DEPORTES › LEO GUTIéRREZ Y PEñAROL
› Por Ariel Greco
“Yo siempre quiero ganar y ahora me debo a Peñarol.” Con esa simpleza, Leonardo Gutiérrez sintetizó todos los sentimientos que se le pudieron cruzar por la cabeza cuando su equipo derrotó en el Polideportivo Islas Malvinas ya entrada la madrugada del lunes 74-67 a Atenas, su ex club, y se quedó con el título del Súper Ocho de básquetbol, el primero desde que se instaló en Mar del Plata y el cuarto en la historia del equipo. Hace apenas siete meses, en el mismo estadio, el campeón olímpico festejó el título de la Liga Nacional, disputada entre los mismos rivales, aunque con la camiseta de los cordobeses. Por eso, para el público local, el trofeo cobró una importancia inusitada y desató una celebración interminable, que se prolongó por las principales calles de la ciudad.
Tras aquella final perdida, los dirigentes de Peñarol se abocaron a buscar la pieza clave que les faltaba para buscar el postergado título de Liga Nacional. Por eso, no dudaron en formularle una propuesta imposible de rechazar a Gutiérrez (en la foto, con el capitán Tato Rodríguez), que ya los había amargado también en la final de 2007, con la casaca de Boca. No les importó que el jugador figurara en la lista de los más odiados por sus hinchas, que le habían puesto el mote de “cebador olímpico”, en una manera de burlarse por los pocos minutos de Leo en los partidos de la selección. “Mete dos triples seguidos y se los compra a todos”, era el argumento de los directivos.
Y no se equivocaron. El “olé, olé, Leo, Leo”, se escuchó muy fuerte cuando el ala pivot fue elegido como el jugador más valioso del Súper Ocho, apenas unos minutos después de haberse cargado el equipo al hombro y liderar a sus compañeros en los momentos calientes de un partido cerradísimo, que recién se empezó a resolver en el minuto final. La planilla determinó que consiguió 27 puntos y cinco rebotes. Sin embargo, su mayor aporte pasó por asumir todas las responsabilidades cuando el juego llegó a su etapa de definición y los fantasmas de la final perdida comenzaban a sobrevolar por el estadio. “Yo soy así, juego de esa forma, intento buscar la pelota cuando el partido está trabado, cuando el equipo lo necesita”, remarcó Gutiérrez, que admitió que el logro puede descomprimir la presión que impone una hinchada fervorosa. “Aunque yo no estuve antes, se sentía un poco de impaciencia por no poder conseguir un título. Necesitábamos sacarnos la mufa”, reconoció Gutiérrez, mientras sus compañeros celebraban mezclados con los hinchas y Sebastián Rodríguez, capitán y símbolo del equipo, y Martín Leiva se quedaron con el trofeo más preciado, las redes del Polideportivo.
“Es algo muy lindo salir campeón en tu casa, con tu gente”, señaló Gutiérrez, en un detalle no menor para la historia de Peñarol. Hasta ahora, todos sus títulos habían sido como visitantes: Liga Nacional 93/94, en General Pico; Súper Ocho 2006, en Neuquén, y Liga de las Américas 2008, en México. “Es la primera vez que la gente puede disfrutar un título como local, ojalá no sea el último, que vengan muchos más. Somos dignos ganadores porque jugamos muy bien este torneo, así que estamos muy contentos. Terminamos muy bien el año, primeros en la Liga y con este título, es lo que buscábamos”, señaló el jugador con más títulos de la Liga Nacional.
Sobre las claves del éxito del conjunto de Sergio Hernández, Gutiérrez no dudó en valorar la tarea de sus compañeros. “Tenemos un grupo de jugadores que está muy compenetrado con lo que hay que hacer, con muchas ganas de ganar, de llevar a Peñarol a lo más alto. Ahora hay que disfrutar esto, pero también pensar en el año que viene, que va a ser muy largo y muy duro”, señaló el ala pivote. Razón no le falta. Con actuaciones como las que tuvo en el Súper Ocho y con su estirpe ganadora, el año que viene será una fija en la convocatoria de Hernández para el Mundial de Turquía.
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