DEPORTES › OPINION
› Por Diego Bonadeo
Nadie nos quitará lo disfrutado en el primer semestre futbolero de este 2009 que se va. Fueron muchos años, muchos partidos, muchos jugadores, muchas desilusiones. Quienes queremos de verdad este juego, quienes insistimos en que si no sabés jugar a la pelota no podrás nunca saber jugar al fútbol, acumulamos ganas y esperanzas. Es cierto que en las últimas décadas hubo momentos de disfrute en el fútbol vernáculo, y que algunos equipos y algunos jugadores nos entregaron posibilidades como para seguir soñando. Pero esto que se dio de a ráfagas –y bienvenidas que fueron esas ráfagas– coincidió generalmente con momentos del juego y de la competencia desjerarquizados y desculturizados.
Y entonces apareció Lanús un par de años atrás. Pero fue excluyentemente Huracán. El Huracán del Clausura 2009. El equipo bisagra. El equipo cuyo fútbol sopapeó a la conjura de los necios que durante años, desde los púlpitos truchos del tacticismo a mansalva, pretendió convencer a la gente de algo que la gente, en su gran mayoría, hizo como que aceptaba sumisa, pero que en realidad no hizo más que rebelarla en contra del establishment del pensamiento único, al conjuro de ese fútbol de Huracán que el Flaco Menotti definió con solamente dos palabras: “Se puede”. Se puede y se pudo.
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