En circunstancias diversas vinculadas con el fútbol, o con la periferia del fútbol, Oscar Ruggeri se fue convirtiendo en una especie de paradigma de lo que no se debe ser. Quizá la mayor representación de todo esto sea no solamente aquella famosa patada de atrás a Chilavert sino su ulterior comentario respecto de que lo había hecho con toda la intención de lastimarlo, sin que ningún “ponedor de micrófonos” se atreviera a repreguntar ni mucho menos a contradecir o a censurar. Al tiempo, Chilavert también pareció olvidar el episodio y los dichos, probablemente porque “son cosas del fútbol, son códigos”.

La tilinguería comunicacional que adscribe casi descerebradamente a las frases hechas insiste en que “Ruggeri ganó todo” (lo que la frialdad de las estadísticas parece confirmar), que “es el gran caudillo”, que “se ponía los equipos al hombro”, “que ordenaba a sus compañeros cuando había que defender”. En fin... haciendo ese ejercicio tan caro al tacticismo cual es ver videos, sería conducente que quienes mandan fruta alrededor de las cualidades de Ruggeri como jugador, revisen hasta dónde son ciertos los conceptos vinculados con su liderazgo, con sus capacidades defensivas, con su condición de ordenador de defensas. Quizás adviertan que muchas veces son otros los que solucionaban los problemas, que el liderazgo pasaba por prepotear árbitros y que el “ponerse equipos al hombro” se limitaba a subir para cabecear corners o tiros libres.

Ahora parece sufrir de síndrome de abstinencia por no estar en ningún candelero y deambula por las cercanías de la Selección, aprovechando que Julio Grondona, en lugar de poner las cosas sobre la mesa, se hace el gracioso diciendo que “no lo conoce” y los inocuos movileros le dejan decir lo que se le antoja, de acuerdo con su inveterada costumbre de jugar al contestatario, pero jamás llegar a la transgresión.