Mié 09.06.2010

DEPORTES  › EL PAPEL DEL DIGNATARIO

La Copa de Mandela

› Por Clare Byrne

La pregunta es sencilla: ¿se celebraría el Mundial de Fútbol en Sudáfrica de no haber estado involucrado Nelson Mandela? El presidente de la FIFA, Joseph Blatter, cree que no. “Usted es el verdadero arquitecto de este Mundial de Fútbol, su presencia y entrega lo hizo posible”, dijo Blatter el 15 de mayo de 2004 en Zurich al anunciar el nombre del ganador de la votación. Mientras hablaba, Blatter le entregaba con una sonrisa el trofeo de la Copa Mundial a un canoso Mandela.

Para Mandela, que cinco años antes había dejado la presidencia, aunque seguía gozando de gran influencia, la decisión de la FIFA fue una vibrante confirmación de su condición de líder. A casi diez años del fin del régimen de segregación racial, la nación de arco iris, que había guiado a la democracia, había sido honrada con la sede del Mundial. “Me sentí como un muchacho de 15 años”, dijo Mandela, en aquellas fechas de 85 años, visiblemente satisfecho.

El Consejo Nacional Africano (ANC), el partido de Mandela, respaldó con vigor la campaña para ganar la sede del torneo: creía que la clave para reconciliar a negros y blancos en Sudáfrica, forjando una identidad común, podía pasar por un nuevo gran momento del deporte. Una fórmula ensayada ya con gran éxito cuando Sudáfrica organizó en su suelo el Mundial de Rugby de 1995, un año después de las primeras elecciones democráticas en el país. En el 2000, gracias a Mandela, Sudáfrica había acumulado experiencia suficiente para albergar el Mundial.

Pese a los esfuerzos personales de Mandela solicitando votos a los países, Sudáfrica fue batida con lo justo por Alemania en una polémica votación resuelta 12-11, después de que Charles Dempsey, el representante de Nueva Zelanda, que debía respaldar a Sudáfrica, se abstuviera de votar en el último momento. Cuatro años después, Sudáfrica insistió con un nuevo lema: “Llegó la hora de Africa. Sudáfrica está lista”.

“Pasaron 28 años desde que la FIFA se opuso a un fútbol dividido racialmente y ayudó a inspirar el final del apartheid”, recordó Mandela, evocando 1976, cuando la FIFA expulsó de sus filas a la Sudáfrica del apartheid, el año del sangriento aplastamiento de manifestaciones estudiantiles en Soweto.

En Robben Island, la cárcel en el mar frente a Ciudad del Cabo, en la que pasó 18 de sus 27 años entre rejas, “el fútbol fue la única alegría para los presos”, continuó Mandela. Aquello no era del todo cierto. Algunos presos se divirtieron también con partidos de rugby o, en el caso de Mandela, con tenis, jardinería y ajedrez.

Pero el fútbol ocupó un lugar especial en la isla, como deporte de la mayoría negra. Los partidos de fútbol de la isla se jugaban de acuerdo con las reglas de la FIFA y los presos se aglomeraban en torno de las radios para oír las incidencias del Mundial.

Una serie de sanciones deportivas que excluyeron a Sudáfrica de todos los más importantes torneos dañaron al Estado del apartheid y aumentaron la presión sobre el régimen para negociar su salida del poder.

En febrero de 1990, el presidente Frederik de Klerk anunció repentinamente que ponía en libertad incondicional a Mandela y que levantaba la prohibición del ANC. Apenas cuatro años después, un gobierno dirigido por el ANC llegó al poder y Su-dáfrica, según las palabras de Mandela, dejó de ser el “canalla del mundo”.

Sin embargo, en los últimos meses hubo indicios ominosos. Resurgieron tensiones entre los conservadores blancos y los nacionalistas negros, con ambas partes mostrando signos de de-silusión por el lento ritmo de la transformación post-apartheid. La mayoría moderada opina que el Mundial reavivará el legado de Mandela, su mensaje de olvido y reconciliación.

En tributo al anciano estadista, que cumplirá 92 años una semana después de la final del 11 de julio, el presidente Jacob Zuma apeló en febrero a sus compatriotas a hacer del Mundial un éxito “en su honor”.

Mandela acudirá el viernes a la ceremonia de inauguración del Mundial de Fútbol, pero sólo planea estar en el estadio alrededor de un cuarto de hora. “Vendrá a saludar a los hinchas y luego volverá a casa”, explicó su nieto Nkosi Zwelivelile Mandela.

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