Dom 17.11.2002

DEPORTES

La Tigresa Acuña pegó más y mejor que Ashley, pero le robaron la pelea

Con el mismo fervor que se prodigó en el ring, lloró tras el despojo la formoseña: “Tengo que irme de este país de mierda”, dijo.

Por Daniel Guiñazú
La jornada boxística desarrollada en la noche del viernes en el estadio Orfeo de la capital cordobesa tuvo todos los ingredientes para constituir una velada altamente emotiva. Primaron –desde la perspectiva del espectador– las decepciones. De los tres combates principales, dos tuvieron desenlace desfavorable para los favoritos de la multitud. Rocky Giménez y la Tigresa Acuña –por diferentes razones y circunstancias, se fueron del ring perdidosos–. Sólo el interminable Castro levantó los brazos y el ánimo de la mayoría.
Marcela “La Tigresa” Acuña regó con lágrimas de una bronca sincera la injusticia de su derrota. La formoseña no perdió su pelea ante la jamaiquina Alicia Ashley por el título supergallo vacante de la Federación Internacional de Boxeo Femenino. Antes bien, la ganó y por un amplio margen. Pero dos tarjetas, la de la jurado estadounidense Terry O’Neill y la del argentino Carlos Villegas, la vieron perdedora y le arrancaron en caliente declaraciones furiosas del tipo “Tengo que irme de este país de mierda para que me reconozcan”, de las que, más en frío, terminó arrepintiéndose. No debió haber sido Acuña despojada de una victoria lícita e indiscutible y no debió Ashley ganar de la manera que ganó su segunda corona mundial. Pero el incipiente boxeo femenino ya está contaminado de los mismos males que su hermano mayor masculino y según parece, será difícil que pueda desembarazarse de ellos.
Fue muy curioso lo que sucedió el viernes por la noche sobre el ring del flamante Superdomo Orfeo de la ciudad de Córdoba. Por una vez, una decisión controversial perjudicó a un boxeador local en beneficio del extranjero. Y no se trató de una pelea de trámite cerrado en la que varias interpretaciones son posibles. Punto más o punto menos de diferencia, la “Tigresa” (54,700 kg.) acumuló ventajas claras y terminó llevándose por delante a Ashley (54,800 kg.) a base de fuerza y decisión. Ashley, una jamaiquina que trabaja como secretaria en Brooklyn, mostró que tiene bien asimiladas las nociones básicas del boxeo: es zurda y habilidosa, camina bien el cuadrilátero y contragolpea con precisión. Pero nada de eso le resultó suficiente. Acuña, con menos recursos, pero con más presión, fue al frente y pegó más, eso sí, sin mucha prolijidad y precisión.
La derecha de Acuña marcó el ritmo de la pelea. Llegó varias veces al rostro de la jamaiquina y la forzó a un retroceso un tanto desordenado. Le faltó a la formoseña potencia para conmover y definir, pero ésa no es una novedad para el ambiente. Todos saben que Acuña no las pone duras y que para ganar, necesita trabajar los dos minutos de cada asalto (en el boxeo femenino, los rounds duran sesenta segundos menos). Pero ni siquiera su falta de contundencia natural justifica que las tarjetas de la señora O’Neill y de Carlos Villegas coincidentes en un 96-94 favorable a Ashley (Francisco Seleme dictaminó 97-95 para la “Tigresa”) le hayan quitado lo que había ganado tesoneramente.
Acuña merecía ceñir a su cintura, la faja de una de las tantas entidades que tratan de regir el boxeo color de rosa. Por eso, la sensación de injusticia subleva más de lo que vale un título mundial de un valor deportivo bastante relativo. Y el llanto a cara descubierta de la Tigresa, de su marido y entrenador Ramón Chaparro y de sus hijos, Maximiliano y Josué, humedeció una derrota que a diferencia de las anteriores ante Christy Martín y la alemana Lucía Rijker (las dos mejores boxeadores del mundo libra por libra) sólo se dio en dos cartulinas, de ninguna manera sobre el ring.

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