DEPORTES
› GUSTAVO MASCARDI, EL EMPRESARIO FUTBOLISTICO DE LOS ‘90, EN CAIDA LIBRE
La desgracia del que fue dueño del fútbol
Ya no representa a Juan Sebastián Verón; Martín Palermo le reclama una suma millonaria por la pesificación y el corralito; en Italia irá a juicio oral por falsificación de pasaportes y quienes eran sus socios o empleados amenazan con desplazarlo del escenario.
› Por Gustavo Veiga
“Todos vivimos del pasado y nos vamos a pique con él”
(Goethe)
El hombre que cierta vez pronunció una verdad de Perogrullo –”en mi actividad hay mucha corrupción”– es apenas una sombra del que ha sido. Carlos Gustavo Mascardi ya no representa a Juan Sebastián Verón, su joya futbolística más preciada. Martín Palermo le reclama una suma millonaria por la pesificación y el corralito que el empresario no previó. En Italia todavía pesa sobre él una denuncia por falsificación de pasaportes que inexorablemente culminará en un juicio oral. Y, como si eso fuera poco, quienes eran sus socios o empleados amenazan con desplazarlo del escenario glamoroso en que se movió a sus anchas durante los años 90. Hoy, el intermediario que ingresó en la categoría de grandes contribuyentes de la AFIP por el volumen de dinero que manejaba, bajó su perfil de manera notable y cada tanto se conocen noticias de su paradero porque decidió volver a las fuentes: inyectó dinero fresco en Ferro Carril Oeste, el club que lo cobijó como jugador en su adolescencia y donde se hace cargo de los gastos que demanda el plantel profesional. Una módica iniciativa de quien llegó a ser definido como “el dueño del fútbol” y el intermediario que podría haber formado su propio equipo con figuras valuadas en varios millones de dólares.
Las tribulaciones que ahora afectan a Mascardi son proporcionales a su desmedido crecimiento. A mediados de la década del ‘90, entre julio de 1995 y febrero de 1997, la AFIP investigó diecinueve operaciones en las que había participado por un monto global de 44.610.000 pesos o dólares. El empresario colocó los cimientos de su emporio futbolístico gracias al matrimonio por conveniencia que contrajo con los dirigentes de River mientras este club era conducido por Alfredo Davicce. Luego y no obstante su declarada simpatía por el equipo que conducía su amigo Daniel Passarella, el empresario ratificaría aquello de que el capital no tiene amigos sino intereses y se cruzaría de vereda.
El mojón de su nueva relación con Boca quedó colocado cuando el 26 de febrero de 1996 piloteó la llegada de Verón desde Estudiantes de La Plata a cambio de 1.500.000 pesos. Cinco meses después lo transfirió a la Sampdoria de Italia por cuatro millones más. La institución de Núñez que también pretendía al actual volante del Manchester United se quedó sin él, aunque no importó demasiado. Ocho de aquellos diecinueve pases que los sabuesos seguían de cerca, los había concretado con River.
En octubre pasado, Verón se alejó de Mascardi y le confirió la representación de sus intereses a Fernando Hidalgo, quien trabajaba para el otrora poderoso intermediario. Un desgaste en la relación y acaso la situación derivada del pasaporte italiano falso con que la Brujita había adquirido la condición de jugador comunitario, terminaron con una relación que parecía sólida. El futbolista superó la instancia de los tribunales deportivos, pero no pudo zafar de la justicia penal romana que en abril próximo convocó a una audiencia preliminar para ventilar allí el presunto delito de falsificación de documento público que contiene penas de tres meses a seis años de prisión.
