DEPORTES › OPINION
› Por Diego Bonadeo
Don Arturo Jauretche “rebautizó” la tropelía como “estatuto legal del coloniaje”. Se trataba del mal llamado pacto –uno supone que pacto es un acuerdo razonablemente favorable para las partes firmantes– Roca-Runciman, que como típico negociado del régimen durante la Década Infame, entregaba a la Argentina como rehén en las cuestiones vinculadas a las exportaciones de carne al Imperio de su muy poco graciosa majestad británica. De paso y aprovechando la volada, el queridísimo Osvaldo Bayer, bien podría gestionar algo respecto del pueblo santafesino llamado Runciman, homónimo de una de las calles de Venado Tuerto que también lleva el nombre del “socio” de Roca (hijo) en el estatuto de marras.
Y no otra cosa que una continuidad del colonialismo cultural son algunas cuestiones vinculadas a la organización del fútbol. Desde el ridículamente denominado Torneo Clausura que se está jugando a principios de temporada y por consiguiente el Apertura que comienza promediando nuestro invierno, hasta la empecinada desnaturalización del juego que se hizo patente el lunes por la noche desde casi el comienzo del segundo tiempo entre Argentinos Juniors y Newell’s.
Si en Europa se juega con nieve es simple y perogrullescamente porque en Europa se juega con nieve, lo que no autoriza a que en nuestro hemisferio, con otros climas, deba disputarse en condiciones absurdamente desnaturalizadoras para el juego, como los por lo menos diez o doce minutos que prolongó innecesariamente el referí Favale la decisión de interrumpir el partido.
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