Vie 11.10.2002

DEPORTES

El vóleibol argentino no tiene de qué disculparse

El equipo de Getzelevich entregó todo y si cayó ante Francia –justamente– fue porque se encontró con un rival superior. Aún falta.

› Por Juan José Panno

“Oh... Argentina / Es un sentimiento / no puedo parar...”, cantaba la gente sobre la mitad del último set en un tono opaco, casi escéptico, mientras Francia –estaba claro a esa altura– avanzaba inexorablemente hacia el triunfo: “Oh... Argentina / Es un sufrimiento...”, parecían cantar o, mejor dicho, desencantar.
La sensación que circulaba en el Luna Park era de pena, de profunda desilusión. Es que después de las fantásticas victorias contra Bulgaria y contra Italia, después de la paliza del primer set, había motivos suficientes para sospechar que se podía seguir subiendo. Pero pasado el espejismo el partido se empezó a encuadrar en los márgenes de la realidad: ellos bloqueaban mejor, armaban mejor, no se equivocaban en los saques, remataban mejor. Al final de cuentas ganaron básicamente por eso, porque fueron superiores. Lo eran antes; lo fueron en la cancha.
Y cuando pasan esas cosas no sirven ni las excusas ni las explicaciones, ni tienen razón de ser los reproches. Este equipo está entre los ocho mejor ubicados del Mundial, y todavía tienen la posibilidad de pelear por el quinto puesto. Está donde tiene que estar o, si se quiere, por encima de sus posibilidades. Fue desparejo individual y colectivamente, fue por momentos brillante y se sumergió en grandes lagunas pero no tuvo un solo jugador al que se le pueda decir que no puso el alma en cada pelota.
Quizás a la derrota le faltó eso, el quinto set, un final más caliente, más acorde con las expectativas de la gente y el deseo de los jugadores. No pudo ser porque las circunstancias del juego llevaron a los rivales a un dominio demoledor en el último tramo. Cuando encontraron el punto justo los franceses se transformaron: devolvieron todo, se hicieron imparables y frustraron los intentos heroicos del petiso Weber y compañía.
Getzelevich lo había anticipado pocas horas antes del partido: “Los candidatos a ganar son ellos”. No fue una declaración de coyuntura ni un síntoma de miedo. Sólo había acomodado el pronóstico luego de que el entrenador francés anunciara que le temía a la presión del público. En todo caso, si los franceses se apichonaron por el exultante Luna Park, el miedo se les pasó cuando cerraron en su favor el segundo set después de varios set ball no concretados precisamente por la entrega de los jugadores argentinos. Y ese segundo chico fue clave en el partido. Si Argentina lo hubiera ganado muy posiblemente ahora se estaría escribiendo una historia distinta. Pasó lo que tenía que pasar y se equivocaron los que supusieron que se ganaba de taquito (o, para el caso, de codito).
Una de las imágenes más fuertes que dejó la noche del Luna fue el conmovedor abrazo de Milinkovic con su madre, pero más representativo aún fue el gesto del capitán abriendo los brazos y levantando las cejas hacia la cabecera de Corrientes. El pedido de disculpas a la madre se extendía a los que se entusiasmaron con la idea de llegar a la final; de que los perros movieran la cola de felicidad y sin darse cuenta mearan, aunque sea una vez para otro lado.
No hay nada que perdonar.

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