Vie 29.05.2009

DEPORTES  › A PROPOSITO DE LA ERA GRONDONA

La AFA modelo ‘69

› Por Gustavo Veiga

Hoy sería imposible imaginarlo. Sobre todo porque Julio Grondona cumplió treinta temporadas en el poder el pasado 6 de abril. El fútbol está habituado a verle la cara. En cambio, hace cuarenta años, la AFA tuvo cuatro interventores. Un record que se produjo en 1969. Cuatro hombres que ocuparon el sillón del que ahora nadie mueve al veterano dirigente de Sarandí. Armando Ramos Ruiz, Aldo Porri, Oscar Ferrari y Juan Martín Oneto Gaona se turnaron durante aquel año al frente de la asociación. ¿Increíble? No, eran otros tiempos. Las turbulencias políticas de la época y la dictadura del general Juan Carlos Onganía lo harían viable.

Esa es la historia de un fútbol que los militares podían controlar sin temor a sufrir represalias de la FIFA. Después vendrían las intervenciones en democracia desde el ex Ministerio de Bienestar Social a cargo de José López Rega. En total, hubo nueve dirigentes al frente de la AFA en ocho años (1966-1974). Todos puestos a dedo. De esa inestabilidad institucional se pasó, golpe mediante, al largo período de Grondona como presidente. Entre aquellos interventores y él, apenas hubo un par de elegidos: el peronista David Bracutto y Alfredo Cantilo, un hombre funcional al vicealmirante Carlos Lacoste.

Ramos Ruiz había asumido el cargo de interventor el 11 de julio de 1968 y casi un año después, el 4 de julio del ’69, presentaba la renuncia. De los cuatro que manejaron la AFA hace cuarenta años fue el primero y el que más tiempo permaneció en el cargo. Porri lo reemplazó y siguió dos meses y cinco días más hasta el 9 de septiembre. Ese día tomó la posta Ferrari, también por poco más de dos meses. Hasta que lo designaron a Oneto Gaona el 17 de noviembre del ’69, acaso el más recordado de los cuatro, quien se quedó hasta el 7 de junio de 1971.

El 6 de julio, Chacarita salió campeón por primera vez en su historia. Dos días antes renunciaba Ramos Ruiz a la AFA, un ex presidente de Racing (1970-71) que había sido futbolista, basquetbolista y pelotari del desaparecido Sportivo Barracas. Era un especialista en temas energéticos y petroleros que había pasado por YPF y la Dirección Nacional de Energía.

Una buena parte de sus vivencias como dirigente deportivo las dejó escritas en su libro Nuestro fútbol, grandeza y decadencia, que al pie de la tapa tiene una definición que explica todo: “Un análisis de la influencia de la dirección como causa de la decadencia del fútbol argentino”. En la página 156, Ramos Ruiz cuenta el momento en que el dictador de turno le pidió que se fuera de la AFA: “Cinco días antes de la partida fijada para La Paz, Onganía solicita mi renuncia”. El dirigente alude al viaje de la Selección para jugar por las Eliminatorias del Mundial de México. El equipo no obtuvo la clasificación y eso profundizó la crisis de conducción como los sucesivos cambios que vendrían.

En aquel 1969 le llegó el turno a Aldo Porri. Fue el que menos duró en su puesto y durante cuyo período se consumó la eliminación del Mundial a manos del exquisito seleccionado peruano que integraban, entre otros, Teófilo Cubillas y Héctor Chumpitaz. Antes de ponerse a manejar los asuntos del fútbol desde el edificio de la calle Viamonte 1366, había sido dirigente de Chacarita, secretario de la AFA y asesor durante las intervenciones de Valentín Suárez y el propio Ramos Ruiz. De profesión abogado, trabajaba como síndico de empresas privadas.

El 9 de septiembre renunció aduciendo problemas de salud y en su reemplazo fue designado Oscar Ferrari como interventor interino, otro abogado que había sido directivo de Estudiantes de La Plata. Igual que Porri, hizo carrera en la AFA como integrante del viejo Tribunal de Penas, consejero suplente y secretario de Asuntos Legales. Después de su intervención, regresó a la asociación como secretario general en 1973 y representante ante el Comité Organizador del Mundial ’74.

En noviembre, cerrando el agitado ciclo de interventores, de-sembarcó en la AFA un desconocido Oneto Gaona. Casi nadie sabía de él en el ambiente del fútbol. No era para menos. Decepcionado por la eliminación de México ’70, Onganía había designado a un amigo sin trayectoria como dirigente deportivo a no ser porque era socio y tesorero del exclusivo Jockey Club. Sus antecedentes más destacados habían sido la presidencia de la Unión Industrial Argentina (UIA), su paso por la tabacalera Nobleza Piccardo y una distinción como caballero de la Orden de Malta.

En su trayectoria al frente de la AFA –que se prolongó hasta el 7 de junio de 1971– dio señales de que pretendía transformar al fútbol en un gran shopping de ideas elitistas, muy asimiladas a su acomodada posición social. Durante su gestión dijo, refiriéndose al equipo nacional, que “la única intención es que ni melenudos ni patilludos ni porrudos integren el seleccionado”. Años más tarde y ya retirado de la AFA, se sinceró en una declaración sobre el fútbol que quería instalar en dictadura: “Jugar en Primera División obliga a un status que no todos podemos aguantar. Es como un individuo que sin ser rico quiere aparentar serlo y al cuarto mes anda entre la gente rica; o explota o desciende de categoría”.

Cuarenta años y varios interventores después, Grondona representa la estabilidad que el fútbol no tenía en 1969. Una estabilidad que ha superado todos los gobiernos –en dictadura y en democracia– en las últimas tres décadas. Pero ésa es otra historia.

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