DEPORTES › CON MUCHOS PROBLEMAS, BOCA Y RIVER SE ENFRENTAN DESDE LAS 15 EN LA BOMBONERA
Mientras los técnicos Ischia y Gorosito se rompen la cabeza para formar sus equipos por las lesiones, las dirigencias que encabezan Ameal y Aguilar se las tienen que ingeniar para recomponer las finanzas de dos clubes que tienen deudas millonarias.
› Por Gustavo Veiga
El clásico, como la procesión, también va por dentro. Si se entiende por dentro que Boca y River atraviesan una delicada situación económica, agravada en el caso del segundo por la peor presidencia de su historia, que hoy encuentra a José María Aguilar en un discreto repliegue anticipado, previo a las elecciones de diciembre. Su par, José Amor Ameal, después de que tomara la iniciativa en un par de temas (la contratación de Carlos Bianchi y el desplazamiento de sus adversarios políticos) tiene por delante la profundización de un conflictivo recorte porque los números no le cierran. Así llegan los dos grandes más grandes al partido de hoy –el que le importa a su gente–, aunque el institucional se juega los 365 días del año.
Las visiones más críticas del presente millonario (el apodo ya es anacrónico) señalan que al cierre del balance previsto para el 31 de julio el club podría tener una deuda de 100 millones de dólares. Unos 370 millones de pesos. Esa puede resultar una cifra discutible, pero lo que no es discutible son las marcas de una gestión que, tras ocho años en el poder, transformó a River en un coto de caza de dirigentes sospechados de corrupción, empresarios que hicieron y deshicieron a su antojo en un desvalorizado plantel y barrabravas envalentonados por la impunidad que les otorgan sus conexiones políticas.
La comisión directiva ya carece de recetas para enfrentar la diversidad de la crisis. En sus manos está reducir un tanto el déficit operativo mensual, que rondaría los 8 millones y medio de pesos, pero no ganar el clásico de esta tarde y tampoco conseguir la clasificación en la Copa Libertadores. Si los dirigentes encabezados por Aguilar podían influir en el fútbol, ya lo hicieron. Vendieron mal y compraron peor. Los resultados están a la vista en la cancha y en la tabla (River salió último en el último torneo y en los años más recientes sufrió sucesivas eliminaciones en las copas, algunas prematuras).
Al panorama deportivo que se inclinará hacia el desahogo o el abismo en estos días, clásico y Libertadores mediante, hay que agregarle la sucesión presidencial. En diciembre se vota y la puja electoral cruzará todos los meses por venir. El ex presidente Hugo Santilli; el embajador de la Orden de Malta en la Argentina, Antonio Caselli; el opositor Horacio Roncagliolo; el ex dueño de Torneos y Competencias (TyC) Carlos Avila; el técnico Daniel Passarella; el titular de la Caja de Ahorro y Seguros, Raúl D’Onofrio, y dos o tres candidatos oficialistas del riñón de Aguilar se anotaron en la línea de partida. Seguramente, no todos quedarán en pie a fines de octubre, cuando las listas tengan que oficializarse. O porque desistan de sus candidaturas o porque tejan alguna alianza de difícil pronóstico.
Dos señales son indicativas de lo que está en juego. Una es la inversión que Caselli lleva desembolsada en su campaña. Publicidad en las lunetas de los colectivos, avisos a una página en los diarios (a ocho meses de los comicios) y hasta una promesa a los socios de que modernizará el Monumental con toda la pompa. Por lo pronto, ya se procuró un sitio estratégico para hacer política. La confitería El Aguila, ubicada frente al estadio, y que está cerrada hace más de un año. La otra es que Santilli dirimió un conflicto familiar con su hijo Darío –quien tenía aspiraciones semejantes a las de su padre– e intentará regresar a la presidencia veintiséis años después. Había ganado las elecciones en diciembre del ’83. Y ahora consideró que llegó su segundo momento en la historia del club.
En Boca no se vive un año electoral porque la última votación fue el 1° de junio de 2008, cuando Pedro Pompilio –falleció el 30 de octubre– derrotó a Roberto Digón. Ungido presidente gracias a que era el primero en la línea sucesoria, Ameal arrancó con bríos su mandato y en una movida que le costó al club 1.700.000 dólares anuales, contrató a Carlos Bianchi como manager (mientras pensaba cómo terminar con el básquetbol en una decisión errada). Así, mató a dos pájaros de un tiro. Les puso límites a sus adversarios internos: el acaudalado sindicalista petrolero Juan Carlos Crespi y el actual vice 1 de Boca y presidente de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, José Beraldi. Y además apuntaló a Carlos Ischia, un entrenador que goza de un respaldo precario entre los hinchas de Boca.
El técnico campeón de todo, instruido por Ameal, salió a juntar por el exterior el dinero que no había en la tesorería, mientras el presidente le pedía a la AFA 20 millones de pesos para saldar deudas inmediatas. De acuerdo al último ejercicio 2007-2008, el club tiene un rojo comprobable de 109.775.018,55 pesos. Esa suma hoy sería mayor. Por eso Boca necesita desprenderse de futbolistas caros en junio, ya sea por la vía de una transferencia o la reducción en los montos de sus contratos. Sus cinco jugadores mejor pagos (Juan Román Riquelme, Martín Palermo, Sebastián Battaglia, Hugo Ibarra y Rodrigo Palacio) le significan a la institución un gasto de unos 8 millones de dólares por año.
Bianchi consiguió arreglar una serie de amistosos para el próximo receso que le darán aire a la tesorería. Un cuadrangular en Alemania con el Bayern Munich, Milan y Manchester United no llamaría la atención. Pero sí dos partidos en Nigeria por 450 mil dólares cada uno y la posibilidad de disputar un clásico con River en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, entre el 6 y el 10 de junio. Sin giras por el mundo y una política sin despilfarros, los ingresos de Boca no alcanzarían para pagar las deudas. El Virrey, en su nuevo papel, puede corroborarlo.
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