DEPORTES › OPINION
› Por Pablo Arias *
Después de la espectacular e impecable consagración de Estudiantes en Belo Horizonte, Carlos Bilardo sermoneaba en los vestuarios, como quien quiere ponerse más allá del bien y del mal. De arranque, nomás, salió a descalificar con una de sus muletillas de combate: “Para hablar, primero hay que ganar”, desafió al explicar una vez más su conocida teoría acerca de que la historia nunca recuerda a los segundos.
Disparate probado si los hay, al menos en el plano futbolero: el llamado “fútbol total” de Holanda marcó la segunda mitad de la década del ’70, habiendo sido subcampeón de Alemania (1974) y de Argentina (1978). Ni qué hablar de aquella maravilla húngara de Puskas, Kocsis, Zakarias, Czibor, Hidegkuti, que en el Mundial de Suiza 1954 salió segunda de Alemania Federal, una maquinaria eficaz pero carente de brillo, que no quedó en la historia.
Bilardo hablaba de estas cuestiones con el periodista Fernando Niembro, quien apenas terminó el partido en el Mineirao perdió la compostura y casi a los gritos fue más allá de la epopeya concreta de este Estudiantes y transformó su comentario en un mensaje indirecto, una proclama subliminal, parte de una interna antigua en el periodismo deportivo, nacida hace más de 30 años entre menottistas y bilardistas. Y que ahora reflotan el propio Niembro y Bilardo, hablando, sin hablar, del segundo puesto del Huracán de Cappa, un tributario de la escuela de Menotti.
Periodista y técnico dijeron, palabras más, palabras menos, que el juego que había mostrado Estudiantes resume “el verdadero estilo” del fútbol argentino, que gana cuando hay que ganar, que juega las finales como hay que jugarlas y otros tiros de emboquillada. Fue el técnico del campeón, Alejandro Sabella, conmovido, quien con un discurso simple y pinceladas místicas, puso algo de humildad y cordura en la noche del festejo.
Sabella se asumió como parte de la historia de Estudiantes, sin ofender ni provocar. Nadie más autorizado que él para hacerlo. Producto de la “escuela de River”, como jugador formado en la cantera de Núñez supo, sin embargo, darle pausa, talento y brillo al Estudiantes campeón de 1983, junto a Trobbiani, Ponce y Miguel Angel Russo, entre otros. Un equipazo que bien pudo ser de Menotti, pero fue de Bilardo.
Este Estudiantes jugó un partido excepcional. Bien plantado, con resto emocional, ordenado, ocupando todos los espacios, con rápida salida de contra. Un equipo hecho y derecho. Y con hambre de campeón. ¿Se pareció al Estudiantes de Zubeldía y luego de Bilardo, al Huracán de Menotti y luego de Cappa? ¿Y a quién le importa? Los grandes equipos sólo se parecen a sí mismos. Sin etiquetas.
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