Las indagatorias a los nueve implicados en el caso –entre quienes están Sergio Cragnotti, el presidente y accionista mayoritario de la Lazio, Mascardi y una traductora argentina– se demoró por fallas procesales que no impidieron la continuidad de la causa. Ahora todos forman parte del mismo juicio. “Habrá un proceso único para Cragnotti y Verón como imputados junto a otras siete personas que deben responder a cargos de falsedad en el caso de presentación de documentación para que el jugador obtuviera la ciudadanía italiana”, informó el juez penal Bruno Costantini, de los Tribunales de Roma, a mediados de octubre último. Si alguno de los imputados que no reside en Italia ignorara la audiencia convocada para abril, perdería la fianza depositada y tendría serios problemas para regresar a ese país. El fiscal italiano que interviene en el caso, Silverio Piro, comenzó la investigación en su país pero la continuó en la Argentina, adonde viajó para determinar la conexión local luego de descubrir que en Fagnano Castello, un remoto pueblito de la península, no existía el antepasado que Verón había dicho tener. Pero además comprobó que la traductora María Elena Tebaldi había recibido un cheque de Lazio por 150.000 dólares que se depositó en el Chase Manhattan Bank de Nueva York por un discreto trámite de ciudadanía. Lo que ahora intentará probar el juez es si Mascardi resultó un nexo clave entre Tebaldi y el club romano.
El representante que a fines de los años 80 cobró cierta notoriedad cuando se convirtió en manager de Hugo Gatti no sólo tiene problemas judiciales, también ha perdido protagonismo a manos de un ex empleado y un escribano con quienes supo hacer redituables negocios. Se trata de Fernando Hidalgo y Gustavo Arribas, respectivamente. Una fuente consultada por Página/12 señaló que estos últimos, junto a Verón, “forman una sociedad en cierne que se dedicará en el futuro a representar jugadores”. Por lo pronto, Mascardi va camino a perder la representación de un goleador que le dio muchas satisfacciones en el pasado: Martín Palermo. El delantero del Villarreal español le habría confiado la administración de un millón de dólares que el empresario depositó en la Argentina. Cuando el ex ministro de Economía de la Alianza, Domingo Cavallo, instituyó el corralito y tiempo después el gobierno de Eduardo Duhalde determinó la pesificación de los depósitos bancarios, el intermediario se persuadió de que las medidas despertarían la ira de su representado. “Palermo lo quiere matar por lo que pasó. Encima, él le dijo que ahora no podía devolverle el dinero”, agregó la misma fuente.
Otras dificultades financieras también habrían provocado un cortocircuito con Hernán Crespo, el delantero del Inter, a quien Mascardi colocó en Italia el 17 de julio de 1996 por 4.000.000 de dólares para River, una suma exigua si se considera la proyección que tenía uno de los goleadores del seleccionado nacional. Los problemas de Mascardi con los atacantes cotizados no son nuevos. En diciembre de 2000, el colombiano Juan Pablo Angel casi ve frustrado su transferencia al fútbol inglés. Todo se debió a que la mitad de su pase le pertenecía al club de Núñez y el cincuenta por ciento restante a una compañía llamada Deportes Siglo XXI S.A., cuya presidencia era ejercida por su padre, Emilio Mascardi, quien lo formó en los secretos del mundo bursátil. Los dirigentes del club Aston Villa no desistieron por un ápice de comprar al centrodelantero. Cuando se percataron de que la totalidad de los derechos federativos no le correspondían a River, la operación estuvo a punto de deshacerse.
De tropiezo en tropiezo, el hombre que manejó a su antojo un staff de futbolistas de elite, hasta se dio el gusto de incursionar en una empresa que transmitía eventos por Internet –llamada Crimson Media Group, con sede en Miami– pero le fue mal y perdió un millón de dólares. Mascardi, entonces, regresó a su primer amor. Firmó un convenio con Ferro durante la presidencia de Guillermo Socino mediante el cual aportó la base del plantel que juega y puntea el campeonato de la Primera B. Hoy ya no encabeza la señera institución de Caballito quien le permitió retornar, pero ocupa el principal sillón un presidente cuyo apellido da indicios de los tiempos de bonanza que atravesó el gran contribuyente de la AFIP.
Se trata de Walter Torta. La otra, la de repostería, ya no la corta como antes el acaudalado personaje de quien Hugo Gatti, su primer representado, dijo una vez: “Así como mi droga es el fútbol, la de Gustavo es el dinero...”
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