienen de las fuentes con quienes armé la historia. No son simples rumores, sino hechos y situaciones concretas sobre la vida de Matilde Urrutia en aquella época. Testimonios que me indicaron la existencia de un informe muy claro emitido desde la Embajada de Chile en Perú, con nombres y situaciones acontecidas en el año 1944. Ese informe fue destruido, pero se mantiene un extracto lo suficientemente fidedigno y probatorio, y cualquier ciudadano puede revisarlo en los archivos de la Cancillería. Sumar las fuentes confiables y ese informe sospechosamente destruido dio como resultado esa crónica.
–¿Por qué eligió contar la historia de Urrutia?
–La respuesta es por qué no contarla. Estamos acostumbrados a historias blandas, sin pellejo, para tranquilizar conciencias, entonces ¿por qué no contar historias que estremezcan un poco? La peor censura es la selección de lo apto, de lo que conviene o de lo que paga mejor. Esta historia me parece tan buena como otras. No puedo llenarme de explicaciones sobre mis actos cuando los realizo voluntaria y conscientemente. Voy a repetir lo que para mí ha sido ley en literatura, la famosa y socorrida frase de Henry James: “La literatura intenta hacer confluir lo que hiere y lo que cura”.
–Sin embargo, decidió publicar en Argentina y no en Chile.
–Sabía que los medios nacionales tendrían problemas o escrúpulos para publicarlo, porque aquí, aunque nos ufanemos de lo contrario, el “corralito” lo tenemos desde hace años en la cabeza. En Argentina, al menos, se pueden ver turbas puteando a sus dirigentes por lo ineptos que son; aquí, en cambio, nos insultamos civilizadamente enviándonos “cartas al director” o amenazándonos con los tribunales. No hay polémica en Chile que no pase por la palabra “tribunales” que, junto a la palabra “sexo”, deben ser las dos palabras más obsesivas en nuestro vocabulario y lo peor, las dos se esgrimen con el mismo efecto: atemorizar.
–Con la celebración de los 50 años de “Los Versos del Capitán”, claramente no era el momento adecuado para meterse con su musa inspiradora. ¿Coincidencia o necesidad de derribar un mito?
–¿Mito de qué? Cuando yo tenía 9 años, conocí a Neruda en el Estadio Municipal de Temuco. Lo vi de lejos con la típica pinta nerudiana, de poncho y gorro. Mi primera impresión fue la de ver un hombre gordo. Años después conocí a Matilde Urrutia. También la vi de lejos, en un acto solidario, de esos miles a los que uno asistía en esos años como público conformista. Ella me pareció una señora seria, cuando la nombraron recibió los aplausos con una seriedad que helaba. Para mí Neruda y Urrutia son eso: un señor gordo y una señora seria. Distinto es ser lector de la poesía de Neruda, de la que he disfrutado como todos, con la que me he maravillado y extasiado y reconozco como parte fundamental de mi propia educación sentimental en el más amplio sentido. Nadie se propone derribar mitos como deporte o profesión. Entonces hay que hacer las diferencias. Siempre existirán dos grupos: los nerudianos ñoños que creen que la calle San Pablo del centro de la ciudad es en honor del poeta santo y los demás –por suerte la mayoría– que ajustaron correctamente la persona de Neruda y su poesía, pero también sus deslealtades infinitas, un Neruda angustiado existencialmente en las Residencias y otro bobalicón en las odas a Stalin.
–¿Por qué no ha querido revelar cómo obtuvo la información?
–La información está lo suficientemente acreditada y comprobada. Es el colmo que se me exija presentar mis fuentes, y con tanto descaro. El ochenta por ciento del periodismo chileno se hace con trascendidos y “fuentes confiables”. ¿Por qué yo debería ser el único que apostillara mis notas, que las sobre-explicara? Si fuera por eso, necesitaríamos que todos los medios publicaran o emitieran una separata con explicaciones de sus notas. Mi crónica cuenta una vida acotada, pero en ningún momento se presentó como una acusación, como tituló el diario de la tarde. Tampoco he afirmado que Matilde Urrutia se dedicara de por vida a la honrosa profesión carnal que tan deleznable les parece a los funcionarios chilenos de la fundación que administra los legados del poeta.
–Revelar aspectos desconocidos de una persona, en un año clave, puede parecer sensacionalista si no hay justificaciones. ¿Cuáles son las suyas?
–Simplemente que hay complicidad y mentira cuando las cosas se ocultan. Si hiciéramos un recuento del sensacionalismo que se exhibe y las mentiras que se ocultan, no tengo ninguna duda de que nuestro país, y a los que les encantan los primeros lugares en cosas inútiles, se lleva la torta entera. En cambio, recurrimos a una estrategia solapada, gazmoña, que es hablar a media voz, a susurros y por detrás. No importa que todos sepamos que nuestro mejor pianista era gay y nuestra mejor actriz cómica era lesbiana, o nuestro antiguo presidente tenía una respetable dama que permaneció hasta las últimas consecuencias con él en La Moneda bombardeada. Es que el tema no es la cama o la entrepierna, lo que importa es que lo sepamos, que lo comentemos de un modo cínico, susurrante e igual de despiadado.
–¿Pecó de ingenuo con la reacción de la Fundación Neruda?
–Me esperaba una reacción, pero no de la magnitud de la que se produjo. Pero entiendo que su negocio es defender a muertos gloriosos y mantener en pie un legado importante. La declaración pública de los funcionarios de la Fundación me parece simplemente patética, elevando a una santidad virtuosa a una persona porque parecía buena y por todo lo que hizo por Neruda.
–Es contradictoria su decisión de escribir sobre el tema con la negativa de explicar sus razones y las fuentes de su trabajo.
–Es que la sobre-reacción es sorprendente. Algunas de las acusaciones al voleo que se dejaron caer me acusaban de sensacionalista, de querer figurar, hasta de pretender vender un libro que estaría escribiendo, lo que no es verdad. Consecuente con lo contrario, he dejado que mi historia se defienda sola. Tenemos suficientes figurines llenando los estelares de la televisión o haciéndose votar para cargos públicos.

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