El fútbol argentino nos ha enseñado que, cuando los resultados no se dan, aparecen los problemas de vestuario. Jugadores que se enfrentan a los entrenadores, que se pelean entre sí y jaquean la convivencia, que ventilan miserias ajenas y, sin darse cuenta, propias, o incluso dirigentes que intervienen pero casi sin saber qué lugar les cabe en el entrevero: de eso suelen tratarse los mencionados problemas. Y Boca hoy es ejemplo de ello, un ejemplo más de una larga lista.

Frente a la evidencia, suele no haber defensa. Todo lo que está atravesando Boca en estos momentos, desde Caranta hasta Ischia y desde Riquelme hasta Cáceres, es el resultado del estado de vulnerabilidad al que los flojos resultados arrojaron al equipo. Y es leña para alimentar hogueras y vanidades.

Lo que cuesta encontrar son voces justas, que sepan conducir el conflicto a un lugar seguro, y por qué no de crecimiento. La voces de Diego Maradona y de Martín Palermo alimentan la ilusión de que los problemas que surgen cuando un equipo está errático y pueden y deben resolverse con total madurez.

Diego, fiel a su estilo, extremó llamando a un diálogo en habitación cerrada “entre hombres” a Riquelme y a Cáceres. Y en caso de no ponerse de acuerdo, sugirió que uno de los dos se vaya del club. Sensato. Por su parte, Palermo intervino pidiéndole en el vestuario al resto de sus compañeros que no hablen del tema hasta que los futbolistas en cuestión regresen de sus respectivas convocatorias de sus seleccionados. Más sensatez.

Al plantel de Boca le queda ahora limar asperezas para volver como equipo –su máximo valor– a presentar batalla en ambos frentes. Que todo se sepa suele verse como un problema de vestuario. Sin embargo, el equipo está hoy frente a la posibilidad de una nueva edificación. En ese sentido, que se haya logrado poner en palabras las aflicciones puede significar un buen comienzo. El poder de la narración en la cura no es sólo cosa ’e Mandinga.